El filósofo y teórico francés Charles Batteux (1713-1780), miembro de la Academia francesa y de la de Inscripciones y Bellas Letras, publicó varios tratados fundamentales para comprender el debate histórico-poético del siglo XVIII europeo. El primero fue Les Beaux-Arts réduits à un même príncipe (1746), el segundo es un Cours de Bellés-Lettres, distribué para exercices (1747-1748), de naturaleza más propedéutica, y el tercero los Principes de la littérature (1754), con los que responde a la idea que el siglo XVIII necesita de unos referentes poetológicos elaborados a partir de la estética cartesiana, pero intentando ofrecer una poética que aborde los problemas de la literatura clásica y contemporánea siendo fiel a la tradición aristotélica y humanista occidental. Pretende con ello dar respuesta a los problemas derivados de la interpretación teórica de lo bello para lo que ofrece una explicación sistemática basada en la consideración del principio de la imitación como eje central e incuestionable de la organización de las artes y las letras.
Los tres textos mencionados se reeditaron numerosas veces y se publicaron traducciones en las principales naciones europeas. La versión española de los Principios filosóficos de la literatura la llevó a cabo Agustín García de Arrieta (1768-1835). Miembro de la Real Academia Española, este teólogo y literato, enseñó Historia literaria en los Reales Estudios de San Isidro y dirigió, aunque por poco tiempo, la biblioteca de la Universidad Central. Conocida la repercusión que en toda Europa había tenido el tratado francés, emprendió la traducción al español de la obra a la que fue incorporando una serie de adiciones y apéndices con los que intentaba completar la información del teórico francés con ejemplos y juicios de la historia literaria española.
Particular interés tuvo la utilización nacionalista y patriótica que de la obra se realizó por parte de críticos y escritores afrancesados, que no ocultaron su preferencia por las ideas de Batteux frente a la propuesta de Hugo Blair en sus Lecciones sobre la Retórica y la Poética.
Tras la dedicatoria, el tomo se inicia con un «Prólogo del traductor» en el que presenta al autor y señala la importancia del texto francés y la necesidad de traducirlo. Además, García de Arrieta insiste en la relevancia social de las Bellas Letras y en la necesidad de que sus principios sean conocidos y reconocidos por la opinión pública. Continúa el volumen con la «Vida de Monsieur Batteux» y el catálogo de sus obras, con lo que trata de justificar la trascendencia del texto que ofrece al público español.
El primer volumen se dedica, como en la obra original, a presentar la idea de que el principio organizador de las Bellas Artes y las Bellas Letras es la imitación. Asentado este como principio general, plantea, a partir de él, cómo debe imitarse la naturaleza en las artes y cuáles son las leyes del gusto, su definición y objeto aplicados a las diferentes artes. En la sección segunda, se ocupa del arte poética explicando sus relaciones con la imitación. A continuación analiza en sucesivos capítulos la epopeya, la tragedia, la comedia, la bucólica, el apólogo y la poesía lírica. En una tercera sección se ocupa de la pintura, la música y el baile finalizando el volumen con un capítulo relativo a la unión de las Bellas Artes.
Descripción bibliográfica
Batteux,Abate, Principios filosóficos de la literatura: o Curso razonado de Bellas Letras y de Bellas Artes. Obra escrita en francés por el señor abate Batteux, Profesor Real, de la Academia francesa y de la de Inscripciones y Bellas Letras. Traducida al castellano, e ilustrada con algunas notas críticas y varios apéndices sobre la literatura española por D. Agustín García de Arrieta. Tomo I, Madrid: Imprenta de Sancha, 1797.
2 hs., l, 267 pp., 2 hs.; 8º. Sign.: BNE 1/16352.
No me detendré (como lo hace la mayor parte de los traductores) en prodigar elogios a la obra que presento ni menos a su autor pues, además de que todo esto es siempre sospechoso en un traductor a quien se le debe suponer interesado y acaso preocupado a favor de la obra que traduce, no necesita Mr. Batteux, autor de la presente, de elogio ni recomendación alguna. Él ha sabido labrarse por sí solo la alta reputación de que goza en toda la Europa culta por medio de sus importantes obras. Los sabios han hecho de ellas el mayor aprecio y las han recomendado a la posteridad trasladándolas a sus respectivos idiomas, lo cual es una prueba nada equívoca de su utilidad y del mérito singular de su autor venerado en la República de las Letras por unos de sus más sabios maestros.
Por tanto, solo me ceñiré a hablar de la naturaleza, objeto e importancia de la presente obra y de la necesidad que teníamos de que se tradujese a nuestro idioma.
Abraza, como lo manifiesta su título, la «Filosofía de las Bellas Letras y de las Bellas Artes», es decir, sus principios fundamentales sacados de la naturaleza, cuya imitación y expresión es su único y principal objeto.
Las Bellas Letras y las Bellas Artes son el adorno y encanto de la sociedad. No hay pueblo alguno, por bárbaro que se le suponga, que no haya tenido profesores de algunas de ellas y les haya tributado homenaje. Ellas nacen con el hombre o, por mejor decir, son hijas de su curiosidad y natural inclinación a imitar y también de la necesidad de comunicar sus ideas y persuadir a los demás: forman sus más inocentes y racionales placeres, sólidos y reales, los cuales al mismo tiempo que denotan la grandeza, la fuerza y capacidad de su alma y le distinguen de los demás animales que no conocen otros que los de los sentidos, naturalmente momentáneos y caducos, le hacen superior a todos los demás seres y, por consiguiente, más feliz. En una palabra: ellas le instruyen deleitándole y satisfacen de este modo una de las más poderosas inclinaciones de su espíritu. Sin ellas errante el hombre por las selvas, lo mismo que los brutos y sin distinguirse de ellos sino en la figura, viviría una vida enteramente animal, carecería de todas las comodidades y placeres que proporciona el ingenio y el espíritu, serían sus costumbres agrestes y feroces como las de aquellos y alternaría sus días entre una insípida, monótona y trabajosa satisfacción de ciertas necesidades las más urgentes y una melancólica ociosidad. En fin, sin ellas serían los hombres insociables y el mundo un inmenso y espantoso desierto, poblado solo a trechos de hombres selvajes, armados unos contra otros en una perenne guerra, la cual, fundándose en el derecho de todos a todas las cosas, no se terminaría jamás sino por el injusto y violento medio del más fuerte. No es capaz mi pluma de pintar con toda la fuerza de colorido lo horroroso de un estado semejante. Las almas sensibles y benéficas podrán figurársele con más viveza y facilidad.
Dejemos a los filósofos atrabiliarios [1] que ensalcen las ventajas de la vida selvaje, condenándonos a andar en cuatro pies, y que despiquen su negro humor declamando contra la sociedad y empeñándose en querernos persuadir que esta ha ocasionado y ocasiona al hombre más perjuicios que utilidades. Mejor sería que en vez de afligir al género humano con las exageradas y melancólicas pinturas de sus miserias, se dedicasen a pintarle aquella con todos sus atractivos reales y posibles, que trabajasen en enseñarle y hacerle amables las leyes que la razón y la humanidad dictan a todos sus individuos, los mutuos y sagrados deberes de estos entre sí, las ventajas que se siguen de su exacto cumplimiento, que los enseñasen a conocerse y respetarse a sí mismos, a respetar y amar a todos sus semejantes como a otros tantos hermanos y, en fin, que haciéndoles una viva y halagüeña pintura de las virtudes sociales, contrastada con la de los vicios opuestos a estas, les hiciesen ver con toda su deformidad el horroroso aspecto de la ambición, de la envidia, de la avaricia, del orgullo, sus fatales consecuencias en la sociedad, lo que tienen de odioso y detestable cuando degradan y perjudican a la especie humana, armando una mitad contra la otra, por abatirse y perjudicarse mutuamente y que por este medio les inspirasen un santo horror al vicio y un sincero amor a la humanidad y a la virtud.
Las Bellas Letras y las Bellas Artes producen en el hombre todos estos maravillosos efectos de un modo el más eficaz, aunque lento e imperceptible en apariencia. Inspirándole el gusto de la belleza, de la armonía, de la dulzura, del orden, de la exactitud, de la majestad, de la perfección y de la simetría, le hacen apacible, humano, benéfico, recto, equitativo, circunspecto, comedido, culto, exacto, amable, hombre de bien y buen ciudadano. Esta aserción parecerá temeraria o exagerada a los espíritus austeros y a los preocupados y groseros una ridícula e increíble paradoja. Compadezcámonos de su error; a la verdad son más dignos de compasión que reprensibles. Perdonemos —dice un filósofo— a los que hablan contra las Bellas Artes, pues no tanto son enemigos de la sociedad, conjurados para destruir el consuelo de las racionales delicias de esta, como unos infelices a quienes naturaleza ha negado sus órganos o que han tenido la desgracia de que se los hayan viciado y pervertido en su primera educación. Por si acaso logran desengañarse algunos de estos apuntaremos brevemente algunas reflexiones, sacadas de nuestro autor, que confirmen nuestra aserción. Si no produjesen este efecto, servirán, por lo menos, de afirmar en su opinión a los que están convencidos de la utilidad de las Bellas Letras y Artes en la sociedad y de lo mucho que importa a un pueblo culto tener una verdadera idea, al menos en general, de sus naturales principios y adquirir lo que se llama buen gusto o e discernimiento de lo bueno y de lo malo en cada una de ellas.
Siendo el gusto de las Bellas Artes —dice Mr. Batteux— el mismo que el de la naturaleza, pues toda la esencia y objeto de aquellas es la imitación de esta, es y debe ser uno mismo el gusto de entrambas, el cual se extiende a todo y aun hasta las costumbres. En efecto, regístrese la Historia de las naciones y se verán siempre la humanidad y las virtudes civiles de que aquella es madre en pos de las Bellas Artes. Por ellas fue Atenas la escuela de la delicadeza, dulcificó Roma sus costumbres, a pesar de su originaria ferocidad, y todos los pueblos, a proporción del comercio que tuvieron con las musas, se hicieron más cultos, benéficos y sensibles. Es imposible que los ojos más groseros, viendo diariamente las obras maestra de la escultura y la pintura, teniendo a la vista edificios magníficos y arreglados que los genios menos dispuestos a la virtud y a las gracias, no tomen cierto hábito al orden, a la nobleza y a la delicadeza, a fuerza de leer obras pensadas noblemente y delicadamente expresadas. Si la Historia hacer brotar las virtudes, ¿por qué la prudencia de Ulises, el valor de Aquiles no encenderán el mismo fuego?¿Por qué las gracias de Anacreón, de Bión y de Moscho [2] no habrán de dulcificar nuestras costumbres? ¿Cómo tantos espectáculos donde se ve unido lo noble a lo gracioso, no nos inspirarán el gusto de lo bello y lo decente? [3].
Si se practicase la religión cristiana conforme se la cree, ella haría en un momento lo que las Bellas Artes no pueden hacer sino imperfectamente y a fuerza de tiempo. Un perfecto cristiano es un ciudadano perfecto, él tiene el exterior de la virtud porque posee el fondo, a nadie quiere dañar y desea obligar a todas, tomando eficazmente para ellos todas las medidas posibles. Mas como el mayor número no es cristiano sino en el espíritu, es muy provechoso para la vida civil inspirar a los hombres sentimientos que hagan en ellos en algún modo las veces de la caridad evangélica. Estos no se comunican sino por medio de las Bellas Artes, las cuales, siendo imitadoras de la bella naturaleza, nos aproximan a ella y nos presentan por modelos su sencillez, su rectitud y su beneficencia, la cual se extiende a todos los hombres igualmente. Ellas nos inspiran el buen gusto, que es un amor habitual al orden, y se extiende, como hemos ya dicho, a las costumbres igualmente que a las obras de espíritu. La simetría de las partes entre sí y con el todo es tan necesaria en la conducta de una acción moral como en un cuadro. Este amor es una virtud del alma que atiende a todos los objetos que tienen relación con nosotros, que toma el nombre de gusto en las cosas de agrado y el de virtud en las que pertenecen a las costumbres [4].
Esta sólida doctrina prueba hasta la evidencia cuán importante y necesarias son las Bellas Artes y las Bellas Letras en la sociedad y, por consiguiente, la utilidad que proporciona a todo pueblo culto una obra que, sacando de la naturaleza sus principios esenciales, dé una clara y verdadera idea de ellas e inspire su verdadero gusto.
Tal es la presente que ofrezco al público, traducida a nuestro idioma. Ella contiene, como llevo dicho, sus principios filosóficos y la aplicación de estos a cada una de aquellas en particular, dispuestos por un orden metódico el más sencillo y natural. Su sabio autor, apartándose del trillado y confuso método de todos los autores que habían tratado hasta su tiempo de las varias especies de la literatura reduciéndolas o, más bien, confundiéndolas en ese inmenso caos de reglas estériles, multiplicadas y embarazosas, ha procurado descartarlas todas y reducirlas a un solo, verdadero y sencillo principio que es la «imitación y expresión de la naturaleza», de la cual nacen y a quien tienen por único y primitivo objeto, dando una idea sólida, sucinta y grande de todas ellas. Esta luminosa antorcha es la que le guía en el examen analítico de la naturaleza y verdadero origen de unas y otras y le ayuda a sacra de su primitiva fuente las reglas fundamentales y los legítimos principios del buen gusto.
Una obra de esta naturaleza no podía menos de ser bien recibida de los sabios como en efecto lo ha sido en toda Europa [5]. Ella era nueva y singular en su línea y acaso lo es al presente, pues aunque se han publicado varios tratados y reflexiones muy sabias sobre algunas partes de las Bellas Artes y Bellas Letras en particular [6], hay poquísimas o ninguna metódica que abrace los principios generales de todas, que es lo que se necesita para conocerlas bien y penetrar su verdadero espíritu. Apenas publicó Mr. Batteux el primer tratado de Las Bellas Artes reducidas a un principio, se empezaron a hacer de él copiosas ediciones en los países extranjeros y varias traducciones en Alemania, Inglaterra, Prusia, Italia y Holanda. Lisonjeado su autor con la general aprobación y feliz éxito de su obra, animado, y aun instigado por varios literatos amigos suyos, escribió con más extensión e individualidad sobre la materia haciendo observaciones y aplicaciones de los principios generales establecidos en aquella, a las Bellas Letras y Bellas Artes en particular, haciendo ver su íntima conexión y confraternidad, lo cual produjo, según dice él mismo en su célebre obra intitulada Principios de la Literatura, tan aplaudida en toda Europa y que goza y gozará siempre entre los literatos el más distinguido aprecio. Tal es y debe ser la suerte de todas las obras maestras. Desde entonces se incluyó en esta el Tratado de las Bellas Artes, que damos ahora traducido en este primer tomo, pues sirve como de «Preliminar» al estudio de la literatura y debe mirarse como el vestíbulo de un grande edificio [7].
He seguido en mi traducción la última edición que en el día tenemos de dicha obra [8]. En ella le dio el autor la última mano y la enriqueció con varias notas, muchas de ellas justificativas de algunos pasajes que criticó Mr. Schlegel, traductor alemán de esta obra [9]. Los más de los reparos que hace el mencionado traductor, y a que satisface plenamente Mr. Batteux, son de pura delicadeza y a veces nacidos de inteligencias arbitrarias. Por tanto los he suprimido por poco necesarios y casi embarazosos, fundado en la reflexión que sobre ellos hace Mr. Ramler, traductor de esta misma obra en Berlín:
En cuanto a los principios de esta obra —dice este sabio profesor— y las críticas que de ella se han hecho, nada digo. Yo también podría haberlas hecho con alguna verosimilitud mas, comparando al autor consigo mismo y confrontando unas con otras sus ideas, he llegado a convencerme de que solo necesita ser leído con la atención que cada escritor tiene derecho a exigir de sus lectores [10].
Teníamos nosotros más necesidad que ninguna otra nación de una obra de esta naturaleza pues, aunque es cierto que ha habido tiempo en que la España se ha aventajado a casi todas las naciones europeas en obras maestras de todos los diversos ramos de Bellas Artes y de Bellas Letras y aun las ha servido de modelo, lo es también que, después de su decadencia, nada se ha escrito sobre la filosofía de ellas y esto es lo único que, junto con la imitación de los buenos modelos, puede regenerar entre nosotros el buen gusto de nuestros antiguos y célebres maestros. Sería a la verdad una vergonzosa mengua para un pueblo culto, que recibe diariamente su instrucción, su diversión y su adorno de las Artes y las Letras, sería mengua —repito— carecer por más tiempo de una obra que, enseñando su filosofía, propaga al mismo tiempo el buen gusto y la cultura entre todas las clases.
Esta consideración es la que me ha movido a emprender la presente traducción. Espero sean mis desvelos bien recibidos de todos los amantes de la patria, a cuya ilustración he dirigido siempre todas mis tareas literarias.
LAS BELLAS ARTES REDUCIDAS A UN PRINCIPIO
INTRODUCCIÓN
La mayor parte de los que han querido tratar de las Bellas Artes lo han hecho en todos tiempos con más ostentación que exactitud y sencillez. Sirva de ejemplo la Poesía. Se ha creído dar justas ideas de ella diciendo que abraza todas las artes y que es un complejo de pintura, de música y de elocuencía. Ella, dicen, habla, prueba y refiere como la elocuencia; tiene, como la música, una marcha arreglada de tonos y cadencias, cuya unión forma cierta especie de concierto; como la pintura diseña los objetos, esparce en ellos los colores y pone todos los matices de la naturaleza. En una palabra, hace uso de los colores y del pincel, emplea la melodía y las cadencias, manifiesta la verdad y sabe hacerla amable.
La Poesía, añaden, abraza todas las materias. Ella se encarga de cuanto hay más brillante en la Historia, entra en los campos de la Filosofía, sube sube a los cielos para admirar el giro de los astros, sepúltase en el abismo para examinar los secretos de la naturaleza, penetra hasta los muertos para ver en ellos las recompensas de los justos y los castigos de los impíos y, en fin, abraza el universo entero. Si este mundo no le basta, crea otros nuevos que adorna con moradas encantadoras y puebla de millares de habitantes diversos. Allí, componiendo los seres a su modo, nada crea que no sea perfecto y se aventaje a todas las producciones de la naturaleza. Es una especie de magia que hace ilusión a los sentidos, a la imaginación, al espíritu mismo y consigue proporcionar a los hombres placeres reales por medio de invenciones quiméricas [11].
Así es como han hablado de la Poesía la mayor parte de los autores y con corta diferencia de las demás artes. Llenos del mérito de aquellas a que se han dedicado expresamente, nos han dado descripciones pomposas en vez de una definición precisa que se les pide o, si han tratado de definírnoslas, como la naturaleza es por sí misma muy complicada, han tomado a veces lo accesorio por lo esencial y lo esencial por lo accesorio. Otras veces, arrastrados por un cierto interés de autores, se han valido de la oscuridad de la materia y no nos han dado sino ideas formadas sobre el modelo de sus propias obras.
El objeto de la presente es disipar todas estas tinieblas, establecer los verdaderos principios de las artes y fijar en ellos las nociones con la mayor precisión posible. Se divide en tres partes. En la primera se examina cuál puede ser la naturaleza de las artes y cuáles sus partes y diferencias esenciales. Demuéstrase, por la cualidad misma del espíritu humano, que la imitación de la naturaleza debe ser su objeto común y que no se distinguen entre sí sino por el medio que emplean para ejecutar esta imitación. Los medios de la pintura, de la música y del baile son los colores, los sonidos y los gestos; el de la Poesía es el discurso. De suerte que por una parte se ve la íntima unión y especie de confraternidad que une todas las artes [12], hijas todas de la naturaleza proponiéndose un mismo objeto y arreglándose por unos mismos principios y, por otra, sus diferencias particulares, lo que las separa y las distingue entre sí.
Después de haber establecido la naturaleza de las artes por la del ingenio[13] del hombre que las ha producido, es natural pensar en otras pruebas que pueden deducirse del sentimiento, tanto más cuanto que el gusto es el juez nato de las Bellas Artes y la razón misma no establece sus reglas sino con respecto a él y por agradarle. Siempre que se halle que el gusto ha estado de acuerdo con el ingenio y que ha concurrido a prescribir las mismas reglas para todas las artes en general y para cada una de ellas en particular, este será un nuevo grado de certidumbre y evidencia unido a las anteriores pruebas. Tal es el objeto de la segunda parte, en la cual se prueba que el buen gusto en las artes es absolutamente conforme a las ideas establecidas en la primera parte y que las reglas del gusto no son más que consecuencias del principio de imitación, porque si las Artes son esencialmente imitadoras de la bella naturaleza, es consiguiente que el gusto de la bella naturaleza debe ser esencialmente el buen gusto en las Artes. Esta consecuencia se desenvuelve en muchos artículos donde se trata de explicar qué es gusto, de qué pende, cómo se pierde, etc., y todos estos artículos se convierten siempre en prueba del principio general de imitación que lo abraza todo.
Contienen estas dos partes las pruebas de raciocinio. A ellas hemos añadido la tercera que comprende las que se deducen del ejemplo de los artistas, es decir, la teórica verificada por la práctica.
En contra de los «filósofos atrabiliarios» se manifestaron autores tan conocidos como Fernando de Cevallos en su obra La falsa filosofía o el ateísmo, deísmo, materialismo y demás nuevas sectas convencidas de crimen de Estado contra los soberanos y sus regalías, contra los magistrados y potestades legítimas, Madrid: Antonio Sancha, 1775, T. II. La obra consta de 6 volúmenes publicados entre 1774 y 1776. Solicitó licencia para la impresión del séptimo tomo en 1794 pero se le negó.
Bión de Esmirna, poeta bucólico griego del siglo II a.C. y Mosco o Moscho de Sidón, pensador fenicio del siglo XIV a.C. En el volumen II el capítulo VI se dedica a los idilios de Bión y Moscho, pp. 139-164.
(Nota de Batteux) «Un hombre —dice Plutarco— que hubiese aprendido desde su infancia la verdadera música, tal como se debe enseñar a la juventud, no puede dejar de tener un gusto amante de lo bueno y, por consiguiente, enemigo de lo malo, aun en las cosas que no pertenecen a este arte. Jamás se deshonrará con una bajeza, será útil a su patria y observará una arreglada conducta en la vida privada. No habrá acción o palabra alguna suya que no sea mesurada, que no tenga en todas las circunstancia de tiempos y lugares el carácter de la decencia, de la moderación y del orden», De Musica, ed. J. García López y A. Morales Ortiz, en Obras morales y de costumbres, Madrid: Gredos, 2004, XIII, & 41, 1146 a-b, pp. 126-127. La misma cita la incluye García de Arrieta en El espíritu de Telémaco o Máximas y reflexiones políticas y morales del célebre poema intituladoLas aventuras de Telémaco, Madrid: Benito Cano, 1796, pp. 89-90.
(Nota del traductor) Lo que se acaba de decir en particular de las Bellas Artes debe entenderse igualmente a las Bellas Letras, pues hay entre ambas la más íntima confraternidad. En efecto, estas no son ni pueden ser otra cosa que la naturaleza bien expresada y aquellas no son más que la imitación de esta expresión. Y así las unas son respecto de las otras lo que el original respecto de su retrato o el retrato respecto del original. Por lo demás, hay en unas y otras los mismo rasgos, los mismos colores y los propios caracteres.
(Nota del traductor) En prueba de esta verdad citaremos un solo testimonio que vale por otros muchos que se pudieran alegar. Los autores de la Nueva Encyclopedia Metódica copian literalmente a Mr. Batteux en una gran número de artículos de Bellas Artes y Bellas Letras, lo cual es un argumento el más convincente a favor de la preferencia que la obra de nuestro autor logra sobre las demás de su especie en el concepto de los buenos conocedores, pues por tales creo debe entenderse a los autores de aquella grande obra, honor del siglo diez y ocho.
(Nota del traductor) Es muy célebre y apreciable entre otras la intitulada Ensayo filosófico sobre las relaciones entre las Bellas Letras y Las Bellas Artes del célebre judío de Berlín Moises Mendelssohn, traducida en casi todos los idiomas cultos de Europa, a cuyo autor se ha dado el renombre de «el Platón de Alemania». Toma esta información de Esteban de Arteaga y sus Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal, Madrid: Sancha, 1789, p. 56. Según este último, el axioma del autor berlinés es que «el carácter y la esencia de las Bellas Artes y de las Bellas Letras consiste en la expresión sensible de la perfección»
(Nota del traductor) Acaso se hallará a Mr. Batteux algo metafísico en este tratado. En efecto, habiendo tenido que abrirse un nuevo camino para hallar los verdaderos principios de las Bellas Artes y, por consiguiente, de las Bellas Letras en la misma naturaleza, le ha sido forzoso observar y analizar esta en todas sus partes y desenvolver toda la metafísica de aquellas para poder fijar su verdadero objeto y establecer sobre cimientos sólidos todas sus reglas y preceptos. Esto se llama tratar filosóficamente las Artes y las Letras o, lo que es lo mismo, enseñar la filosofía de ellas y este es el único y verdadero modo de tratarlas.
Probablemente se trata de la quinta edición francesa que se publicó entre 1774 y 1775, si bien en la reedición de 1764 ya figura la respuesta a Schlegel que se menciona en la nota siguiente.
Se trata de Johann Adolf Schlegel, padre de los teóricos románticos quien redacta sus objeciones en Einscränkung der schönen Künste auf einem einzigen Grun dsatz. Batteux le responde en las notas incorporadas al capítulo «Sur la poésie lirique», al que se alude en el estudio introductorio de esta edición.
Con el título de Einleitung in die Schönen Wissenschafter, Karl Wilheim Ramler publicó entre 1756 y 1758 la primera edición en Leipzig.
Con esta afirmación, Batteux estaba abriendo la puerta a la configuración ficcional de mundos posibles, si bien, al reducirlo a un único principio, la imitación de la naturaleza, todo lo más que puede admitir es la presentación idealizada o hermoseada de esa naturaleza. Véase Rodríguez Sánchez de León, Mª José, «Teoría de los mundos posibles y modernidad literaria: la creación de un nuevo paradigma», Sánchez Mesa, D. et alii., Teoría y comparatismo: tradición y nuevos espacios. Actas del I Congreso Internacional de Asetel, Granada/Salamanca/Cáceres: Universidad de Granada/Ediciones Universidad de Salamanca/ Universidad de Extremadura, 2014, pp. 55-70.
(Nota del autor) Etenim omnes artes quæ ad humanitatem pertinent habent quoddam commune vinculum, et quasi cognatione quadam inter se continentur, Ciceron, Pro Archias, 1, 2.
Para Batteux el ingenio es la capacidad esencial del hombre creador propia del racionalismo clasicista. Resulta, por tanto, limitadora pues implica «la facultad de concebir con exactitud y combinar con delicadeza, sutilmente, de un modo que excita [...] el gusto, la curiosidad», es decir, supone la utilización y el seguimiento de los proncipios clasicistas como fundamento de la creación poética que impide transpasar los límites impuestos por el arte. Véase Rodríguez Sánchez de León, Mª José, «Notas a propósito de la distinción idilio/égloga y genio/ingenio en las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes (1804-1805)», en Senabre. R. et alii (eds.), Cuestiones de actualidad en lengua española, Salamanca: Universidad de Salamanca/Instituto Caro y Cuervo, 2000, pp. 355-362.