Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Principios filosóficos de la literatura o Curso razonado de Bellas Letras y Bellas Artes, Tomo VI

Charles Batteux; Agustín García de Arrieta (traductor)
1802

Resumen

El volumen VI de los Principios filosóficos de la literatura se dedica al estudio de la Retórica en el amplio sentido del término, es decir, al arte oratoria y a la elocución. Consta de una «Introducción sobre la necesidad y el verdadero método de la Retórica» (pp. 1-48), en el que se manifiesta la importancia que para la vida pública tiene su conocimiento. Su finalidad trasciende la idea de que se trata de un discurso hermoseado. Como señala en los capítulos preliminares del tratado IX, la Elocuencia y la Poesía se deben al principio de imitación, pero la prosa tiene un lugar preferente. El hecho de que haya antepuesto sus reflexiones sobre la poesía no significa que esta ocupe un sitial privilegiado, sino que en ella los defectos y las bellezas son más evidentes:

Mas no es nuestro intento enseñar a hablar, sino a leer y a juzgar. Para aprender, pues, a juzgar en materia de literatura es necesario ejercitarse desde luego en obras donde las bellezas o los defectos sean más palpables y de bulto y ofrezcan al gusto y al talento donde poder asirse, en fin, donde el arte se presente sin misterio. El orden, pues, que hemos seguido es el mismo del espíritu humano, el cual aprende primero, o que es más sensible o perceptible, y de este modo llega a conocer lo que es menos (pp. 77-78).

Además, en su opinión, el lenguaje oratorio necesita de todos los recursos del arte para ayudar a la persuasión. Piensa que aquel ha logrado su sistematización después de que la Poesía hubiera alcanzado su esplendor:

[...] La Elocuencia, aunque modesta por estado, comprendió, por el ejemplo de la Poesía, que había un arte de presentar los objetos, de seducir al oído e inflamar el alma. Su propia experiencia le había hecho conocer que, por muy poderosa que sea la verdad por sí misma, no siempre era seguro abandonar su defensa a un talento sin principios, a una especie de instinto en bruto, que hace muchas veces mal uso de sus riquezas y que era más acertado estudiar la conducta del ingenio y repartir sus fuerzas con arte y economía (p. 79).

Con este planteamiento, explica en la parte primera en qué consiste el discurso oratorio y cuáles son las disposiciones del orador. Dedica la sección primera a la invención oratoria que comprende los diferentes géneros (demostrativo, deliberativo y judicial), los argumentos, los lugares comunes y las costumbres consideradas como medios de persuadir. En la segunda, siguiendo el orden propio de la Retórica, trata de la disposición, es decir, del exordio y la narración y finalmente la tercera y última sección versa sobre la elocución deteniéndose en las cualidades del gusto, los tropos y las figuras de la expresión y del pensamiento.

Descripción bibliográfica

Batteux, Mr., Principios filosóficos de la literatura: ó Curso razonado de Bellas Letras y de Bellas Artes. Obra escrita en francés por Mr. Batteux; profesor real, de la Academia francesa, y de la inscripciones y Bellas Letras. Traducida al castellano, e ilustrada con varias observaciones críticasm y sus correspondientes apéndices sobre la literatura española, por D. Agustín García de Arrieta. Tomo VI, Madrid: Imprenta de Sancha, 1802.
xx, 340 pp., 2 hs., 8º. Sign: BNE 1/16357.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Bibliografía

Consúltese Principios filosóficos de la literatura, Tomo I.

Cita

Charles Batteux; Agustín García de Arrieta (traductor) (1802). Principios filosóficos de la literatura o Curso razonado de Bellas Letras y Bellas Artes, Tomo VI, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/principios-filosoficos-de-la-literatura-o-curso-razonado-de-bellas-letras-y-bellas-artes-tomo-vi> Consulta: 23/11/2024].

Edición

ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR

Concluida ya la primera parte de esta obra, en la cual se ha tratado de la Poesía en general y en particular, vamos a entrar en la segunda, que comprende los géneros de literatura en prosa, de los cuales es el primero la Elocuencia [1]. Objetos más importantes, y más serios, estudios más severos y reflexivos, van a reemplazar a los juegos de la imaginación y a las variadas ilusiones de la más hechicera de todas las artes. No es esto decir que no tengan entre sí la Poesía y la Elocuencia relaciones necesarias y puntos de contacto, por medio de los cuales se comuniquen recíprocamente, pues la imaginación (no la que inventa, sino la que pinta y mueve) es tan esencial al orador como al poeta y este, en el mayor arrebato de su entusiasmo, no debe perder de vista a la razón, si bien domina esta mucho más en la Elocuencia y aquella en la Poesía. Al dejar la una por la otra, debemos figurarnos que pasamos de las diversiones de la juventud, a las tareas y ocupaciones de la edad madura.

La Poesía es para el agrado y el placer, la Elocuencia para los negocios más útiles, más serios e importantes. Los versos nunca son un objeto serio, sino para el que los compone; su fin, su ocupación, es la agradable distracción de sus lectores. Mas cuando el ministro del altar anuncia en el púlpito las grandes verdades de la moral, a las cuales da una sanción necesaria y sagrada la idea de un Ser supremo remunerador y vengador, cuando el defensor de la inocencia y de la justicia hace resonar su voz en los tribunales, cuando el estadista delibera en los consejos sobre la suerte de los pueblos, cuando el digno panegirista del talento y de la virtud les tributa elogios, que para unos son estímulo, para otros reprensión e instrucción para todos, en fin, cuando el literato filósofo prepara en el silencio del retiro esas animosas reclamaciones que delatan los abusos, los errores y los crímenes al tribunal de la opinión pública, entonces la Elocuencia no solo es un arte, es un ministerio augusto, consagrado por la veneración de todos los ciudadanos y cuya importancia es tal que el mérito de decir bien es uno de los menores del orador. Así es que, ocupados entonces de nuestros propios intereses, más bien que del hechizo de sus palabras, nos olvidamos del hombre elocuente para no ver más que al virtuoso, al bienhechor del género humano. Así es como se establece esa admirable correspondencia entre cuanto hay más grande en el hombre, la virtud y el ingenio; así es como por medio de una feliz alianza se reúnen nuestros más preciosos intereses con nuestros más halagüenos afectos; así es como se revela a todo hombre pensador el poder real y la verdadera dignidad de las artes; así es como las lecciones de la Historia y los sucesos de nuestra edad (lo pasado que nos instruye, lo presente que nos aflige o consuela y lo futuro que nos amenaza o nos alienta), todo se reúne para recordarnos y hacernos palpable un principio eterno, que la frivolidad no comprende ni cree, que los perversos comprenden y temen demasiado y que la razón ha sabido apreciar y nos le repite incesantemente, a saber, que la ignorancia, la preocupación y el error son en todos los asuntos los más crueles enemigos de los pueblos y de sus soberanos y que los conocimientos, las luces, los talentos son efectivamente sus mayores protectores, los verdaderos instrumentos de su salud y de su pública felicidad.

Al presentar las artes del ingenio por un punto de vista tan respetable, no pretendo disimular cuanto han degenerado a cada paso de su noble institución. Todas las cosas humanas tienen dos aspectos, uno bueno y otro malo: empero la equidad exige que este no nos haga perder de vista a aquel. Las artes y los talentos son como todas las demás especies de poderes: los más respetables en sí mismos pueden ser los más odiosos y envilecidos, ya por la negligencia con que se los maneje, o ya por el abuso que de ellos se haga. La Elocuencia en un perverso político será la peste, el azote del Estado, mas en un hombre benéfico será su salud, su salvaguarda.

Hagamos la misma distinción en un orden de cosas menos sublime y no tendremos la injusticia de despreciar el arte de escribir, porque para muchas gentes ha venido a hacerse, por desgracia, una ocupación muy fácil. Este es (ya que es fuerza decirlo) el principio de toda degradación y el pretexto de que se valen la vanidad y la envidia, para abatir lo que debe ser muy honrado. Los retóricos y declamadores de las escuelas romanas, igualmente que muchos profesores, por mal nombre, de nuestros días, tan miserables como pedantes y ridículos, eran y son en realidad unos vulgares y chavacanos pedagogos. Mas un Quintiliano que, por espacio de veinte años, logró el honor único en Roma, de tener, a expensas del gobierno, una escuela pública de Elocuencia y de gusto, un Quintiliano, que ha transmitido sus lecciones a la posteridad, mereció con mucha justicia los homenajes y el reconocimiento de aquella. El insulso y frío panegírico de un hombre mediano, compuesto por un escritor adocenado, podrá no ser más que una amplificación de escuela. Mas la oración fúnebre de un pastor virtuoso, la arenga de un ministro, de un letrado respetable, el elogio de un Marco Aurelio compuesto por un orador filósofo, más de un panegírico publicado en nuestros días por algunos insignes académicos y literatos respetables, con otras muchas obras, donde la más rica Elocuencia ha servido para desenvolver las más importantes verdades de moral y de política, todas estas grandes y hermosas producciones, me atrevo a decirlo, no son propiamente libros, son leyes, beneficios, ejemplos, monumentos preciosos y sumamente útiles para nosotros y para la posteridad. Véase, pues, si la Elocuencia será un estudio importante y digno de la más seria atención en todo pueblo culto, que aspire a su mayor prosperidad.

Si es, pues, tan importante en su objeto, tan noble en sus motivos, tan útil en sus tareas y empresas, no desdeñemos la ciencia que le sirve de guía e introductora, la Retórica. No hagamos escrúpulo de volver por un momento a aquellas primeras nociones, que vulgarmente son más bien un pasatiempo que una instrucción para la juventud y que en el día pueden ser muy fructuosas para los talentos más formados. El conocimiento de los primeros principios bien desenvueltos y comprendidos, es el que nos habilita para conocer y apreciar el mérito de los que han sabido aplicarlos. Acordémonos, para servirme de una comparación de Quintiliano, de que la voz del más grande orador empezó por balbucir en la infancia y no miraremos con desprecio las primeras huellas que indican el camino del ingenio. Cuando la magia de las decoraciones teatrales nos representa la majestad de un templo, la pompa de un palacio, la verdura de una selva, queda nuestra vista hechizada de semejantes espectáculos, mas para causarle esta agradable ilusión, fue necesario estudiar y observar primero los efectos de la perspectiva, el juego y combinación de la luz y de la sombra, o de lo que se llama claroscuro y, en fin, el prestigio de los colores y de los matices. Esto supuesto, pasemos a hablar del método que nos hemos propuesto seguir en nuestra traducción.

Para ilustrar y completar esta parte tan útil e interesante de la literatura, he tenido por muy conveniente añadir, no solo el extracto de los mejores discursos y reflexiones publicadas hasta el día por los más célebres escritores de Europa que han sucedido a Mr. Batteux e ilustrado una u otra parte de las Bellas Letras, como lo he practicado hasta aquí con arreglo al plan que me propuse desde luego y de que di razón en el tomo segundo de mi traducción, sino también añadir el análisis de las insignes obras maestras sobre Elocuencia, escritas por los grandes maestros de la antigüedad, las cuales han servido, y servirán siempre, de texto en la materia. Estoy bien seguro de que el lector hallará sumo placer y gran utilidad en repasar la sabias lecciones y las maduras observaciones de un Longino, un Dionisio Halicarnaso y un Quintiliano, de cuyos escritos daremos el correspondiente análisis coronando con ellos el tratado de la Elocuencia y siguiendo en esto el método indicado por nuestro autor [2].

Siguiendo este método, omitiré, sin embargo, el análisis de la Retórica de Aristóteles. Los cuatro libros que este célebre filósofo compuso sobre tan vasta materia y de los cuales el último, dirigido a su discípulo Alejandro el Grande, no es más que un resumen de los tres primeros; son un tratado de Filosofía más bien que del arte oratoria. Viendo Aristóteles que los que habían escrito antes de él sobre el mismo asunto, habían descuidado mucho la parte moral, abrazó esta con preferencia como que también era ms análoga a su modo de considerar los objetos. Acostumbrado a generalizar todas sus ideas, aplica a la Retórica el método de los universales. Así, por ejemplo, cuando trata del género deliberativo, que gira particularmente sobre la discusión de lo útil y de lo honesto, pasa revista a todas las relaciones o respetos por donde pueden considerarse las acciones humanas y ser útiles u honestas. Hablando del género judicial, examina la naturaleza de las pruebas, la verosimilitud y la inverosimilitud, lo real y lo posible, el modo de defender y de acusar, de mover en el corazón de los jueces las diferentes pasiones que pueden determinarlos, como el odio, el amor, la indignación, la compasión, pero trata todos estos puntos con la austeridad de un filósofo que quiere se piense en ser moralista antes de ser orador. El estudio, pues, de este precioso tratado es, sin duda, muy útil e importante para los que se dedican a la oratoria del foro o del púlpito, si es que quieren cimentar su profesión y su arte sobre una basa sólida y conocer bien todos los materiales que deben emplear en la formación de sus discursos. Mas no es este el objeto de la presente obra, ni se trata en ella de formar, con solo su auxilio, oradores ni poetas, sino más bien de dar una justa idea de la buena Poesía y de la sana Elocuencia. No se trata de enseñar a moler y empastar los colores, ni a llevar el pincel, sino a ver, a juzgar, a sentir el efecto y la expresión del cuadro y el mérito del pintor. En cuanto a los medios que el artista emplea y los principios que debe seguir, basta que no nos sean desconocidos; a él solo toca estudiardos a fondo y practicarlos. El mismo Quintiliano, en sus Instituciones oratorias, se contenta con indicar las diferentes partes del arte junto con los preceptos de gusto, remitiendo a las escuelas a aquellos que quieran saber más o hacer profesión de la oratoria. Su obra, llena de instrucción y de agrado, es la que más hace a nuestro asunto y de la que, por tanto, daremos el análisis en el lugar que llevamos indicado, tomando de ella solamente lo que necesitemos para leer después los oradores con más fruto y placer y familiarizarnos con esta parte del lenguaje didáctico que no debe ignorar ninguna persona bien educada [3].

Si en esta segunda parte de nuestra traducción echare el lector de menos, como es regular, el que no presentemos por modelos de Elocuencia piezas enteras de este género sacadas de nuestros autores españoles, así como lo hemos practicado en la primera parte con todas las especies de Poesía, no debe atribuírnoslo a omisión, porque es bien notorio que no abunda nuestra literatura de piezas de Elocuencia que poder proponer o imitar, como de composiciones poéticas:

Carecemos (dice con mucha razón el autor del Teatro histórico-crítico de la elocuencia española) de piezas enteras de Elocuencia del modo que las tenemos de Poesía en todos los géneros, sobre las cuales podamos formar un juicio exacto y científico y así es imposible señalar ni obras, ni autores de un mérito general y completo en la elocucion. Lo único que se puede hacer es entresacar pasajes sueltos en donde reina un estilo más perfecto (pp. xiii-xiv) [4].

Mas estos pasajes sueltos, sumergidos, por decirlo así, en la pesadez de la materia, el fárrago de la erudición y la doctrina, con que ahogan nuestros autores antiguos su estilo y sus bellos pensamientos, no pueden servir de perfectos y completos modelos para una obra como la presente y así habremos de tomarlos a veces de los célebres oradores extranjeros contentándonos con insertar solamente trozos sueltos de nuestros prosadores de mejor nota que sirvan de muestra de buen estilo, ya que no de acabados modelos, en el asunto a que se apliquen.

Réstame solo advertir al lector que, habiéndome propuesto desde el principio no solo traducir la presente obra, sino también illustrarla, completarla y adicionarla, no deberá extrañar que la traducción aumente algunos volúmenes más de los seis de que consta el original, pues, en cambio, contendrá todo lo más selecto y útil sobre que cada artículo se haya adelantado y publicado hasta nuestros días y me sea posible desfrutar, no contando lo perteneciente a la literatura española, que jamás perderé de vista, con el fin de hacer la obra nacional en cuanto quepa. Por estas mismas razones, he juzgado necesario completarla de varios artículos que le faltan y no debieron omitirse en un curso de literatura. Es bien sabido que Mr. Batteux solo comprende en su obra bajo el nombre de literatura, la Poesía y la Elocuencia y que, en los demás ramos que aquella comprende, está absolutamente falto o muy diminuto, pues parece se limitó a tratar con preferencia de estas dos artes que, aunque muy importantes, no son las únicas, ni acaso las más necesarias de cuantas comprende el vasto y ameno campo de la literatura. Este defecto es casi general a todas las obras que hasta el día se han publicado sobre la materia:

Tenemos, dice el célebre Mr. La Harpe, en el Prefacio de su Liceo o Curso de Literatura, una multitud de libros didácticos y de colecciones bibliográficas cuyo mérito es indudable, pero todas tratan con preferencia de ciertos objetos particulares o son en las cosas generales puras nomenclaturas o diccionarios. Esta es, a lo que yo creo, la primera vez que tanto en Francia como en Europa, se ofrece al público una historia razonada de todas las artes del espíritu y de la imaginación desde Homero hasta nuestros días y que solo excluye las ciencias exactas y las físicas (p. 5) [5].

Tal es el plan que me he propuesto seguir en la traducción y adiciones de la presente obra, tan análoga por otra parte a la de Mr. Laharpe, la cual pienso desfrutar en lo que pueda ser útil a mi objeto. Así que podré decir de ella lo mismo que este célebre literato dice de la suya:

No es —dice— un libro elemental para los escolares, ni una obra de erudición para los sabios. Comprende, en cuanto me ha sido posible, la flor, el jugo, la sustancia de todos los objetos de instrucción, si bien confieso que he procurado hacerla peculiar de los oradores y poetas (p. 6) [6].

Si mi traducción lograre llenar tan importante objeto, tendré en ello gran satisfacción. Creeré haber hecho en ello un verdadero servicio a la nación, la cual ciertamente necesitaba una obra completa de esta especie. ¡Ojalá logre corresponder en algún modo a sus deseos!

Mas ¡cuán difícil no es llegar a la perfección y no padecer descuidos en una obra cuyo plan es tan vasto, tan serio y delicado, y que exige en sus pormenores la más prolija y escrupulosa atención y no como quiera de un solo hombre, sino de muchos, si fuese dable! Esta sola consideración quisiera tuviesen presente los críticos, en cuyo caso espero no desmerecer su indulgencia. Por lo demás, yo seré el primero a confesarles que habré cometido y cometeré descuidos, especialmente de estilo, pues este suele ocupar menos mi atención que el fondo de las cosas y no siempre se puede atender a todo con igual escrupulosidad.

  1. La distinción entre Elocuencia y Retórica es confusa en la «Introducción» del volumen: «La Retórica es el arte de la Oratoria o, lo que es lo mismo, de la Elocuencia». García de Arrieta se manifiesta en contra de los discursos amenos carentes de ideas pero que subyugan con la expresión a pesar de no poseer ninguna sustancia. Ese uso perverso de la elocuencia, que puede tener un origen natural o innato, no constituye la verdadera Elocuencia. Esta última consiste en aplicar en la forma los dictados de la Retórica. Lo explica diciendo: «no es la Retórica otra cosa que la teoría del arte de persuadir, del cual es la práctica la Elocuencia. La una traza el método, la otra le sigue; la una indica los manantiales, la otra va a beber en ellos; la una enseña los medios, la otra los emplea; la una corta (para servirme de la expresión de Cicerón) una selva de materiales, la otra hace elección de ellos y los emplea con discernimiento. La Retórica abraza los posibles, la Elocuencia se adhiere al objeto que se le propone, a los hechos que se le presentan y así es como este primer instinto de la Elocuencia natural ha llegado a ser el más sabio y profundo de todas las artes» (pp. 6-7).
  2. (Nota del autor) Mr. Batteux tradujo e ilustró con varias notas y observaciones el célebre tratado de Dionisio Halicarsano Sobre la construcción oratoria, con el fin de que sirviese de continuación a su Curso de literatura, al cual va unido, en el último tomo de la última edición, que es la que sigo. Por tanto, he juzgado conveniente y muy conforme a dicho método, añadirle el análisis del tratado Del sublime de Longino y de las Instituciones oratorias de Quinitiliano, por muy útiles y análogas al asunto.
  3. (Nota del autor) No puedo menos de recomendar entre las obras modernas de este género, las más preciosa y más sabia de cuantas hasta el día se han escrito y que puede competir con las más celebradas de la docta antigüedad. Hablo de los Dialógos sobre la Elocuencia en general y del púlpito en particular, escritos por el inmortal autor del Telémaco, en los cuales hallará el estudioso miras las más delicadas y sublimes sobre la oratoria y los principios del buen gusto en ella, modelados por el orden de los antiguos, cuyo espíritu respira el gran Fenelón en este tratado verdaderamente de oro.
    (Nota de la editora) Gabriel García Caballero, opositor a cátedras en la Universidad de Salamanca, señala en su Discurso sobre la Eloquencia del foro (Madrid: Joaquín Ibarra, 1770), lo siguiente: «La decadencia de la Elocuencia nunca podrá atribuirse sin injuria de las monarquías a la constitución de los gobiernos monárquicos: la mala educación, la desacertada elección de maestros y el mal gusto que reina en las gentes, con quienes de ordinario trata la juventud, que se destina al ejercicio de la Elocuencia, son la causa más principal de los atrasos en esta arte», p. 10.
  4. El primer volumen del Teatro histórico-crítico de la elocuencia española lo publicó Antonio de Capmany en 1786 (Madrid: Antonio de Sancha). Según declara en el «Discurso preliminar» considera que los autores extranjeros desconocen los progreso de las letras españolas, sobre todo asegura que desconocen la lengua española (p.ij). Por este motivo, ofrece una colección de los mejores autores españoles en prosa donde se aprecian las bellezas de su estilo desde la formación del lenguaje castellano hasta el siglo XVII. Reconoce que una de las causas por las que se ignnora el valor de los autores españoles es que se carece de obras completas que puedan presentarse como ejemplos de elocuencia. Ahora bien, eso no significa que en España se carezca de autores admirables que deben ser leídos y conocidos por las demás naciones cultas. No puede olvidarse que esta reivindicación coincide con la polémica en torno al famoso artículo que en 1782 Masson de Morvilliers publicara  en el volumen I de la Geographie Moderne (pp. 554-568) de la Encyclopédie Méthodique titulado «¿Qué se debe a España?».
  5. Jean-François de La Harpe (1739-1803) comenzó la publicación de su Lycée o Cours de litterature ancienne et moderne en 1798. La ingente obra está compuesta de dieciocho volúmenes y es el resultado de las lecciones que impartió desde 1786 en el Lycée. Recibió críticas por su escaso conocimiento de la antigüedad y de la Edad Media, pero fue muy valorado por su conocimiento de los autores del siglo XVII. Cito por la edición de Paris: Firmin Didot frères, 1811, T. I.