Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
Proyecto Admin
Identificación

Principios filosóficos de la literatura o Curso razonado de Bellas Letras y Bellas Artes, Tomo IX

Charles Batteux; Agustín García de Arrieta (traductor)
1805

Resumen

El último de los volúmenes de la traducción española de los Principios filosóficos de la literatura de Batteux contiene información sobre los géneros en prosa no tratados en los tomos anteriores. En el tratado I se ocupa de la narración histórica y de sus especies, a saber, la historia sagrada, la historia profana y las historias particulares. Se añade un suplemento «Sobre los historiadores antiguos de segunda clase y sobre los modernos historiadores», con apreciaciones sobre el estilo de la Historia y la Historia natural y unas páginas dedicadas en concreto a la Historia natural de Buffon (pp. 31-83).

El tratado II se dedica a las composiciones filosóficas y el tratado III al género espistolar incluyendo un apéndice sobre los prosadores españoles en este género (pp. 106-118). Finalmente el tratado IV tiene un carácter misceláneo. En primer lugar se ocupa de las novelas y de los cuentos, con un suplemento sobre las obras españolas (pp. 151-223). El tratado V versa sobre la Gramática; el siguiente sobre la Erudición, el VII sobre la Crítica, el VIII sobre la literatura y los literatos, el IX sobre los estudios y su método, el X sobre el estudio, el XI sobre los libros y el último sobre los diarios, periódicos y los periodistas.

Descripción bibliográfica

Batteux, Mr., Principios filosóficos de la literatura: ó Curso razonado de Bellas Letras y de Bellas Artes. Obra escrita en francés por Mr. Batteux; profesor real, de la Academia francesa, y de la inscripciones y Bellas Letras. Traducida al castellano, e ilustrada con varias observaciones críticas, y sus correspondientes apéndices sobre la literatura española, por D. Agustín García de Arrieta. Tomo IX, Madrid: Imprenta de Sancha, 1805.
2 hs., 477 pp., 1 p., 2 hs.; 8º. Sign.: BNE 1/16360.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000252555

Bibliografía

Consúltese Principios filosóficos de la literatura, Tomo I.

Cita

Charles Batteux; Agustín García de Arrieta (traductor) (1805). Principios filosóficos de la literatura o Curso razonado de Bellas Letras y Bellas Artes, Tomo IX, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/principios-filosoficos-de-la-literatura-o-curso-razonado-de-bellas-letras-y-bellas-artes-tomo-ix> Consulta: 03/12/2024].

Edición

DE LA ERUDICIÓN

Esta palabra que viene del latín erudire, enseñar, significar propiamente y a la letra «conocimiento, saber», pero se la ha aplicado más particularmente a la especie de saber que consiste en el conocimiento de los hechos y es fruto de una gran lectura. Se ha reservado el nombre de ciencia para los conocimientos que tienen más inmediata necesidad de raciocinio y reflexiones tales como la Física, las Matemáticas, etc. y el de Bellas Letras para las producciones agradables del espíritu y en que tiene más parte la imaginación, tales como la Poesía, la Elocuencia, etc.

La Erudición, considerada relativamente al actual estado de las Letras, comprende tres ramas principales: el conocimiento de la Historia, el de las lenguas y el de los libros.

El conocimiento de la Historia se subdivide en muchos ramos: historia antigua y moderna, historia sagrada, eclesiástica y profana, historia de la nación en particular y de los países extranjeros, historia de las ciencias y de las artes, cronología, geografía, antigüedades y medallas, etc.

El conocimiento de las lenguas comprende las lenguas sabias: las lenguas modernas, las orientales, muertas o vivas.

El conocimiento de los libros supone, a lo menos hasta cierto punto, el de las materias de que tratan y de sus autores. Mas principalmente consiste en el conocimiento del juicio que los sabios han formado de dichas obras, de la especie de utilidad que puede sacarse de su lectura, de las anécdotas concernientes a los autores y a los libros, de las diferentes ediciones de estos y de la elección que debe hacerse de aquellas [1].


El que poseyera perfectamente cada una de estas tres partes, sería un erudito verdadero y en toda forma, mas el objeto es demasiado vasto para que pueda abrazarle un hombre solo. Así que basta en el día para ser profundamente erudito o, a lo menos, para ser tenido por tal, poseer solo hasta cierto punto de perfección cada una de estas partes. Pocos sabios han estado en este caso y se pasa por erudito a más cómodo precio. Mas si es preciso restringir la signíficacion de la palabra erudito y extender su aplicación, por lo menos parece justo no aplicarla sino a los que abrazan, en cierto grado de extensión, la primer rama o parte de la Erudición, que es el conocimiento de los hechos históricos, sobre todo de los antiguos, y de la historia de muchos pueblos, porque un literato que se limitase, por ejemplo, a la Historia de España o la la Historia romana no mereceria con propiedad el nombre de erudito y sí solo se podría decir de él que tenía mucha erudición de la Historia española o romana, calificando el género a que se hubiese aplicado. Así tampoco se dirá que es erudito un hombre solamente versado en el conocimiento de las lenguas y de los libros, a menos que a estas nociones no una un conocimiento bastante extenso de la historia. 

Del conocimiento de la historia de los idiomas y de los libros nace aquella parte importante de la Erudición que se llama Crítica y consiste en desentrañar o aclarar el sentido de un autor antiguo, o en restablecer su texto o, en fin, (y esta es la parte principal) en determinar el grado de autoridad que se le puede conceder con respecto a los hechos que refiere. Consíguense estos dos fines primarios con un estudio continuo y meditado del autor, con el de la historia de su tiempo y de su persona y por medio del cotejo razonado de los diferentes manuscritos que nos han quedado de él. Por lo que toca a la Crítica, considerada con relación a la creencia de los hechos históricos, he aquí sus reglas principales, pues cuando tratemos de ella en particular, la consideraremos en su principal acepción, esto es, como examen ilustrado y como juicio equitativo de las producciones literarias:

1ª. No se deben contar por pruebas sino los testimonios de los autores originales, es decir, de aquellos que han escrito en el mismo tiempo o muy cerca de él porque la memoria de los hechos se altera fácilmente, si se tarda algún tiempo en escribirlos. Cuando pasan simplemente de boca en boca cada qual añade de suyo, casi sin quererlo. «Así, dice Mr. Fleury, las tradiciones vagas de los hechos muy antiguos, que jamás han sido escritos o lo han sido muy tarde, no merecen crédito alguno, especialmente cuando repugnan a los hechos probados. Y no se diga que pueden haberse perdido las historias porque, como se dice sin probarlo, también se puede responder que jamás las hubo» [2].

2ª. Cuando un autor, grave y verídico por otra parte, cita escritos antiguos que ya no tenemos, se le debe o, a lo menos, se le puede creer, mas si estos autores antiguos existen es necesario compararlos con el que los cita, especialmente cuando este es moderno. Además se debe examinar estos mismos autores antiguos y ver que grado de crédito se les puede dar. «Así, añade Fleury, se debe consultar los originales citados por Baronio porque muchas veces ha dado por auténticas piezas falsas o sospechosas y se ha seguido traducciones poco fieles de autores griegos».

3ª. Aun los autores contemporáneos no deben ser seguidos sin examen. Débese saber primero si los escritos son verdaderamente suyos, porque se sabe que hay muchos supuestos. Cuando el autor es cierto, aun se debe examinar si es digno de fe, si es juicioso e imparcial, si está exento de credulidad y superstición, si es bastante ilustrado para desentrañar la verdad y harto sincero para no haber caído a veces en la tentación de sustituir a esta sus conjeturas o ciertas apariencias y sospechas que pudiesen seducirle. El que ha visto merece más crédito que el que solo ha oído decir, el escritor del país, más que el extranjero y el que habla de puntos de su secta o doctrina, más que las personas indiferentes, a menos que el autor no tenga un interés conocido y visible en referir las cosas de distinto modo que ellas son en sí. Los enemigos de una secta o de un país deben sobre todo ser sospechosos, salvo en lo que digan favorable al partido contrario, pues en tal caso debe esto mirarse como un buen testimonio. Lo que contienen las cartas del tiempo y las actas originales debe ser preferido a las narraciones de los historiadores. Si hay variedad entre los escritores se los debe conciliar, si hay contradicion se debe escoger lo que parezca más cierto o probable. No hay duda en que sería mucho mas cómodo para el escritor el limitarse a referir las diferentes opiniones y dejar el juicio libre al lector, pero lo es más para este, que quiere más saber que dudar, el ser decidido por el crítico.

Hay en la crítica dos extremos de los cuales se debe huir igualmente: la demasiada indulgencia y la excesiva severidad. Otro exceso hay también que se debe evitar y es el querer sujetarlo todo a conjeturas. Se quiere saber y adivinarlo todo: cada crítico sutiliza y refina sobre lo que han dicho los críticos anteriores, por quitar algún hecho a las historias recibidas y alguna obra a los historiadores conocidos: crítica peligrosa y despreciable que aleja la verdad aparentando buscarla.

La Erudición es un género de conocimiento en que los modernos se han distinguido por dos razones: cuanto más envejece el mundo, más se aumenta la materia de la erudición y, por consiguiente, debe haber más eruditos, así como debe haber más caudales cuando hay más numerarios. Además, la antigua Grecia solo cuidaba de su Historia y de su idioma y los romanos solo eran oradores y políticos y así !a erudición propiamente dicha no fue muy cultivada por los antiguos. No obstante, se halla en Roma hacia el fin de la República, y después en tiempo de los emperadores, un corto número de eruditos, tales como Varrón, Plinio el naturalista y algunos otros.


[...] Los griegos de Constantinopla no fueron verdaderamente útiles a los literatos de Occidente, sino por lo respectivo a la lengua griega que les enseñaron a estudiar formando discípulos que bien pronto igualaron o excedieron a sus maestros. Así que la Erudición debió su renacimiento al estudio de las lenguas griega y latina: el profundo estudio de estas y de los autores que la habían hablado preparó insensiblemente a los ingenios para que tomasen el gusto a la sana lireratura. Echose de ver que los Demóstenes, los Cicerones, los Homeros, los Virgilios, los Tucídides y los Tácitos habían seguido los mismos principios en el arte de escribir y de aqul se concluyó que estos principios eran los fundamentos del arte. Sin embargo, no fueron bien conocidos y desentrañados los verdaderos principios del gusto hasta que se comenzó a aplicarlos a las lenguas vivas.

Empero la primer ventaja que produjo el estudio de las lenguas fue la Crítica, de que ya hemos hablado: se purgó a los antiguos textos de las faltas que la ignorancia o el descuido de los copiantes había introducido en ellos, se restauró lo que la injuria de los tiempos había desfigurado, se explicó, por medio de sabios comentarios, los pasajes oscuros, se formaron reglas para distinguir los verdaderos escritos de los supuestos, reglas fundadas en el conocimiento de la Historia, de la Cronología, del estilo de los autores, del gusto y del carácter de los diferentes siglos. Estas reglas fueron principalmente útiles cuando nuestros sabios, después de haber agotado la literatura latina y griega, pusieron la atención en los tiempos bárbaros que llaman Edad Media. Se sabe cuánto se han distinguido en este género de estudio los Phitou, los Sainte-Marthe, los Ducange, los Valois, los Mabillon, etc. [3]. Gracias a las tareas de estos sabios, la antigüedad y los tiernpos posteriores han sido no solo desentrañados, sino aun casi enteramente conocidos o, a lo menos, tan conocidos como es posible conforme a los monumentos que nos han quedado.

La afición a las obras de ingenio y el estudio de las ciencias exactas han sucedido entre nosotros al gusto de nuestros padres por las materias de erudición. Aquellos contemporáneos nuestros que aún cultivan este se quejan de la preferencia exclusiva e injuriosa que damos a otros objetos (véase la Historia de la Academia de Bellas Letras, tomo XVI). Sus quejas son racionales y dignas de ser apoyadas, mas algunas de las que alegan contra esta preferencia no parecen tan incontestables. La cultura de las Letras, dicen, exige ser preparada por los estudios ordinarios de los colegios, preliminar que no exige el estudio de las Matemáticas ni el de la Física. Esto es cierto mas, siendo muy considerable el número de jóvenes que salen todos los años de las escuelas públicas, podría suministrar cada año a la Erudición colonias y refuerzos muy suficientes si otras razones, buenas o malas, no inclinasen los ingenios a otra parte. Las Matemáticas, añaden, constan de partes distintas unas de otras y que se pueden cultivar separadamente, en vez de que todos los ramos de Erudición están enlazados entre sí y exigen ser abrazados simultáneamente. A esto es fácil responder:

1º. Que hay en las Matemáticas un gran número de partes que suponen el conocimiento de otras, que un astrónomo, por ejemplo, si quiere abrazar en toda su extensión y con toda perfección la ciencia que profesa, debe estar muy versado en la Geometría elemental y sublime, en el Análisis más profundo, en la Mecánica ordinaria y trascendental, en la Óptica y en todos sus ramos, en las partes de la Física y de las artes que tienen relación con la construccion de instrumentos.

2º. Que si la Erudición tiene algunas partes dependientes unas de otras, las tiene también que no se suponen recíprocamente: que un gran geógrafo puede ser extrangero en el conocimiento de las antigüedades y de las medallas, que un célebre anticuario puede ignorar toda la Historia moderna y que, recíprocamente, un docto en la Historia moderna puede no tener más que un conocimiento muy general y muy ligero de la Historia antigua y así de lo demás.


Paréceme, pues, que hay otras razones más reales y justas para la preferencia que en el día se da al estudio de las ciencias y a las producciones ingeniosas y agradables:

1ª. Los objetos ordinarios de la Erudición están como agotados por el gran número de literatos que se dedicaron a este género y, siendo por lo común poco importante el objeto de los descubrimientos que restan por hacer, es, por tanto, poco a propósito para excitar la curiosidad. Los descubrimientos en Matemáticas y en Física exigen sin duda más ejercicio de parte del entendimiento, pero su objeto es más atractivo, su campo más vasto y además lisonjean mucho el amor propio por su misma dificultad. En cuanto a las obras de ingenio y de agrado, es sin duda muy dificil, y acaso más que en cualquier otro género, el producir cosas nuevas, pero la vanidad se fascina fácilmente sobre este punto, no ve más que el placer de tratar de asuntos más agradables y de ser aplaudida por un número mayor de jueces. Así que las Ciencias exactas y las Bellas Letras son en el día preferidas a la Erudición, por la misma causa que fue esta preferida en el tiempo de la restauracion de las letras ofreciendo un campo menos cultivado y más ocasiones de decir cosas nuevas o de aparentar que se decían, porque la ambición de hacer descubrimientos en un género está, por decirlo así, en razón compuesta de la facilidad de los descubrimientos considerados en sí mismos y del número de ocasiones que se presentan de hacerlas o de aparentar que se han hecho.

2º. Las obras de ingenio casi no exigen lectura alguna, basta aquel y algunos grandes modelos. El estudio de las Matemáticas y de la Física no exige más que la lectura reflexiva de algunas obras. Cuatro o cinco libros de muy corto volumen, bien meditados, pueden formar un matemático muy profundo en el Análisis y la Geometría sublime y lo mismo sucede, a proporción, con las demás partes de estas ciencias. La Erudición exige harto mayor número de libros: es cierto que si un literato se limitase, para hacerse erudito, a leer los libros originales, abreviaría mucho sus lecturas, pero aún le quedaría que hacer un gran número de estas. Además, tendría mucho que meditar para sacar por sí mismo de la lectura de los originales que los modernos han sacado poco a poco, ayudándose mutuamente con sus trabajos y que han desenvuelto en sus obras. Un erudito que se formase con la lectura sola de los originales se hallaría en el caso de un geómetra que quisiese suplir toda lectura con sola la meditación: podría verificarlo absolutamente con un talento superior, pero caminaría más lenta y trabajosamente.

Tales son las razones que han ocasionado entre nosotros la decadencia de la Erudición, mas si pueden servir para explicar esta decadencia, no pueden justificarla.


Ningún género de conocimientos es despreciable: la utilidad de los descubrimientos, en materia de Erudición, no es acaso tan sorprendente y notable, sobre todo en el día, como puede serlo la de los descubrimientos en las ciencias exactas. Mas no es la utilidad sola, es la curiosidad satisfecha y el grado de dificultad vencida quien forma el mérito de los descubrimientos. ¿Cuántos descubrimientos científicos no tienen más mérito que este? ¿Y cuán pocos tienen otros?

La especie de sagacidad que exigen ciertos ramos de Erudición, por ejemplo la Crítica, no es menor que la que necesita el estudio de las ciencias, y aun acaso exige aquella a veces más destreza: el arte y el uso de las probabilidades y de las conjeturas supone, en general, un talento más perspicaz que aquel que solo cede a la fuerza de las demostraciones.

Además, aun cuando se supusiese (lo que no es así) que ya no hay progresos que hacer en el estudio de las lenguas sabias, cultivadas por nuestros mayores (la hebrea, la griega y la latina), ¿cuánto no resta aún que desentrañar en el estudio de muchas lenguas orientales, cuyo profundo conocimiento procuraría a nuestra literatura las mayores ventajas? Se sabe con que éxito cultivaron los árabes las Ciencias, cuánto les deben la Astronomía, la Medicina, la Aritmética, la Álgebra, la Agricultura, cuántos historiadores, poetas y escritores de todos géneros han tenido. La España y la Francia están llenas de manuscritos árabes, cuya traducción nos valdría una infinidad de conocimientos curiosos [4]. Lo mismo debe decirse de la lengua china. ¿Qué materia tan vasta de descubrimientos no ofrece a nuestros literatos? Acaso se dirá que el solo estudio de estas lenguas exige todo un sabio y que, después de haber gastado años en aprenderla, quizá no quedará bastante tiempo para sacar de la lectura de los autores las ventajas que se prometen. Es cierto que en el actual estado de nuestra literatura, los pocos auxilios que hay para estudiar las lenguas orientales debe hacer su estudio mucho más prolijo y que los primeros sabios que a él se dedicaron consumieron en él toda su vida, pero su trabajo será útil a sus sucesores. Los diccionarios, las gramáticas, las traducciones se multiplicaran y perfeccionaran poco a poco y la facilidad de instruirse en estas lenguas se aumentará con el tiempo. Nuestros primeros sabios han pasado casi toda su vida estudiando el griego y en el día ya es negocio de muy pocos años. He aquí, pues, un ramo de Erudición enteramente nuevo, harto descuidado hasta nuestros tiempos y bien digno de que en él se ejerciten nuestros sabios. ¿Cuánto no hay aun que descubrir en los ramos más cultivados que este? Pregúntese a los que más profundo estudio han hecho en la Geografia antigua y moderna y de ellos sabremos, con asombro, cuantas cosas hallan en los originales que aún no se han visto o sacado y cuantos errores hay que rectificar en lo que dijeron sus predecesores. El que desentraña primero con feliz éxito una materia es seguido de innumerables autores, que no hacen más que copiarle hasta sus mismas faltas, y que nada añaden a su trabajo, y el estudioso queda asombrado, después de haber recorrido un gran número de obras sobre el mismo objeto, al ver que apenas se han dado los primeros pasos, cuando la muchedumbre cree ya agotada la materia. Lo que aquí digo de la Geografia, fundado en la autoridad de los hombres más versados en esta ciencia, pudiera decirse, por las mismas razones, de otras muchas materias. Falta mucho para que pueda decirse que nada resta por cultivar en la Erudición.


Los auxilios que en el día tenemos para la Erudición la facilitan de tal modo que nuestra desidia sería inexcusable, si no nos aprovechasemos de ellos.

En fin, sin razón se objetará que la Erudicion enfría el ingenio, le hace pesado e  insensible a las gracias de la imaginación. La Erudición toma el carácter de los talentos que la cultivan; es abstrusa en unos, agradable en otros; tosca y desordenada en estos, llena de miras de gusto, de delicadeza y sagacidad en aquellos [5]. Deja, como la Geometría, al entendimiento en el estado en que le halla o, para hablar con más exactitud, no hace ningún mal efecto sensible, sino en los talentos preparados ya por la naturaleza para el mal. Aquellos a quienes hace pesados la Erudición habrían sido pesados con la ignorancia misma y así, por esta parte, nunca es grande a pérdida: se gana un docto, sin perder un escritor agradable. [...]

Mucho se ensalza, en obsequio de las ciencias exactas, el espfritu filosófico que ciertamente han contribuido a propagar entre nosotros, mas ¿se cree que este espíritu filosófico no halla frecuentes ocasiones de ejercitarse en materias de Erudición? ¿Cuán necesario no es en la Crítica para discernir lo verdadero de lo falso? La Historia ¿cuántos monumentos no ofrece de la malicia, la imbecilidad, el error y la extravagancia de los hombres y de los mismos filósofos? Materia de reflexiones tan inmensa como agradable para el hombre pensador. Las ciencias exactas, se dirá, llevan por esta parte muchas ventajas. El espíritu filosófico que mantiene su estudio no halla en este contrapeso alguno; por el contrario, el estudio de la Historia tiene uno para los talentos de un temple ordinario: un erudito, ambicioso de datos, que son los únicos conocimientos que busca y aprecia, corre riesgo de acostumbrarse a ser muy indulgente sobre este artículo. Todo libro que contiene hechos o pretende contenerlos es digno de su atención: cuanto más antiguo es, tanto más se inclina a darle crédito, sin hacerse cargo de que la incertidumbre de las historias modernas, cuyos datos estamos en estado de poder verificar, debe hacernos circunspectos en orden al grado de confianza que damos a las historias antiguas. Un poeta es para él un historiador que da testimonio de los usos de su tiempo. No busca en Homero, bien así como el abate Longuerue [6], sino la geografia y las costumbres antiguas y pierde de vista al gran hombre y al gran pintor. Mas, en primer lugar, de esta objeción se seguiría, cuando más, que la Erudición, para ser verdaderamente estimable, necesita ser ilustrada por el espíritu filosófico, mas no que se la deba despreciar por sí misma. En segundo lugar, ¿no se moteja también al estudio de las ciencias exactas que extingue o enerva la imaginación, que la hace árida e insensible a los hechizos de las Bellas Letras y de las Artes, que habitúa a cierta austeridad de espíritu, la cual exige demostraciones cuando bastan probabilidades, y que intenta transportar el método geométrico a materias a que no es adaptable? Si esta censura no comprende a cierto número de geómetras, que han sabido unir las gracias del ingenio a los conocimientos profundos y exactos, comprende a un número mucho mayor de estos. Convengamos, pues, en que por esta parte corren parejas, con corta diferencia, las ciencias y la Erudición, en cuanto a los inconvenientes y las ventajas.


Quéjanse muchos de que la multiplicación de periódicos y de diccionarios de todas clases ha dado el golpe mortal a la Erudición y extinguirá poco a poco el gusto al estudio. Los partidarios de la Erudición pretenden que nos sucederá lo mismo que a nuestros predecesores, a quienes los compendios, los análisis y las colecciones de sentencias, hechas por monjes y clérigos en los siglos bárbaros, hicieron perder insensiblemente el amor a las Letras, el conocimiento de los originales y hasta los originales mismos. Sin embargo, estamos en bien distinto caso: la imprenta nos libra del riesgo de perder libro alguno verdaderamente útil y ¡ojalá no tuviese el inconveniente de multiplicar las malas obras! En los siglos de ignorancia era tan difícil procurarse libros que cualquiera se tenía por muy dichoso en tener compendios y extractos de ellos. A título de esto solo, pasaba cualquiera por sabio; en el dia no sucederá así. En fin, el estudio de las Ciencias debe sacar muchas luces de la lectura de los antiguos. Sin duda puede uno saber la historia de los pensamientos de los hombres, sin pensar por sí mismo, mas un filósofo puede leer con mucha utilidad el pormenor de las opiniones de sus semejantes: allí encontrará muchas veces semillas de ideas preciosas que desenrollar, conjeturas que verificar, hechos que aclarar, hipótesis que confirmar. [...]

Sin embargo, al recomendar a los filósofos mismos la lectura de sus predecesores, no pretendo, como lo han hecho algunos sabios, deprimir a los modernos con el falso pretexto de que la filosofía moderna no ha descubierto más que la antigua. Digan lo que quieran, toda la ventaja en este punto está de parte de los modernos, no porque sean superiores en luces a sus predecesores, sino porque han venido después. La mayor parte de las opiniones de los antiguos sobre el sistema del mundo y sobre casi todos los objetos de la Física, son tan vagas y mal probadas que no se puede sacar luz alguna de ellas. [...]

Confesemos, pues, por una parte, en obsequio de la Erudición, que la lectura de los antiguos, puede suministrar a los modernos semillas de buenos descubrimientos y, por otra, en favor de los sabios modernos, que estos han llevado mucho más adelante que los antiguos las pruebas y las consecuencias de opiniones felices, que los antiguos se contentaron tan solo con aventurar, si es permitido hablar así. No despreciemos, pues, ninguna especie de sabiduría útil, ni especie alguna de hombres. Creamos que los conocimientos de todas clases se enlazan e ilustran mutuamente, que los hombres de todos los siglos son semejantes unos a otros con corta diferencia y que con los mismos datos producirían unas mismas cosas.


 

DE LA CRÍTICA

Antes de hablar de esta parte tan importante de la Literatura, examinaremos primero que se entiende por crítico. Crítico, dice Mr. Mallet, es el autor que se dedica a la Crítica, a este arte tan sublime y delicado y que ejerce la función más respetable cual es la judicatura de las Letras, por decirlo así [7]. Considerado el nombre de crítico bajo otra acepción más particular, se aplica a varias especies de escritores cuyos trabajos e investigaciones abrazan diversos ramos de la Literatura, como son:

1. los que se han dedicado a reunir y enumerar las obras de cada autor, a discernirlas, para no atribuir a uno lo que pertenece a otro, a hacer juicio crítico de su estilo y de su modo de escribir, dar noticia del éxito o reputación que han tenido en el mundo y del fruto que puede sacarse de sus escritos. Tales han sido Phocío, Erasmo, Rapin, Huet, Baillet, etc. [8].

2. Los que por medio de disertaciones particulares han ilustrado puntos oscuros de la historia antigua o moderna como Meursio, Ducange, Launoy y muchos sabios de la Academia Francesa de Bellas Letras [9].

3. Los que se han dedicado a recoger manuscritos antiguos, formar colecciones ordenadas de ellos, a publicar ediciones de los antiguos, como los bolandistas, los benedictinos y, entre otros, el padre Mabillon, Baluzio, Grevio, Gronovio, etc. [10].

4. Los que han compuesto tratados históricos y filosóficos de las más célebres bibliotecas, como Justo Lipsio, Gallois, etc. [11].

5. Los que han formado bibliotecas o catálogos razonados de autores, sea eclesiásticos o profanos, como Dupin y otros [12].

6. Los comentadores o escoliastas de autores antiguos como Dacier, Bentley, Juvencio y todos los demás autores cuyas notas se han recopilado y publicado con el título de Variorum y Ad usum Delphini [13].


En fin, como dice Mr. Baillet, bajo el nombre de críticos se comprenden también los autores que han escrito de filología, con los títulos extraordinarios y extravagantes de varias lecciones, lecciones antiguas, nuevas lecciones, lecciones sospechosas, lecciones memorables, misceláneas, esquediasmas, colecciones, observaciones, advertencias, correcciones, escolios, notas, comentarios, exposiciones, dudas, conjeturas, lugares comunes, selectas, extractos, florilegios, parergas, saturnales, semestres, noches, vigilias, jornadas, horas sucesivas o sucesivas, precidáneas, sucidáneas, centurias, en una palabra, todos los que han escrito de Bellas Letras o han trabajado sobre los autores antiguos para examinarlos, corregirlos, explicarlos, ilustrarlos, los que han abrazado aquella literatura universal que se extiende a toda clase de ciencias y autores y que formaba antiguamente la principal y más hermosa parte de la Gramática, antes que los malos gramáticos la obligasen a mudar su nombre en el de Filología, la cual, si bien abraza las principales partes de la literatura y algunas otras de las ciencias, pero mirando esencialmente a las palabras de cada una, no trata de las cosas sino rara y casualmente. Tales fueron entre los antiguos Varrón, Ateneo, Macrobio, etc. y, entre los modernos, los dos Escalígeros, Lambino, Erasmo, Turnebo, Causabon, Pithou, Saumasio, Sirmondo, Petavio, etc. [14].

Para juzgar de la importancia del trabajo de estos críticos (hablo de los que se han dedicado a la restitución o restauración de la literatura antigua) bastará representarse el caos en que los primeros comentadores hallaron envueltas las más preciosas obras de la antigüedad. Por parte de los copiantes, los caracteres, las palabras, los pasajes aclarados, desfigurados, omitidos o transportados en los diversos manuscritos; por parte de los autores, la alusión, la elipsis, la alegoría, en una palabra, todas las finuras y delicadezas de lenguage y de estilo que suponen un lector ya medio instruido en ellas. ¡Que confusión no había que aclarar después que la revolución de los siglos, las mudanzas que esta había ocasionado en las opiniones, las costumbres y los usos y sobre todo aquel vasto intervalo de barbarie y de ignorancia que separaba los tiempos de la restauración de las letras de aquellas en que florecieron parecía haber cortado toda comunicación entre nosotros y la antigüedad!

Los restauradores de la literatura antigua no tenían más que un camino y este muy incierto que era el adivinar, por decirlo así, las lenguas y hacer perceptibles unos por otros los autores con el auxilio de los monumentos. Mas para transmitirnos este oro antiguo, fue necesario perecer en las minas. Confesémoslo, tratamos con demasiado desprecio a esta especie de Crítica y a los que la han ejercido, con tanto trabajo por su parte y con tanta utilidad para nosotros, con mucha ingratitud. Ricos con sus vigilias, hacemos alarde de poseer lo que quisiéramos que hubiesen adquirido sin gloria. Es cierto que estando el mérito de una profesion en razón de su utilidad y de su dificultad. combinadas, la del erudito ha debido perder su consideración a medida que ha venido a ser mas fácil y menos importante. Pero sería injusticia juzgar lo que ha sido por lo que es al presente. [...]

Esta parte de la Crítica cornprendía también la verificacion de los cálculos cronológicos, a poderse verificar estos cálculos. Mas el poco fruto que han sacado de este trabajo los ilustres sabios que en él se ejercitaron, prueba que en adelante sería tan inútil como penoso volver a sus investigaciones. Debe saberse ignorar lo que no se puede comprender y es muy verosímil que lo que no se ha averiguado ya en la ciencia de los tiempos, jamás se averiguará y en ello perderá bien poco el espíritu humano. Pasemos ahora a hablar de la Crítica en particular y considerada en su más genuina significación, es decir, como examen ilustrado y como juicio equitativo de las producciones del espíritu humano. Todas estas, dice Mr. Marmontel, pueden comprenderse bajo tres clases principales que son: ciencias, artes liberales y artes mecánicas, asunto vastísimo que no tendremos la temeraria osadía de profundizar en los estrechos límites de un tratado como el presente, así que nos contentaremos con establecer los principios generales que todo hombre capaz de sentimiento y reflexión puede concebir.

  1. La crítica textual forma parte de la erudición y así lo constatan otros autores de la época y aquí también unas líneas más adelante cuando se señala que de la unión del conocimiento de los libros y de las lenguas nace la Crítica. Sobre el concepto de erudición, pueden verselos trabajos de Antonio Mestre, «La Erudición, del Renacimiento a la Ilustración», Bulletin Hispanique, 97/1 (1995), pp. 213-232 y M.  Dubuis, M., «Del concepto de un 'movimiento erudito', componente de la Pre-Ilustración», Cuadernos de Estudios del siglo XVIII, 30 (2020), pp. 165-190. https://doi.org/10.17811/cesxviii. 30.2020.165-190.
  2. Claude Fleury (1640-1723), eclesiástico cisterciense, teólogo e historiador de la Iglesia y perceptor real, fue conocido por su voluminosa Historia eclesiástica, valorada, entre otros, por el propio Voltaire. Aquí se le menciona por su Traité du choix et de la méthode des études (1686, 2 vols.), así como en la cita siguiente. Véase Raymond E. Wanner, «Claude Fleury as an Educational Historian», en Claude Fleury (1640–1723) as an Educational Historiographer and Thinker. Archives Internationales D’Histoire Des Idees/International Archives of the History of Ideas, 76 (1975). https://doi.org/10.1007/978-94-010-1630-8_4
  3. Menciona aquí Batteux destacados eruditos como Pierre Pithou (1539-1596), conocido como Petrus Pithoeus, aludido como editor de autores antiguos; Denis de Sainte-Marthe (1650-1725), benedictino de la congregación de San Mauro, destacado teólogo e historiador francés; Charles du Fresne, señor du Cange (1610-1688), conocido simplemente por Du Cange, fue un reputado historiador y glosógrafo francés; Enrique Valois o Henrico Valesio (1603-1676), publicó las obras de Sócrates y Sozomeno, entre otros, y Jean Mabillon (1632-1707) al que se atribuye la fundación de la diplomacia y la paleografía como ciencias historiográficas.
  4. (Nota del traductor) Sin embargo, apenas tenemos en España quien se dedique al estudio del árabe y las aulas en que este se enseña casi se puede decir que están desiertas. ¿Cuál es la causa de tan deplorable abandono? Todos la saben, no es necesario que yo la diga.
  5. (Nota del traductor) Testigo de estas verdades, entre otros, el célebre Barthelemy, en su Viaje de Anacarsis. (Nota de la editora) El Viaje del joven Anacarsis a Grecia u originalmente, en francés, Voyage du jeune Anacharsis en Grèce, dans le milieu du quatrième siècle avant l'ère vulgaire, es una obra de ficción sobre los viajes del sabio Anacarsis, escrita por Jean-Jacques Barthélemy y publicada en 1788.
  6. Louis Dufour de Longuerue (1652-1733), protegido de Fénelon y conocido como el abate de Longuerue, destacó como historiador, lingüista y conocedor de las antigüedades. 
  7. Se refiere al abate Edmé-François Mallet (1713-1755), enciclopedista y escritor francés, conocido por su Essai sur l'étude des Belles Lettres (1747), Principes pour la lecture des poetes (1745) y sus Principes pour la lecture des orateurs (1953).
  8. Siempre que se habla de erudición o de crítica los referentes proceden de la antigüedad o del siglo XVII. Así, los autores aquí mencionados resultan autoridades religiosas y literarias de lo más representativo. Además del griego Phocion, conocido por sus lecciones de moral, y de Erasmo de Rotterdam, cita al jesuita René Rapin (1621-1687), célebre por sus Observations sur les poèmes d'Homère et de Virgile (1669) y sus Réflexions sur la poëtique d'Aristote et sur les ouvrages des poètes anciens et modernes (1673); Pierre-Daniel Huet (1630-1721), recordado por su Traité de l'origin des romans y el teólogo Adrien Baillet (1649-1706), famoso por su Jugemens des savants sur les principaux ouvrages des auteurs que empezó a publicarse en 1685.
  9. El holandés Jean van Meurs (Meursio) (1579-1639) fue muy conocido por sus numerosos estudios crítico-filológicos y su conocimiento de la anticuaria y la arqueología. Su obra más representativa es su extenso Thesaurus antiquitatum graecarum y Jean de Launoy (1603-1678) que aplicó los principios de la crítica a la historia eclasiástica para acabar con las falsas leyendas. Sobre Du Cange, véase n. 6.
  10. Étienne Baluze (1630-1718) o Stephanus Baluzius fue un historiógrafo que se dedicó a demostrar la autenticidad de los documentos y Grevio y Gronovio se interesaron por recopilar tratados sobre antigüedades griegas y romanas.
  11. Jodocus o Joost Lips, conocido como Justus Lipsius o Justo Lipsio (1547-1606), fue uno de los eruditos más famosos del siglo XVI, junto con el francés Joseph Justus Scaliger (1540-1609), dedicado a la historia griega y romana antiguas, así como a la de Persia, Babilonia y Egipto, y el ginebrino Isaac Casaubon (1559-1614), a los que Batteux alude a continuación. Este último fue considerado en su tiempo como el más ilustrado de Europa. En cuanto a Jean Gallois (1632-1707) fue un académico francés reconocido por la Academia de Ciencias como matemático y por la Academia francesa por sus conocimientos del griego.
  12. Se refiere a Louis Ellies du Pin o Dupin (1657-1719), profesor de Filosofía en el Collège de France y compilador de la Bibliothèque universelle des auteurs ecclésiastiques.
  13. Ad usum Delphini (para uso del Delfín) es una colección de 64 volúmenes de autores clásicos griegos y latinos destinados a la educación del hijo de Luis XIV que se publicó entre 1670 y 1698. Esta fórmula se hallaba estampada en la cubierta. Los textos aparecían expurgados en aquellos pasajes que se consideraron poco apropiados para que los conociera el hijo del rey. Fue una iniciativa de Charles de Sainte-Maure, duque de Montausier, bajo la supervisión de Jacques Bénigne Bossuet y de Pierre-Daniel Huet.
  14. Reitera aquí los nombres de las autoridades repetidamente mencionadas en la obra. En el caso de Saumasio, aparece como comentador de Estrabón. Véanse las notas anteriores.