Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Historia literaria de España, desde su primera población hasta nuestros días, Tomo II, Parte I

Rafael Rodríguez Mohedano; Pedro Rodríguez Mohedano
1768

Resumen

El segundo tomo de la Historia literaria de España se divide en dos partes que, físicamente, se corresponden con dos volúmenes. Tras la dedicatoria «Al Excelentísimo Señor Don Pedro Pablo Abarca de Bolea», conde de Aranda, el «Índice» con los tres libros incluidos y las «Erratas» aparece el prólogo que se edita y cuya relevancia para la interpretación de la teoría de la lectura dista de ser decisiva.

En el «Prólogo», los Mohedano recurren —como era habitual— a recordar la buena acogida que había tenido el primer tomo, impreso dos años antes. Además, reconociendo la extensión de este segundo, revelan que ese era el motivo que les había llevado a dividirlo en dos volúmenes.

Apuntan la dificultad que entraña el estudio y sistematización de los autores más antiguos debido a la parquedad de noticias existentes sobre ellos. A este respecto, proponen que la razón y la buena crítica debían ser perseguidas por obras de erudición como la Historia literaria de España, que no aceptarían como válidas las disposiciones de autores de la antigüedad solo por el mero hecho de pertenecer a ese tiempo.

Los hermanos reconocen como autoridad a su coetáneo Jean-Pierre de Bougainville, miembro de la Real Academia de Inscripciones y Bellas Letras de Francia. Los Mohedano traducen amplios pasajes de obras de este autor y las incorporan a su prólogo. En esos textos se explican algunos errores de los antiguos griegos, así como su ignorancia sobre determinados temas, lo que soporta su idea de no conceder autoridad expresa a ningún erudito, independientemente de su antigüedad, pues podría estar equivocado. La finalidad de tan vasto excurso es justificar la necesidad de examinar las fuentes para comprobar su veracidad.

Tras el prólogo y la «Advertencia» (que viene a ser la corrección de una errata del primer tomo), se incluyen los libros tercero, cuarto y quinto de la Historia literaria de España (referidos a las letras de los pueblos anteriores a griegos y cartagineses y a las de las épocas de estos mismos) y un «Índice de las cosas notables», ordenado alfabéticamente y con la inclusión de entradas onomásticas y temáticas, entre otras.

Descripción bibliográfica

Rodríguez Mohedano, Rafael y Rodríguez Mohedano, Pedro, Historia Literaria de España, desde su primera poblacion hasta nuestros días. Origen, Progresos, Decadencia y Restauracion de la Literatura Española: en los tiempos primitivos, de los Phenicios, de los Cartagineses, de los Romanos, de los Godos, de los Arabes, y de los Reyes Catholicos: Con las vidas de los hombres sabios de esta Nacion; juicio critico de sus Obras, Extractos y Apologías de algunas de ellas: Disertaciones historicas y criticas sobre varios puntos dudosos: para desengaño é instruccion de la juventud Española. Por los PP. Fr. Rafael y Fr. Pedro Rodriguez Mohedano, Lectores de Theología en el Convento de San Antonio Abad de Granada, del Orden Tercero Regular de N. S. P. San Francisco, en la Provincia de San Miguèl, y el primero Custodio de dicha Provincia. Tomo II. Dividido en dos partes o volumenes. Dedicado al Excelentissimo Señor Conde de Aranda, Capitan General y Presidente del Supremo Consejo de Castilla. Parte I. Madrid: Imprenta de Francisco Javier García, 1768.
30 hs., 333 + [29] pp.; 4º. Sign.: BNE 3/51389.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000253193

Bibliografía

Consúltese Historia literaria de España, Tomo I.

Cita

Rafael Rodríguez Mohedano; Pedro Rodríguez Mohedano (1768). Historia literaria de España, desde su primera población hasta nuestros días, Tomo II, Parte I, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/historia-literaria-de-espana-desde-su-primera-poblacion-hasta-nuestros-dias-tomo-ii-parte-i> Consulta: 23/11/2024].

Edición

PRÓLOGO

Después de la idea y plan general de la obra que expusimos en el primer tomo, apenas tenemos que prevenir a los lectores para el segundo, que ahora se publica. La general aceptación con que ha sido recibida nuestra empresa nos anima mucho a la continuación. El pronto despacho de un gran número de ejemplares y otras demostraciones nada equívocas nos aseguran del voto favorable del público [1].

No nos lisonjeamos que en este primer ensayo de nuestro trabajo haya derecho correspondiente al honor que tan liberalmente nos dispensan las personas celosas del bien común. Conocemos que en su noble modo de pensar tiene más parte su generosidad que nuestro mérito, que el celo de promover las letras en su nación los mueve a atender más a lo plausible de la empresa que a la felicidad del desempeño y, en fin, que la manifiesta utilidad y necesidad de la obra concilia alguna indulgencia a los defectos de su ejecución.

Pero, al mismo tiempo, debemos confesar que esta aceptación favorable nos da idea clara de que en España, generalmente, reina el amor a las letras y hay en esta sabia nación un gran número de personas muy eruditas y celosas de sus progresos. Esta experiencia, que con la presente ocasión se nos ha hecho visible, nos llena de singular gusto por los vivos deseos que tenemos de que en unos genios como los españoles, nacidos para las ciencias, compita la aplicación con el talento. La inteligencia y celo de los que velan sobre el bien público nos infunde seguras esperanzas de una feliz revolución en esta línea y que, acertada elección del mejor método de estudios, hará dominante y de la moda en España el gusto de una erudición sólida y todo género de buena literatura [2].

Nosotros, en la continuación de nuestro proyecto, cooperamos cuanto está de nuestra parte a tan nobles designios, desterrando la ignorancia de la historia y de los grandes modelos de la antigüedad que, en parte, ha sido causa del atraso de las letras, como dijimos en el prólogo del primer tomo. Ya se acercan los tiempos de los antiguos y célebres escritores de España, de cuyo mérito pretendemos informar, y que van a ser asunto más copioso y ameno de nuestra historia. Debemos agradecer la instancia con que muchas personas muestran su deseo de que, llegando a este periodo, vuelen más libres y desembarazadas nuestras plumas, pero se debe reflexionar que hemos salido de los tiempos más difíciles y que más necesitaban de ilustración. Entre las malezas y espinas de la antigüedad y la fábula hemos procurado descubrir los verdaderos [3] orígenes de la literatura española, y esta, que en su nacimiento divierte su corriente y, por la distancia y estorbos, aparece de corto caudal, en llegando a campo abierto y terreno desembarazado formará caudalosos ríos y vastos mares de erudición. Los lectores hallarán más satisfacción y nosotros mayor descanso [4]. La belleza de la materia dará valer a las diligencias del arte; ella, por sí misma, descubrirá su fondo y bastará mostrarla sin tener que acrisolar su mixtura ni pulir su rudeza. Columela, Pomponio Mela, los Sénecas, Lucano [5] y otros por donde daremos principio son personajes tan distinguidos y autorizados en la república de las letras que apenas necesitan introductores para ser recibidos con aceptación. Tal es la materia que prevenimos para los tomos siguientes, después de dar una breve idea de la cultura que los españoles recibieron de los romanos. Este último asunto, aunque copioso, por más conocido [6] lo trataremos con menos prolijidad; procuraremos que esta brevedad respectiva nada disminuya de las riquezas del asunto.


El desmesurado volumen que sacaba el presente tomo nos ha obligado a dividirlo en dos partes. En la segunda, que comprende las disertaciones destinadas a dar más luz y extensión a varios puntos que la necesitan, acaso repararán algunos que hablamos de los antiguos escritores griegos con más rigor que parece corresponder al mérito de una nación tan famosa en la República de las Letras, pero no hacemos en realidad otra cosa más que aplicar a los puntos particulares las reglas de crítica y principios ciertos establecidos en general por los más sabios autores. Nuestra aparente severidad parecerá justa moderación si se atiende a las pruebas y testimonios que alegamos. Para apreciar los antiguos no es menester ser sus ciegos veneradores y creer sin examen todo cuanto escribieron. No se puede negar que en esta línea ha reinado alguna preocupación a favor de los griegos. La opinión de su sabiduría y la belleza de su expresión ha ocultado la falta de solidez de algunas de sus sentencias, dando pasaporte franco o con poco escrúpulo a las noticias sospechosas por atención y respeto a los conductores; pero el respeto a la verdad debe prevalecer a las pasiones literarias [7].

Ya muchos antiguos nos infundieron alguna desconfianza sobre esta materia y la experiencia misma nos ha acreditado con cuánta razón. Basta leer a Josefo [8] en los libros que escribió contra Apión, a Clemente Alexandrino en sus Stromas y a Eusebio en la Preparación evangélica para convencerse de esta verdad. Pero un sabio moderno ha dado nueva luz a estas reflexiones y hemos juzgado oportuno poner aquí sus palabras, que acreditan nuestra conducta y sirven de máximas para el desengaño y de preservativos contra el error.

Este sabio es Mr. Bougainville, noble individuo de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París [9] ,en quien hemos hallado con satisfacción singular, si no guía, a lo menos apoyo y confirmación de nuestras ideas. En su primera Memoria [10] sobre el viaje y periplo de Hannón, leída en la Academia año 1754, se explica así:

Los monumentos de la literatura e historia cartaginesa, a no haberse perdido, nos instruirían del estado del África interior, del de la España antigua y de otros infinitos hechos desconocidos a los griegos, los cuales, reconcentrados en sí mismos, muy superficiales y desvanecidos con la superioridad que lograban en las artes y pretendían gozar también en las ciencias, sin profundizar cosa alguna tenían por falso todo lo que ellos ignoraban. Tal es el carácter de los más de los escritores griegos. No negamos que eran muy propias a esta nación las bellezas del estilo y del genio, pero también es preciso confesar que falta muchas veces exactitud a la crítica que hacen de los extranjeros, porque, con su natural presunción, juntaban una voluntaria ignorancia. Estas reflexiones, aunque no nuevas, son sólidas, e importa mucho no perderlas de vista cuando se estudia en los escritores de la Grecia, precaución muy esencial para los lectores de buen gusto, que necesitan más este preservativo contra el engaño y la seducción. En efecto, los más hábiles para conocer el valor de sus obras tienen más riesgo de caer en sus errores. Este encanto ha influido bastante en muchos de nuestros sabios modernos. Haciendo viva impresión en sus ánimos el agrado de estos bellos escritores, parece se han olvidado que un hombre de entendimiento debe imitarlos en el estilo, mas no siempre en las opiniones. Aunque aspire a escribir como ellos, debe reservarse el derecho de pensar por sí mismo. Al ver estos comentadores entusiastas despreciar sin examen todo lo que los griegos injustamente trataban de bárbaro, es de sospechar que, en su juicio, todas las noticias y los talentos se encerraban en los límites de Italia y Grecia, como si estas dos naciones fueran todo el universo y no hubiera pensado más que en Roma y Atenas […] [11]. Esto debió de reflexionar un moderno [12] cuando nos representa a los cartagineses como bárbaros e ignorantes y, con la autoridad frívola de algunos versos de comedia, trata como fábulas todas las historias de Libia y, en particular, el periplo de Hannón. Con todo, los navíos de Cartago y Fenicia recorrían todos los mares y, en un tiempo en que el conocimiento de los griegos no pasaba de las columnas de Hércules y del Ponto Euxino, los cartagineses y los fenicios, introducidos por el comercio en Egipto en la corte de Persia, en todos los contornos del Asia y hasta las Indias, podrían adquirir de estas vastas regiones y sus habitantes noticias más ciertas y curiosas, dignas, por tanto, de ser preferidas a las vagas y confusas ideas de estos griegos desdeñosos, formadas de relaciones informes, desfiguradas con las ficciones de sus poetas y sueños de sus filósofos; pero, de todos los escritores de la antigüedad, los griegos y, después de ellos, los romanos, son los únicos a quienes ha perdonado el tiempo, a lo menos, en parte. Como son los que frecuentemente manejamos, del trato nos nace la afición y cierta preocupación a favor de ellos, que es razonable y justa como no se lleve al exceso. Acostumbrados a ver por sus ojos, desechamos sobre su palabra todo lo que ellos no admitieron por verdadero y quitamos del número de hechos históricos todo lo que ignoraron sin considerar que no estaban en proporción de saberlo y que apenas se dignaban instruirse en estos puntos. No es así como se debe pronunciar la crítica. Cuando un hecho es verosímil y su aserción está revestida de todos los caracteres de probabilidad, un mero argumento negativo tomado del silencio o la contradicción de un escritor extranjero o posterior al suceso no destruye su verdad. Por el contrario, para asegurar que tal o tal hecho es creíble no es siempre necesario que conste formal y expresamente de un autor antiguo; algunas veces es consecuencia necesaria de dos hechos ciertos o generalmente recibidos, y entonces, esta consecuencia no es menos cierta aunque no sea enunciada en términos expresos. La historia no es un agregado de textos históricos; consiste en su combinación hecha con inteligencia, sagacidad y método. Estas ruinas juntas hacen juzgar de lo que falta al edificio. Un talento recto, por lo que tiene a la vista, forma juicio de lo que no ve. De que los romanos, según Tito Liviomucho antes de la primera guerra púnica tenían oficiales y magistrados a cuyo cargo estaba la fábrica de los navíos, se debe concluir, contra el mismo Tito Livio, que largo tiempo antes de esta época tenían marina.


La profunda reflexión de este sabio académico convence que hay ocasiones en que sin testimonio expreso se puede y debe afirmar o negar un hecho contra testimonios expresos de autores antiguos, regla de crítica de singular uso en la historia y que hemos seguido algunas veces por reflexión propia y, por tanto, celebramos verla apoyada con la autoridad y razón de un sabio tan respetable: 

Los conocimientos geográficos de los fenicios y de los cartagineses —dice en otra parte—[14], excedían a los de Estrabón y sus contemporáneos. Sucede en la historia como en la pintura: que hay una perspectiva fundada en leyes ciertas. La teórica es simple y fecunda pero, su práctica, difícil. El estudio de sus principios y el arte de servirse de ellos distinguen al historiador del mero compilador de hechos. Casi todo el conocimiento que tenemos de la antigüedad se lo debemos a los griegos, que la conocían muy mal, y a los romanos, que recibieron de los griegos estas noticias. De aquí nace la costumbre que tenemos de conformar nuestros juicios a las ideas de los antiguos, a quienes llamamos antiguos por excelencia. Del mismo principio nace esta erudición servil, que no permite dilatar por discurso los límites del horizonte, en que se contiene la noticia de nuestros maestros. Sin embargo, Roma no existía, Grecia era aún salvaje y bárbara, toda la Europa no era más que una selva inculta cuando florecía el Egipto y había imperios poderosos en el Asia… La correspondencia perpetua y necesaria entre los pueblos de estas vastas monarquías, la opulencia y lujo que reinaba en sus cortes no podría mantenerse sin el comercio. La extensión del comercio pende de la extensión de los conocimientos geográficos [...] [15]. Así, las naciones del Asia hicieron largos viajes de mar. Los griegos, divididos en pequeñas sociedades, no estaban en disposición de ejecutar estas grandes empresas [16]. Como la ciencia de la guerra y las artes liberales se vincularon en la Grecia, la inteligencia y práctica de un vasto comercio fue propia de los fenicios y, por consiguiente, los últimos era preciso tuviesen más exacto conocimiento del globo terráqueo […]. Mucho tiempo antes que la Grecia tuviese filósofos, Tiro y Cartago habían tenido navegantes muy hábiles. Sus escuadras habían recorrido casi todos los mares, reconocido las costas e islas […]. Estos conocimientos, que ocultaban a los extranjeros sus avaros poseedores, eran para la curiosidad misterios y fábulas para la ignorancia, casi siempre desdeñosa. Con el tiempo y varias revoluciones se perdieron estas noticias y los griegos no pudieron suplir esta falta porque no se hallaron en situación de suceder a los fenicios en su vasto comercio y largas navegaciones. En lugar de descubrimientos se hacían en Grecia sistemas sobre el origen del universo, sobre la figura de la tierra; el fruto de estas hipótesis fue detener el progreso de los conocimientos en esta línea porque en cada escuela se establecía una opinión dominante que debía prevalecer contra los mismos hechos; la verdad de estos era sacrificada al empeño de mantener aquellas.

Tales fueron las causas, según este sabio, de la ignorancia de los griegos en punto de geografía. Y, si ignoraban mucho del globo terráqueo en general, ¿qué podían saber de la topografía y situación de los pueblos particulares? Es preciso no solo que supiesen poco de las regiones distantes, sino que las más de sus noticias sobre estos asuntos sean vagas, groseras, confusas y equivocadas. Así, no es de extrañar que nosotros las examinemos y seamos cautos en admitirlas. La crítica no permite conceder a los griegos tanta autoridad en la geografía y conocimiento de lugares distantes donde no estuvieron, como en la retórica, poética y otras bellas artes en que fueron muy versados.


No se debe poner duda en que Estrabón y Ptolomeo son los principales geógrafos de la antigüedad. Con todo, el referido académico [17] descubre en ellos algunos errores capitales y la causa verdadera de su ignorancia:

El viaje de Eudoxio, que refiere Posidonio, es muy verosímil, y tan conforme a las noticias modernas [18] que no pudo ser obra de la imaginación. Sin embargo, Estrabón lo tiene por fábula: trata a Eudoxio como a Hannón, a Hannón como a Piteas; hace todos sus esfuerzos para desacreditarlos. También impugna las vagas conjeturas la física y geografía de Eratóstenes […]. Este modo de pensar sería inexplicable en un escritor tan sabio y juicioso como Estrabón si no nos enseñara la experiencia de todos los siglos cuánto pervierte el juicio el espíritu de sistema y hace abusar de la erudición. Estrabón, sobre la cosmogonía, había adoptado una hipótesis opuesta a los hechos y quería sostenerla a cualquier precio que fuese. Así, su método, como el de todos los que están prevenidos a favor de una opinión, es negar todo lo que no se conforma con sus principios. Tal es el origen de todos los errores geográficos que se encuentran en sus obras […]. Este geógrafo, como también otros más antiguos, no quería creer habitables los países situados bajo la línea [19] o en sus inmediaciones a causa del excesivo calor de estos climas, como por el rigor del frío suponía desiertas todas las regiones vecinas a los círculos polares. En consecuencia de estas falsas ideas, daba al África la figura de un trapecio […]. Eratóstenes, que no sujetaba, como Estrabón, los hechos a sus hipótesis, creía la zona tórrida habitable, y aun habitada. Daba por razón las continuas lluvias que caen en los países situados entre los trópicos cuando el sol está en su cénit. Este hecho, del todo verdadero, no es regular lo supiese por discurso, sino por relación de los viajeros que habían pasado la línea. Lo mismo digo de la reflexión hecha por los pilotos de Necho sobre la proyección de la sombra de los cuerpos. Estos hechos, que no ignoraba Estrabón, debían bastar para desengañarle. Pero un ánimo preocupado no se deja convencer de la evidencia.

No es solo esto, añade el citado autor [20]. Estrabón tenía a Homero por el primero de los geógrafos, no solo en la antigüedad, sino en la certeza y extensión de sus conocimientos. Semejante paradoja no se podía sostener sino desmintiendo formalmente a todos aquellos cuyos descubrimientos posteriores daban a conocer las equivocaciones de Homero. Este es el partido que toma Estrabón. El sistema de la infalibilidad de Homero es una segunda causa de errores, que hubiera ciertamente evitado si no le cegara este entusiasmo religioso. Semejante disposición de entendimiento hace capaces de negar verdades ciertas y juntamente sostener absurdos manifiestos, todo con la mejor fe del mundo. De que la relación de Piteas contenía circunstancias opuestas a las ideas comunes y de que no permanecían los establecimientos hechos por Hannón en las costas de África, Estrabón infiere que sus viajes son falsos y, sus escritos, supuestos. El mismo hombre, para justificar la alta idea que se ha formado de la erudición geográfica de Homero, emprende sostener como noticias auténticas todas las fábulas imaginadas por los mitólogos sobre las flotas de Minos, los viajes de Jasón, de Hércules y de Baco; da cuerpo a las brillantes quimeras de los tiempos heroicos para crear autoridades en favor del poeta objeto de su culto. No le detiene la grande antigüedad que es menester atribuir a estos pretendidos viajes y, con todo, esta es la objeción principal que hace contra el viaje de Hannón. ¡Qué consecuencias no se pueden sacar de esta contradicción de un autor consigo mismo! ¡Y cuántas reflexiones se pudieran hacer sobre la debilidad de los entendimientos humanos! La historia de Eudoxio, que Estrabón juzgaba increíble, se parece bastante a las aventuras de Cristóbal Colón. Solo faltó alguna felicidad al primero para hacer lo que el segundo, que abrió quince siglos después a los españoles el camino de un mundo desconocido.


Por lo que toca a Ptolomeo, así es como se explica el referido autor [21]:  

Aunque parece que desde la época del viaje de Eudoxio no se intentó la navegación alrededor del África, continuó por el espacio de muchos siglos la opinión de que era posible. No se dudaba esto en tiempo de Arriano. Este autor, en su periplo del mar Eritreo, habla como de una verdad constante de la comunicación del mar de la India con el océano Atlántico u Occidental […]. Sin embargo, Ptolomeo, contemporáneo de Arriano, no tenía conocimiento de esta continuidad del océano Atlántico con el mar Oriental [22]. Es difícil concebir semejante ignorancia, pero es preciso creerla si hemos de juzgar por sus obras. Y, como por mucho espacio de tiempo, los griegos y los árabes no estudiaron la geografía sino en los escritos de Ptolomeo, de aquí provino que el camino de Europa a la India por el mar Occidental y el mediodía de África se perdiese absolutamente, quedando tan sepultado en el olvido que no se hubiera emprendido de nuevo a no ser por la animosa revolución de los navegantes portugueses.

Hasta aquí Mr. de Bougainville sobre las causas de la ignorancia geográfica de los griegos.

Pues si dos geógrafos tan diligentes como Estrabón y Ptolomeo, que florecieron en tiempos bien ilustrados, ignoraban tanto sobre la situación general del mundo, sin embargo de que había repetidos informes sobre aquellos puntos, ¿qué mucho se equivocasen varias veces sobre la topografía y origen de los pueblos occidentales y tuviesen ideas muy vagas y confusas sobre mil particularidades geográficas e históricas, especialmente cuando eran de cosas muy antiguas y se mezclaban fábulas y rumores populares? En estos puntos en que ellos no deponen por sí mismos, sino hablan las más veces de oídas y por informes ajenos, ¿por qué hemos de abrazar ciegamente sus testimonios contra toda razón y verosimilitud, especialmente sabiendo que reinaba en los escritores de aquella nación, y en los romanos, que los siguieron, el espíritu sistemático de reducir a verdades históricas las fábulas sobre los orígenes de los pueblos y la manía de aplicarlos a la Grecia con sola la alusión de las palabras o, a lo menos, no desechar estos asuntos como fabulosos por un respeto supersticioso a la antigüedad? En consideración de esto, conocerán los críticos la razón que tenemos no para desechar absolutamente el testimonio de los griegos sobre el origen de poblaciones antiguas de España, sino para admitirle con cautela, con restricción, con desconfianza y solo después de un maduro examen [23] en la parte que no se opone a la verosimilitud o a principios ciertos o bien establecidos en la historia antigua.

  1. Independientemente de la valoración de la buena recepción del primer tomo de la obra, publicado en 1768, debemos tener en cuenta que, realmente, afirmaciones como esta no servían para asumir el éxito cosechado, sino para sembrar un posible éxito futuro.
  2. Es de las pocas afirmaciones de este prólogo que pueden servir para caracterizar el proceso de lectura y de interpretación de fuentes: el mayor cientificismo y el asentamiento de las bases de la crítica moderna.
  3. Como se ha apuntado, el conocimiento de los verdaderos orígenes de las letras patrias muestra una dificultad que camina paralela a la escasa aportación de fuentes sobre los pueblos que las protagonizaron. Es más, el momento en que los Mohedano —y otros— suponen el comienzo de la literatura española no coincide con el actual, que no se centra, como en este caso, en una uniformización de los pueblos que alguna vez pisaron el territorio de la actual España aun cuando dicho estado ni siquiera existía.
  4. Es el reconocimiento de que, según avance la historia, todo será más seguro porque habrá mayores fuentes de las que partir.
  5. Escritores hispanos del siglo I a. C.
  6. El texto de los Mohedano dice «lo». Regularizamos este y otros casos de leísmo según las normas y convenciones actuales.
  7. Los Mohedano son conscientes de que algunos autores defienden determinados postulados movidos por intereses ajenos a la buena crítica, como la defensa de la nación o las luchas eruditas entre escritores.
  8. (Nota de los autores) «Basta haber leído sin preocupación la mayor parte de los autores griegos para convenir que merecen la reprehensión que les dan muchos escritores juiciosos y, particularmente, Josefo en su apología de los judíos contra Apión. Él defiende en toda forma la causa de las naciones extranjeras contra la vanidad de los griegos y el mérito de sus pruebas debe reunir todos los sufragios en su favor» (Jean-Pierre de Bougainville, Mémoire sur les découvertes et les établissements faits le long des côtes d’Afrique par Hannon, amiral de Carthage, Mémoires de littérature, tirés des registres de l’Académie Royale des Inscriptions et Belles-Lettres, depuis l’année MDCCLII jusques et compris l’année MDCCLIV, t. 26, París: Imprimerie Royale, 1759, p. 26, n.k). (Nota del editor) El texto está recogido en la segunda sección, que lleva por título «Traducción del Periplo de Hannón, acompañada de algunas aclaraciones».
  9. Sociedad francesa fundada a mediados del siglo XVII y dedicada al estudio de las inscripciones, las medallas y la emblemática.
  10. (Nota del autor) Bougainville, Mémoire…, op. cit., pp. 26-27.
  11. (Nota del autor) Bougainville, Mémoire…, op. cit., pp. 30-31. (Nota del editor) El texto correspondiente a la referencia es el que sigue al número volado.
  12. Es Henry Dodwell y sus aportaciones a los cuatro volúmenes de Geographiae veteris scriptores graeci minores, publicadas de 1698 a 1712.
  13. (Nota del autor) Tito Livio, Ab Urbe condita libri, lib. IX, cap. 30.
  14. (Nota del autor) Bougainville, Jean-Pierre de, Suite du mémoire sur les découvertes et les établissements faits le long des côtes d’Afrique par Hannon, amiral de Carthage, Mémoires de littérature, tirés des registres de l’Académie Royale des Inscriptions et Belles-Lettres, depuis l’année MDCCLV jusques et compris l’année MDCCLVII, t. 28, París: Imprimerie Royale, 1761, pp. 299-301. Leída año 1767. (Nota del editor) El fragmento aparece en la cuarta sección, titulada “«Reflexiones sobre el comercio de Cartago en particular y sobre el de los antiguos en general». Los Mohedano indican que el texto fue leído en la Academia en 1767 y la Suite… revela que fue entre diciembre de 1757 y enero de 1758.
  15. Los Mohedano no incluyeron ni este ni los restantes signos que señalan, convencionalmente, la supresión de parte del texto original. Todos pertenecen al editor.
  16. La oración precedente es un resumen del texto original, no una mera traducción.
  17. (Nota del autor) Bougainville, Suite…, op. cit., p. 314.
  18. Los autores resumen parte del texto original en esta primera parte de la oración.
  19. El ecuador.
  20. (Nota del autor) Bougainville, Suite…, op. cit., pp. 314-316. (Nota del editor) La referencia se corresponde con el texto que sigue al número volado.
  21. (Nota del autor) Bougainville, Suite…, op. cit., pp. 316-317.
  22. En el original de Bougainville esta oración es una pregunta, no una afirmación.
  23. Tras el amplio excurso sobre los conocimientos de los griegos, los Mohedano concluyen, con una brevedad que no se corresponde con la extensión de la explicación previa, cuál es su criterio con respecto a las fuentes: revisarlas para comprobar sus veracidad o corrección.