Este cuarto tomo se ocupa de los escenarios fuera de las fronteras de Italia en el siglo XVI. En el primer capítulo del libro V se examina el estado de la poesía dramática en Francia y en los tres siguientes capítulos se aborda el desarrollo de los espectáculos teatrales en las otras naciones de Europa, con sendos capítulos dedicados a Alemania, Inglaterra (donde en el juicio no muy favorable sobre Shakespeare se reconoce la influencia de Voltaire), y la España del siglo XVI (pp. 37-96), desde la Celestina hasta las tragedias de Lupercio Leonardo de Argensola.

En las páginas dedicadas al drama español del siglo XVI puede leerse un amplio comentario sobre la tragicomedia Dar la vida por su dama: el Conde de Sex, de Antonio Coello, atribuido entonces al monarca Felipe IV, y más tarde también a Calderón y Matos Fragoso.

En los capítulos del libro VI se ocupa del teatro europeo en el XVII. Así, los primeros tres capítulos de esta segunda parte abordan el teatro italiano: se estudian las tragedias, pastorales, comedias, obras musicales, con una apreciada incursión sobre los actores académicos, histriones y los edificios teatrales.

A continuación, consagra un amplio capítulo a la historia del teatro español del periodo (pp. 195-284), centrado en la comedia áurea, donde destaca el interés del autor napolitano por las comedias de capa y espada. Se detiene especialmente en la producción teatral de Lope de Vega, Moreto y Calderón. Napoli Signorelli enumera una larga lista de defectos que constituyen un representativo muestrario de las críticas de los neoclásicos a aquel teatro que juzgaban poco educativo y ajeno al sistema de valores ético-morales que ellos propugnan.

Entre las principales objeciones de Signorelli destaca la ausencia de las reglas de las tres unidades, la presencia de un lenguaje pomposo, el abuso de juegos de palabras, las redundancias en la explicación de algunas situaciones, la existencia de numerosas expresiones fantásticas y de situaciones inverosímiles y extravagantes, así como la combinación de elementos cómicos y bufos con situaciones trágicas e impropias del género. Y sobre todo denuncia la falta de decoro.

Respecto del autor de La vida es sueño, las consideraciones del hispanista napolitano, centradas en deslindar las virtudes y los defectos de su fórmula teatral, revelan un valorable esfuerzo por precisar de modo más equilibrado y menos apasionado la aportación dramática del Calderón, en quien percibe dotes de gran dramaturgo, sobre todo en sus comedias de capa y espada ^(a).

En su crítica al drama aurisecular puede reconocerse especialmente el influjo de Nicolás Fernández de Moratín, quien de todos modos, como recuerda el autor de El sí de las niñas, se propuso valorar las virtudes y los aciertos de la fórmula teatral que había dominado en la España del XVII y parte del XVIII ^(b).

Este capítulo contiene sin duda las páginas más provechosas e interesantes del volumen con alusiones en clave comparada al drama italiano del periodo y en polémica constante con Lampillas, el ex jesuita expulso afincado en Génova, y su Saggio Storico-apologético della letteratura spagnola (1778-1781), y a quien, unos años antes, le había dedicado un opúscolo crítico en modo de respuesta a las observaciones a su historia teatral que aquél había incluido en su Saggio ^(c). 

El estudio de las tragedias holandesas y alemanas y un último capítulo consagrado al teatro inglés de la «Restauración» cierran este volumen.

Del mismo modo que en los volúmenes anteriores, este tomo incluye al final un apartado de notas y  observaciones complementarias a cargo del erudito campano Carlos Vespasiano (pp. 301-306). En nota a pie de página al inicio de estas notas, Signorelli lamenta la repentina pérdida de su amigo. Afirma que Italia había perdido «uno de’ più zelanti suoi difensori letterati e l’autore della presente storia il suo antico verace amico in questo valentuomo nativo di Marzano […] mancato di vivere […] il dì 16 di novembre del passato anno 1788» (p. 301).

• El critico italiano, sin desconocer los defectos que desde su mirada clasicista se hallaban presentes en las obras calderonianas, exalta su vena artística, percibiendo que sus textos revelan un no sé qué, un espíritu activo, vivaz y encantador. Son, en efecto, sobre todo sus comedias de capa de espada en las que Signorelli percibe mayor regularidad, situaciones interesantes y un estilo más acorde al género y por tanto mayores niveles de elaboración artística. Por lo que atañe al género de la tragedia y los dramas históricos y mitológicos, aunque enjuicia de modo positivo el trazado de determinados caracteres (Herodes, Mariene, Dorotea, Semíramis) y valora acertadamente algunos pasajes de El Tetrarca de Jerusalén y La niña de Gómez Arias, la opinión del crítico italiano resulta mucho más severa al percibir numerosas irregularidades y un lenguaje artificial en dichas piezas. A este respecto, sobre las comedias y la vertiente trágica calderonianas en el autor partenopeo, véanse, respectivamente, F. Quinziano, 2006 y 2004, citados en la bibliografía del Tomo I. 
• Moratín hijo cuenta que su padre Nicolás no quería que «Signorelli ignorase los rasgos de ingenio felicísimos, las situaciones patéticas y cómicas, ni el mérito de lenguaje, facilidad y armonía que se encuentra[n] en los desarreglados dramas» de los autores del Siglo de Oro, L. Fernández de  Moratín, Vida de don Nicolás Fernández de Moratín [1821], en Obras de don Nicolás y don Leandro Fernández de Moratín, Madrid: Atlas, 1944, p. xiv. 
• P. Napoli Signorelli, Discorso storico-critico da servire di lume alla Storia critica. Véase bibliografía en Storia critica dei teatri antichi e moderni, Tomo I.