Al comienzo de la reseña del segundo tomo, Pedro María Olive explica la estructura de la traducción de los Principios filosóficos de la literatura de Batteux. Así, aclara que el traductor español presentó como primer volumen la obra que el abate francés publicara en 1747 con el título de Les belles arts reduits à un même principe y que, a partir del segundo volumen, va detallando cuáles son los principios de cada género particular y lo ilustra con los ejemplos griegos, latinos y franceses que en cada caso corresponde. Señala, a su vez, que el traductor español ha obviado algunas veces estos ejemplos en favor de otros procedentes de los autores españoles.
En esta ocasión, Olive deja claro el propósito de la publicación de sus análisis: «nuestro plan por ahora debe ceñirse a presentar un tratado reducido de literatura, o un compedio de lo que hallemos más útil e interesante, ya sea en el original, ya en la llamada traducción» (pp. 107-108). Además, señala que su intención es seguir el método del autor francés más que el del traductor español, que a veces le desconcierta. El orden consiste, por tanto, en explicar primero la naturaleza de cada género de poesía, exponer su historia abreviada y examinar después las composiciones griegas o latinas.
Siguiendo, pues, este esquema se trata por extenso del apólogo y de la égloga, géneros que conforman el segundo tomo de los Principios filosóficos de la literatura. Respecto de los apólogos, especifica que García de Arrieta añade un apéndice sobre los fabulistas españoles modernos. En cuanto a la égloga, traslada la siguiente opinión, que constata la decadencia e incluso la desaparición de la poesía pastoril:
Se ha hecho bien en no multiplicar los largos poemas pastoriles, pues es difícil ser en ellos a un mismo tiempo gracioso y sencillo, además de que como esta poesía solo admite pasiones moderadas, bien pronto se hace lánguida y monótona, a no ser que salga de su género. Será, pues, mejor imitar a Teócrito y a Virgilio que no emprender pesadas composiciones que fastidian no menos al lector que al poeta (p. 112).
Conviene con García de Arrieta en admitir que las églogas españolas «no tienen de tales más que el nombre pues, aunque están llenas de mérito, carecen del principal que es tener las calidades verdaderamente bucólicas, defecto que también cree puede notarse en las francesas que Batteux propone por ejemplo» (p. 116).