Pedro María Olive expresa de nuevo el propósito de seguir antes a Batteux que al traductor español porque sus «juiciosas observaciones» le parece que han sido en muchas ocasiones omitidas por el traductor.
El artículo publicado resulta extenso y se divide en tres secciones. La primera se dedica a ofrecer nociones generales sobre la poesía dramática. Defiende la importancia de la verosimilitud como una de las reglas principales del drama. Su concepto de la misma es de raíz aristotélica, pero aclara las diferencias entre lo posible real y lo propiamente posible o verosímil. Sobre esa base realiza precisiones como la siguiente:
De consiguiente, hay cuatro grados para lo verdadero poético: dos que pertenecen a la posibilidad y otros dos que pertenecen a la existencia. Basta a veces con sola la posibilidad aparente de una cosa. La real y conocida como tal añade un nuevo grado de verdadero. Para darle aun un tercero es preciso que parezca razonable el creer que esta cosa ha existido y, en fin, completa la verosimilitud el ser necesario que tal cosa haya existido; y ved aquí en resumen los principios de Aristóteles que en la poesía las cosas fingidas se deben tratar como han podido o debido suceder, según lo verosímil o lo necesario. El poeta ha de procurar guardar en algunas partes la cuarta especie de verosimilitud y en todas la tercera (p. 254).
En su seguimiento de Batteux, añade las reflexiones de la Academia francesa sobre el Cid de Corneille (p. 254). Expresa asimismo las dificultades que el cumplimiento de las reglas conlleva para el poeta y, en cierto sentido, se muestra laxo:
Aunque también es cierto que, como es muy difícil el conciliar en ciertos casos la naturaleza con el arte, se debe tratar con alguna indulgencia a los que emplean sus tareas para aumentar nuestros placeres, mas no establecerlo como una regla, pues los que comienzan la carrera dramática se valdrían de ella hasta hacer el mayor abuso. Los buenos poetas tienen el arte de conciliario todo y de cubrir con la necesidad de acción la suya propia, pues se ocultan con tal maña que hacen creer que cuanto dicen o hacen es para bien de la cosa misma (p. 256).
Continúa este apartado explicando la regla de las tres unidades y ofreciendo una idea de cómo debe ser el estilo en estas composiciones según la regla del decoro. Añade un par de comentarios sobre la decoración teatral y los actores para concluir con la historia del género dramático, según es contada por Batteux en su tratado.
La sección segunda está dedicada a la tragedia. Esta debe presentar «un hombre que ofrezca en sí, con la mayor fuerza, las pasiones, los arrebatos, las debilidades y desgracias propias del hombre y esto de un modo que cause piedad y terror» (p. 266). Se detiene en pormenorizar cuáles son las acciones más a propósito de las piezas trágicas y las cualidades morales que deben presentar tanto del protagonista como del antagonista de las obras trágicas.
La tercera y última sección se dedica a la comedia y en ella, a pesar de lo anacrónico, defiende el ridículo cómico siguiendo una vez más la estela del preceptista francés.