El sacerdote y poeta Manuel María Arjona y Cubas, formado en Filosofía y Teología, es conocido por su participación en la fundación de academias literarias. Fomentó el estudio de las Bellas Letras con una visión racionalista que suponía la renovación de la literatura mediante el conocimiento profundo de las obras teóricas antiguas, la reflexión y el análisis.
El «Plan para una historia filosófica de la literatura española» fue leído en la Academia Sevillana de Buenas Letras el 19 de diciembre de 1798 y no se publicaría hasta que en 1806 lo incluyera entre sus páginas el Correo de Sevilla (a). Su arriesgada propuesta consiste en organizar el estudio de la poesía española por escuelas, tal y como se hace en la pintura. Considera que de este modo será posible apreciar la aportación española a la historia de la lírica y se encontrarán referentes merecedores de ser imitados.
A través de esta organización de los poetas, Arjona piensa que podrán observarse cuáles son las virtudes de cada uno, su originalidad y la contribución en su conjunto de los líricos españoles, ya que sus méritos han quedado ensombrecidos por los atribuidos a otros poetas antiguos y modernos. Encuentra así poetas nacionales cuyas obras pueden servir de modelos para la creación de una poesía de raigambre culta. Dicho de otro modo, establece un canon de la poesía española a partir del cual recomienda la creación de nuevas producciones líricas.
Comienza por Garcilaso, pues entiende que nada hay de reseñable en la poesía anterior. A este le reprocha su excesivo servilismo de la poesía italiana, al contrario de lo que cree que representa Fernando de Herrera. Continúa con la Escuela latino-hispana cuyo principal maestro es fray Luis de Léon y con la greco-hispana de Francisco de la Torre y Esteban Manuel de Villegas. La siguiente es la «Escuela propiamente española», que sobresale por la producción épica y dramática de Bernardo de Balbuena y Lope de Vega, aunque también incluye parcialmente la poesía de Góngora.
Prosigue con la Escuela aragonesa de Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola, cuya dificultad para ser imitados señala, y con la Escuela «corrompida española» o gongorina. Apunta que sus versos podrían someterse a la misma regularización que las comedias áureas y así sus muchas cualidades podrían brillar con verdadero esplendor. Finaliza su clasificación con los epigramatistas y con los poetas que, sin ser admirables, tampoco considera que deban ser imitados como es el caso de Andrés Rey de Artieda.
En resumen, su propuesta se basa en estudiar principalmente la poesía española para encontrar en ella autores dignos de ser emulados por su sutileza lírica. Propone una idea compuesta de la imitación, pero eminentemente nacional, lo que implica un deseo de que la lírica española progrese sin necesidad de recurrir a la imitación de modelos importados de otras literaturas.
Correo de Sevilla, 1806, núm. 294 (23 jul.), pp. 113-119.
Descripción bibliográfica
A[rjona], M[anuel] M[aría], «Plan para una historia filosófica de la poesía española. Por D. M. M. de A. (Correo de Sevilla del Miercoles 23 de Julio de 1806)», Minerva o El Revisor General, T. III (1806), núm. LVVII (22 agosto), pp. 73-81.
4º. Sign.: BNE ZR/1269/11.
Aguilera Camacho, Daniel, «La personalidad del sabio fundador de la Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba y orígenes de esta (I y II)», Boletín de la Real Academia de Córdoba, LVI y LVII (1946), pp. 149-172 y pp. 93-121.
Braojos Garrido, Alfonso, D. José Manuel de Arjona. Asistente de Sevilla (1825-1833), Sevilla: Ayuntamiento, 1976.
Cebrián, José, «Plan filosófico de Manuel María de Arjona», Boletín de la Real Academia de Córdoba, LX/117 (1987), pp. 327-336.
Lasso de la Vega, Ángel, Historia y juicio crítico de la Escuela poética sevillana en los siglos XVIII y XIX, Madrid: s.i., 1871, pp. 135-151.
Morillo-Velarde, Ramón, «El Plan para una historia filosófica de Manuel María de Arjona», Alfinge, (1984), pp. 155-161.
Naveros Sánchez, Juan, El fundador de la Real Academia de Córdoba, D. Manuel María de Arjona y Cubas (1771-1820), Córdoba: Diputación Provincial, 1991.
La comparación de la pintura y de la poesía, hace ya mucho tiempo descubierta por los profesores de una y otra arte y extendida sabiamente en los últimos, me parece que jamás será tan práctica como en el «Plan de la Historia de nuestra poesía» que voy a proponer. Sé que nos ha tocado en suerte una época en que los pensamientos brillantes por falsos que sean, adquieren a sus autores el renombre de ingeniosos. Mas aunque el mío tenga la apariencia de esta novedad afectada, me parece que en el fondo es muy sólido y, de consiguiente, muy sencillo. Con todo, desconfiando de mis luces y temiendo la secreta seducción con que cada uno se embelesa con sus propias invenciones, desde luego ofrezco solamente un «Plan» o como un diseño de mis ideas para si estas merecen la aprobación de los literatos, darles la extensión debida.
Todo mi proyecto se reduce a esta breve sentencia: que la historia de la poesía española debe escribirse por escuelas, asi como se escribe la de la pintura. Este método tiene desde luego la incomparable ventaja de clasificar el estilo de nuestros poetas y subdividir después estas clases mayores en otras subalternas, con lo cual se describe exactamente el mérito de cada poeta y su carácter se analiza de una manera que no es tan fácil de ejecutar en una historia seguida como la de Quadrio y Tiraboschi [1]. Desentrañado ya así (usemos de esta expresión) el íntimo artificio poético de cada escuela, puede después desempeñarse con mucha libertad y desahogo la comparación entre unas y otras, para deducir (lo que hasta ahora ninguno ha hecho) o cuál sea la mejor, o qué mezcla se pueda hacer de las bellezas de todas para que nuestros modernos poetas puedan emular y aun exceder la gloria de los antiguos.
Mas para entrar ya a proponer nuestro «Plan», es preciso suponer que en él no entran los poetas anteriores a Garcilaso. Aunque en aquellos escritores no falten pensamientos ingeniosos e imágenes ya halagüeñas y ya grandiosas, su lenguaje no es más que un frasario mixto de un mal español y de un peor latín y, por más que se pondere su mérito, sus obras al fin serán como las naves con que se descubrió la América, cuya forma sirve para admirar el valor y pericia de los que se embarcaron en ellas, pero nadie las admitiría por modelo para fabricar otra igual y fiarse en ella al ímpetu del mar y viento. El estilo, el método y aun los pensamientos de aquellos poetas nada tienen de común con los que los siguieron, y sus obras ni tuvieron influjo considerable en la poesía posterior, ni lo pueden tener en el día.
Tampoco incluiré en mi «Plan» los poetas que han florecido o que solamente han vivido desde mediados de este siglo, por razones de que cada uno se puede hacer cargo, aunque alguno de ellos haya formado escuela aparte, pero escuela tan ridícula, que apenas es acreedora ni aun a una sátira.
Redúcese, pues, nuestra historia a dos siglos y medio de nuestra poesía, esto es, desde principios del XVI hasta mitad del XVIIl, la que desde luego vamos a extender ligeramente, como en un mapa general, siendo las discusiones más prolijas propias de esta historia ya perfecta.
Primera Escuela italo-hispana
Aunque fundó esta escuela Boscán, pero con más razón debe llamarse de Garcilaso, pues este poeta logró más influjo en los posteriores y con razón pues, aunque generalmente no sea muy correcto ni del gusto más delicado, su nativa belleza y dulzura merecieron la aprobación y aun admiración de todas las personas sensatas, y tuvo bastantes imitadores. Llamo esta Escuela «primera» porque sus copias de los italianos (a quienes siempre imitan, aun cuando parezca que imitan a los griegos y latinos) son muy imperfectas y demasiado serviles.
Segunda Escuela ítalo-hispana o sevillana
Esta Escuela, aunque dimanada de la primera, es ya enteramente perfecta en su género. Su fundador fue Fernando de Herrera, cuya imitación de los modelos italianos, está tan distante de ser servil, que él solo vale más que todos sus originales. Solo un defecto hay en Herrera: él es como un grandioso salón, en que el pavimiento, el techo, las paredes, las estatuas, todo es de oro, pero en el mismo hecho de ser todo de oro, le falta aquella amena variedad que recrea la vista y que es más agradable que la riqueza más magnífica. Sus discípulos lo imitan en esto. Pero, a pesar de todo, son el mejor tesoro del lenguage poético español. Advierto que no todos los poetas sevillanos son de esta Escuela sevillana.
Escuela latino-hispana
El incomparable fray Luis de León fue el que abrió esta nueva senda de gloria para los poetas españoles. Quien lea con reflexión sus obras advertirá que, aunque había estudiado muy bien los poetas italianos, su gusto es enteramente latino y su divina lira resuena con aquel tono sencillo y majestuoso que se creyó hasta entonces reservado solo a Virgilio y Horacio. Mas esta senda se ha quedado en vano abierta, y aun casi ya no se conoce, pues desde fray Luis de León nadie la ha pisado.
Escuela greco-hispana
Quien sepa distinguir la viveza, tersura y amenidad ática, de la gravedad, pompa y ostentación latina, sabrá también distinguir el carácter de León, de el del Bachiller de la Torre y de Villegas [2]. Estos dos poetas, aunque en distinto género, son enteramente griegos en sus piezas escogidas, pues con especialidad el último tiene algunas que ni son griegas ni latinas, ni de algún estilo digno de aprobación.
Herrera también imitó con felicidad los griegos pero ni imitando a estos, ni a los hebreos dejaba su buen carácter peculiar que, con razón, hemos llamado ítalo-hispano.
Escuela propiamente española
Todos saben que los latinos imitaron a los griegos y aun lo confiesa el mismo Horacio y, sin embargo, se diferencia mucho la cítara latina de la griega. De la misma manera algunos poetas españoles, de genio original, imitando a los italianos, griegos y latinos, lo hicieron con tal maestría que produjeron un nuevo género de poesía, cuyo carácter es una soltura, urbanidad y grandeza nada artificiosa, tan propio de la lengua española que ninguna otra lo podrá copiar. Tales son Balbuena [3] y Lope de Vega, tal es también Góngora en sus buenas poesías.
En los últimos tiempos ha tenido pocos díscípulos esta Escuela porque, para imitar la frondosidad y lozanía de Lope, se necesita una fuerza de ingenio que no se halla tan fácilmente como la otra fuerza violenta que se hace cada uno a sí mismo para imitar los de otras escuelas.
A esta escuela pertenece toda la poesía dramática española, que es enteramente de nuestra creación en sus hermosuras y en sus defectos.
Igualmente pertenecen todos los poetas épicos que tenemos, los que son ciertamente de carácter español, aunque sus autores tuviesen a la vista al Tasso y mucho más al Ariosto.
Escuela aragonesa o de los Argensolas
Estos dos ilustres hermanos inventaron un nuevo estilo también propiamente español, aunque muy distinto del de Lope. La filosofía sensata y la dureza no desagradable de metro, correspondiente a la madurez de su filosofía, constituyen su carácter, que es bueno a la verdad, pero muy difícil y muy arriesgado para imitar, pues si se copia solo su corteza sin su gran fondo, salen las piezas más lánguidas y fastidiosas que con la imitación de otra cualquier Escuela.
Escuela corrompida española
Este honor de mala originalidad nos lo trajo Góngora, cuya depravación de estilo es tan suya que nada tiene que ver con la italiana del caballero Marini [4]. Yo juzgo que esta Escuela no es del todo despreciable, pues así como muchos sacan comedias muy buenas y muy arregladas de Lope y Calderón, con algunas reformas que les añaden, así también, aun en las malas obras de Góngora, se encuentra un tondo riquísimo que una mano diestra podra entresacar con utilidad.
Lo mismo se verifica en sus secuaces, aunque no en tanto grado pues, por lo común, imitan a Góngora solo en sus defectos.
Escuela de epigramatistas
Para esta clase de poesía pongo una Escuela separada, porque el genio español se ha manifestado muy original en ella. A esta también pueden reducirse los poemas jocosos que tenemos como la Gatomaquia, Mosquea, Burromaquia, etc.
Poetas sueltos
Después de todas estas clases deberán colocarse por su orden meramente cronológico, varios poetas de corto mérito, pero no enteramente despreciables que o no tienen un carácter decidido, o han formado uno poco digno de aprecio como Pantaleón Aznar, Andrés Rey de Artieda y otros.
He expuesto ya las clases de división. Si este pensamiento pues agradara, no me sería difícil reducir a estas clases todos los poetas españoles, dando una idea cabal de su mérito y añadiendo algunas subdivisiones cuando parecieran oportunas.
Entonces también se trataría de la mezcla mejor que puede hacerse.de estas diferentes Escuelas, pero como este plan quedaría muy imperfecto si desde luego no expusiese algo de mi pensamiento, voy a ejecutarlo con la brevedad que exige el instituto de esta obra.
De lo dicho hasta aquí resultan siete escuelas principales, que hemos puesto por este orden:
I. Italo-hispana I
II. Italo-hispana II o sevillana
III. Latino-hispana
IV. Greco-hispana
V. Escuela propiamente española
VI. Escuela aragonesa o de los Argensolas
VII. Escuela corrompida española
El que quiera seguir la primera no tiene necesidad de hacer mezcla alguna, sino copiar con destreza la suavidad y pulidez de Garcilaso, evitando sus bajezas e imperfecciones. El que se incline a la segunda o sevillana hará muy bien en suavizar el escogimiento de dicción, siempre uniforme de Herrera, con la amenidad de la cuarta o greco-hispana, o con la gallarda lozanía de la quinta, propiamente española, cuyo último partido será, a mi ver, mucho mejor.
La tercera de fray Luis de León es tan hermosa que, para no desfigurar su augusta simplicidad, solo se le podrá añadir más sonoridad en el metro, algún poco de la greco-hispana y poquísimo de la sevillana o española general.
La greco-hispana podrá también admitir algunos adornos moderados de las dos italianas, de la latina y de la española.
Esta puede recibir mucha mejora con los fragmentos apreciables de la española corrompida y, con industria, se le podrán también ingerir los de todas las demás escuelas, menos de la aragonesa, la cual ni sufre que la mezclen con otras, ni ser ella mezclada de ninguna.
Pero ¿se podrán inventar otros buenos estilos además de estos? Creo que sí y que el literato que trate del modo de trasladar a nuestro Parnaso ciertas bellezas de los extranjeros, en especial de los franceses y mucho más de los italianos, que aun le son desconocidas, será con esto muy benemérito de las musas españolas.
Por ultimo, he dicho de qué manera puedan mezclarse en cada pieza los estilos de estas diferentes
escuelas. Mas en una colección se pueden, y aun se deben, para la mayor hermosura insertar piezas de todos aquellos estilos a que pueda acomodarse el autor. Horacio, en mi juicio, es superior a Píndaro, a Anacreonte y a Safo porque sus odas van continuamente variando por el estilo de aquellos excelentes originales. Así que el medio de excederlos a todos es imitarlos a todos y el poeta español que toque a este punto será el encanto y la delicia de toda la nación.
Los jesuitas Francesco Saverio Quadrio (1695-1756) y Girolamo Tiraboschi (1731-1794) constituyen los referentes de la historiografía italiana. El primero como autor de la obra De la historia y de la razón de toda poesía, muy relacionado con la Idea de la perfecta poesía de Muratori, y Tiraboschi como historiador de la literatura italiana, Storia della letteratura italiana, si bien en España fue sobre todo conocido por sus acusaciones en contra de los autores españoles del siglo XVII, considerados los introductores del mal gusto en la poesía italiana.
Se refiere a Bernardo de Balbuena y su poema El Bernardo, obra inmensa compuesta por veinticuatro libros y 40.000 versos en octavas reales, publicada en 1624. Implícitamente Arjona defiende que este poema nada tiene que envidiar a los más admirados de Virgilio o de Tasso.
Se refiere al poeta napolitano Giambattista Marino (1569-1625), fundador del estilo llamado «marinismo», que se impuso en Italia en el siglo XVII y se caracterizaba por el uso excesivo de conceptos y el artificio manierista.