El matemático y filósofo suizo Johann Georg Sulzer (1720-1779) fue un valorado pensador de la Academia de Ciencias de Berlín donde dirigió la sección de Filosofía. En el campo de la Estética su Teoría general de las Bellas Artes (1753-1771) es considerada uno de los compendios más influyentes de la estética dieciochista. Presentada como una enciclopedia de las artes, reúne sus reflexiones sobre los conceptos clave de la estética (belleza, genio, gusto, etc.) bajo la formulación de entradas de diccionario pensadas para servir de manual. Sus ideas fueron estimadas en España, en particular por los teóricos y críticos comedidamente reformistas.
Su definición de la comedia como «la representación de una acción que divierte e instruye al espectador, tanto por la variedad de los sucesos, como por el carácter, las costumbres y conducta de los personajes» (p. 1), responde, en principio, a la idea tradicional del género que se desea perpetuar en los escenarios. No obstante, el matiz que incluye depende de la variación del objeto. En su opinión, una buena comedia sería «toda acción presentada en la escena que pueda divertir agradablemente a personas de talento y gusto, sin conmover el corazón con demasiada vehemencia, ni excitar fuertemente la pasiones serias» (p. 2).
El artículo constituye un examen de este planteamiento poético, es decir, de qué modo la comedia puede resultar divertida e instructiva al tiempo que interesante y moderada en la expresión de las pasiones. Repasa, por tanto, la teoría aristotélica, pero considera imprescindible para su tiempo que la comedia exponga sentimientos nobles y virtudes civiles. Rechaza, como principio de la comedia contemporánea, el ridículo en favor de la comedia seria, definida como tal. A este respecto, se dice:
Y no nos asustemos por los recelos de algunos críticos que parece temen no confunda el género serio los límites establecidos entre la comedia y la tragedia, pues la naturaleza no conoce estos límites y así como la crítica no puede señalarlos entre el género elevado y bajo, entre el grande y el humilde, entre la canción y la oda, tampoco tiene derecho de establecerlos entre el género trágico y el cómico, los cuales no se diferencian en esencia, sino en el grado que los distingue (pp. 4-5).
Entiende que los caracteres de los hombres se modifican con el paso del tiempo y las circunstancias y, en consecuencia, que el género cómico debe responder a tales cambios:
Para excitar nuestra atención [el poeta cómico] contrastará los caracteres, las obligaciones, las pasiones y las situaciones; nos presentará frecuentemente el combate de la razón y de las pasiones; quitará el disfraz al pícaro y al hipócrita, y nos los mostrará con sus facciones verdaderas y, en fin, colocará al hombre honrado en las diversas situaciones críticas de la vida y nos le presentará de modo que nos llene de estimación y amor hacia él (p. 6).
Entiende que todo ello suscitará el interés del espectador y que, según la variedad de argumentos cómicos, la comedia variará de especie, es decir, será de carácter, de costumbres, representará situaciones particulares o constituirá una comedia de intriga, que le parece el género más ínfimo de todos.
No obstante, lo más importante para Sulzer es la forma en que el argumento debe tratarse y que los personajes se ajusten a la naturaleza en sus acciones y discursos. En este sentido, apunta lo siguiente:
Un espectador inteligente frecuenta menos el teatro por ver sucesos notables o lances singulares que él mismo inventaría de cien modos tan agradables, que por observar el efecto que hacen estos acontecimientos o lances en hombres de cierto genio o carácter, y se complace notando el semblante, el gesto, los discursos y todo el continente de una persona a la que agita tal o cual pasión (p. 14).
Valora por ello también la forma natural en que deben expresarse los actores. Y el ritmo de acción de la fábula, de modo que el poeta no recurra a la multiplicación de episodios con el único fin de atraer la atención del espectador. También por ello debe el poeta introducir las reflexiones morales en el devenir del argumento evitando con ello poner en boca de los personajes pensamientos triviales en vez de observaciones finas y a propósito. La moral es, a juicio de Sulzer, una condición más propia de la comedia que de la tragedia, pues en esta última las circunstancias vividas por los protagonistas resultan menos a propósito que aquellas más comunes y experimentadas por el hombre que suelen ser asunto de la comedia.
De todo ello infiere que el talento cómico es de orden superior, pues se trata de un conocimiento práctico de la existencia humana:
Es necesario para ello haber visto a los hombres en todas sus relaciones, haber observado además sus acciones y movimientos en un gran número de situaciones diferentes y haber hecho el poeta su papel entre ellos. Sin este conocimiento práctico, por más que haya estudiado las reglas del teatro, no podrá componer una escena que se pueda llamar verdaderamente buena, pues las reglas no son útiles sino al que teniendo ya hecha provisión de materiales, solo trata de darles una forma regular (p. 23).