En 1791 el presbítero Miguel de Herrezuelo tradujo y publicó en Barcelona la Homilia sobre la lectura de los libros prohibidos recitada en el día de Pentecostés del año 1791 por el obispo de Parma Adeodato Turchi (1724-1803)a. Años después, en Palma de Mallorca (1812) y en Madrid (1823), se dio a conocer el tomo I de la Colección de las homilías más interesantes que el Ilmo. Mr. Fr. Adeodato Turchi […] dijo a su amado pueblo para preservarlo del contagio de la filosofía moderna, en donde se incluye esta homilía pero con el título menos tendencioso y más fiel al original: Homilia sobre la lección de libros. Este propósito, a saber, el combatir a los escritores impíos, identificados con los filósofos y otros «incrédulos», se convierte en la razón de ser del resto de la producción del célebre prelado italiano así como de las versiones españolas de esta Homilia.
El interés del texto se halla no solo en que denota los esfuerzos de las autoridades eclesiásticas por evitar el acceso a las ideas sediciosas o anticatólicas procedentes de la Francia revolucionaria, sino en que expresa el temor a los efectos intelectuales y morales derivados de la lectura indiscriminada de libros.
El alegato de Turchi y, por ende, de Miguel de Herrezuelo y el anónimo traductor de 1812 y 1823 consiste en terminar con «la pasión de leer» que se había instaurado en la sociedad española tanto como en la italiana, pues se entendía que existía una relación directa entre la pérdida de la fe, la pretendida ilustración de los pueblos y la lectura, en particular, cuando se trataba de la difusión de los escritos revolucionarios de los filósofos franceses. Se pretendía así convencer a los fieles de que la lectura, salvo la de las Escrituras, les apartaba del camino de la religión y les conducía por los derroteros del vicio y del libertinaje.
El Obispo de Parma era conocido por expresar su rechazo a la Ilustración como planteamiento divulgador de las ideas filosóficas revolucionarias, pues entendía que constituía un movimiento dirigido a acabar con la religión y las buenas costumbres. Si bien reconoce el admirable progreso en las ciencias y las artes experimentado en el siglo XVIII en toda Europa, considera que dichas mejoras tropezaban con el avance de la incredulidad. En su opinión, se habían abrazado nuevos sistemas por el solo interés que la novedad suscita en el ser humano. Pero esta, por sí misma, no conduce a la felicidad porque, lejos de acrecentar los valores que sustentan la fe cristiana, los destruye propagando el ateísmo y la impiedad.
Este razonamiento sostiene la ideología del padre Turchi. Lo que necesita la humanidad es un sabio gobierno, una buena moral y una religión santa y la Ilustración en sí misma no lo proporciona. Por el contrario, el catolicismo enseña la única verdad que debe aprenderse la cual, según el Obispo parmesano, consiste en asumir la debilidad de la naturaleza humana y la grandeza de Dios. El saber no revelado, material por definición, no contribuye a mejorar la condición humana ni el comportamiento espiritual de las sociedades. De hecho, asegura que la utilización de términos como razón, virtud y felicidad por parte de la «filosófica charlatanería» dominante en su tiempo ha destruido el auténtico valor y sentido que estos conceptos encierran.
En la Homilia contra la lectura de libros se expone un argumentario que se articula en función de los siguientes razonamientos. Consiste el primero en considerar que con la llegada del Cristianismo y de los Evangelios se acabó con la deriva de las pasiones y la corrupción de los gobiernos y de las sociedades. Se logró una auténtica «mutación» en la que los apóstoles se dedicaron a transmitir el contenido de la fe animando a la lectura de los libros santos. En segundo lugar, se asegura que, a pesar de que «toda Europa está inundada de libros que atacan directamente la religión y la moral de Jesucristo», los cristianos no pueden abandonar jamás sus creencias. La tercera tesis consiste en afirmar que «la pasión de leer ha degenerado hoy en una especie de furor». Como consecuencia, Turchi se propone explicar que, sin estar en contra de la lectura y de los libros, estos están contaminados por dos vicios que desacreditan la necesidad del estudio y de la lectura en el siglo XVIII, a saber, la superficialidad con que se tratan las materias sobre las que se escribe y la amenidad o diversión con que se abordan incluso los asuntos más serios. Ello trae como consecuencia que los escritores impíos utilicen ambos recursos para introducir en el alma de los lectores la incredulidad y el libertinaje.
En opinión de Turchi, el interés por la novedad, la sencillez y sobre todo la amenidad que caracteriza a un buen número de libros cautiva a los lectores que se corrompen rápidamente tras su lectura. El efecto de los malos libros se plantea como inmediato, de forma que se pretende así alejar de ellos a los posibles lectores. No se trata, por tanto, de enseñar a diferenciarlos ni a juzgarlos, sino de evitar el acercamiento de los lectores a la lectura en general, como medio de prevenir efectos tan adversos. Asegura que las dañinas consecuencias de la lectura de un libro prohibido son tales que ocasionan la ruina moral de la sociedad, sobre todo en el caso de las mujeres y de los jóvenes.
Para Turchi, en España e Italia los católicos han sucumbido ante el influjo de los libros poco recomendables. Y, a este respecto, la cuestión que le preocupa es que la Iglesia ya no tiene el poder de sometimiento sobre las conciencias de antaño, sino que, según proclama, lo tienen esta clase de los libros y sus denostados autores. Por eso considera imprescindible que su alianza con el poder político. No se trata de que el Estado ampare a la Iglesia, sino de que reconozca que la necesita porque solo ella vela por la moral preservando así el orden público. Turchi asegura que todas las sociedades, civiles o religiosas, han de oponerse a los libros de los autores impíos y la mejor forma de hacerlo es mediante la alianza entre la Iglesia y el Estado como único medio de poner fin a su difusión.
De alguna manera, Turchi pone de manifiesto la existencia de un cierto proceso de desacralización de la monarquía que en España el edicto de 13 de diciembre de 1789 intentó paliar. Según explica, la Iglesia se daba cuenta de que sus intereses iban unidos a los de los soberanos y a los del pueblo. En cambio, los gobernantes no comprenden que la impresión de determinados libros fomenta la sedición, la desobediencia a los reyes y el triunfo de las pasiones y de la violencia. De ahí que afirme: «La experiencia de todos los siglos nos convence […] que la sobriedad en el saber fue en todos tiempo la base de la religión y de la política».
La conclusión de su Homilia es que la Iglesia ha perdido fuerza y protagonismo, mientras que los filósofos imprimen sus libros sin que ninguna autoridad, ni civil ni eclesiástica, lo impida. Con ello, explica, lo que pretenden esos escritores impíos es propagar el ateísmo alegando que la prohibición de libros fomenta la ignorancia. De ahí que combatan con tanta intensidad la autoridad de la Iglesia en esta materia. Pero la Iglesia no puede perder tal potestad. Si lo hiciera, se justifica Turchi, renunciaría a su función vigilante, la encomendada por el Evangelio. Y esa función vigilante han de realizarla las autoridades, y la Iglesia, cuyo poder al respecto debe ser restaurado, pero también los fieles, que deben reafirmarse en sus convicciones huyendo de la lectura de caulquier obra inmoral o impía.
- Según información proporcionada por la Gaceta de Madrid, Miguel Herrezuelo perteneció a los clérigos menores, estaba jubilado y fue Doctor de la Universidad de Granada (1797: 804).