En 1786 se creó en los Reales Estudios de San Isidro una cátedra de Historia literaria cuyo primer ejercicio público tuvo lugar en 1790. En su discurso, Trigueros focaliza su interés en manifestar la importancia de la selección de lecturas con lo que expresa su deseo de que se prefieran los mejores libros de cada disciplina. A su vez, Trigueros se manifiesta contrario a las historias literarias como repertorios bibliográficos de naturaleza erudita. Por el contrario, defiende que las historias literarias deben ser filosóficas, es decir, racionalmente explicativas, además de imparciales y completas. De igual modo, se muestra partidario de la adquisición de un método, en virtur del cual la selección de libros redundará en un ejercicio provechoso de la lectura.
El texto elegido fue la obra de Juan Andrés Origen, progresos y estado de toda la literatura, aunque una obra tan prolija y erudita no satisfacía demasiado al bibliotecario.
Descripción bibliográfica
Trigueros, Cándido María, Discurso sobre el estudio metódico de la historia literaria para servir de introducción a los primeros exercicios públicos de ella, que en los días 23, 24 y 25 de septiembre de 1790 se tuvieron en la Biblioteca de los Reales Estudios de esta Corte. Leído por Don Cándido María Trigueros Bibliotecario segundo, en el día primero de dichos Exercicios, Madrid: Benito Cano, s.a. [1790].
56 pp.; 8º. Sign.: BN VC 4348-11.
Aguilar Piñal, Francisco, El académico Cándido María Trigueros (1736-1798), Madrid: Real Academia de la Historia, 2001, pp. 93-104.
Chacón Delgado, Pedro José, «El concepto de historia literaria en España (1750-1850)», Araucaria. Revista de Filosofía, Política y Humanidades, 17 (2007), pp. 187-211.
Sainz Rodríguez, Pedro, De la Retórica a la Historia, Madrid: RAH, 1985.
Simón Díaz, José, Historia del Colegio Imperial de Madrid, Madrid: CSIC, 1959, II, pp. 269-278.
Urzainqui, Inmaculada, «El concepto de historia literaria en el siglo XVIII», Homenaje a Álvaro Galmés de Fuentes, Madrid: Gredos/Universidad de Oviedo, 1987, III, pp. 565-589.
Cuando Carlos III, padre augusto de los españoles, determinó restablecer los Reales Estudios no se ciñeron sus benéficos deseos a renovar en favor de sus amados vasallos el útil establecimiento de sus generosos predecesores. Extendiéronse mucho más allá y se dirigieron a mejorarle y perfeccionarle. El gran corazón de Carlos IV, heredero no menos de su ilustre piedad que de sus extensos dominios, sigue con esmero y fidelidad sus pisadas en este asunto, como en todos los que de cualquier modo se enderezan al más sólido bien de los españoles.
Fiando tan augustos bienhechores sus regias larguezas a la sabia mano que destinaron para dirigir sus más importantes secretos, hicieron a la instrucción pública un nuevo y muy estimable beneficio. La recta intención unida al más extenso conocimiento de nuestras necesidades, de nuestras proporciones y de los estudios mismos no era posible que dejase de producir admirables efectos. ¡Cuánto podría yo explayarme sobre esto si a la sinceridad no la sentara siempre mal el uso reglas expresiones amplificadas que, aunque sean un justo tributo debido a la verdad misma, desagradan, si se repiten ose ponderar, a los que son superiores a ellas propias y solamente son deseadas de los que no las merecen! Pero serían superfluas tales expresiones cuando pudieran dejar de ser molestas y fastidiosas. El más seguro elogio, la más enérgica expresión del acierto con que se ha dirigido tan digno establecimiento es y será siempre su propia prosperidad y la admirable totalidad de sus efectos.
Nada tengo que ponderar aquí sobre estos ni que repetir sobre los muchos y muy varios ramos de que tal establecimiento se compone siendo tan grandes y tan notorios sus adelantamientos en todos ellos. No puede extenderse a tanto este breve discurso, ni debe exceder los límites a que le ciñe el presente ejercicio literario. Este breve programa es como un prólogo o introducción en que solo pretendo ofrecer al público una ligerísima instrucción sobre las causas y fines de un acto que es quizá el primero en su línea.
Ordenados con el mejor método los medios de estudiar y de adelantar los varios ramos de literatura que parecieron más análogos a la utilidad y a las necesidades del público de la Corte, quiso S.M. que tuviésemos aplicados un poderoso socorro en la presente biblioteca, la cual está por si misma mostrando a todos la magnificencia de su donador. No ha cesado esta mano bienhechora de ir proporcionando los subsidios que necesita una obra tan vasta como reciente, y cuando el tiempo, las necesarias facultades y la felicidad de las hayan dado a esta misma beneficencia el grato placer de completar los alivios que aún necesita, podrá sin duda gloriarse de haber consumado una empresa que será cada vez más provechosa y admirable mientras más se prolonguen los siglos.
El profundo conocimiento que guiaba la mano superior que dirigía esta gran obra hacia el mayor provecho posible no podía dejar de advertir que este no es precisa consecuencia del mayor número de libros que se manejan, sino de la acertada elección de los que son mejores, por ser más propios para sus respectivos fines y que, por el contrario, el uso superabundante de libros, dirigido por una elección ciega y casual, sin la guía de un discernimiento científico es uno de los mayores enemigos de la sólida y verdadera prosperidad de la literatura. No hay estudio alguno en que no sean muchos más los libros malos que los buenos y en que no se reproduzca en muchos lo que ya está repetido en muchísimos. Si se hallase, pues, algún medio para que los que se aplican a cualquier estudio puedan discernir los libros útiles y necesarios para su instituto, desechando los que o son absolutamente inútiles o son lo menos superfluos, aunque contengan muchas cosas buenas, si se hallase, digo, semejante medio no se puede dudar que su establecimiento sería el beneficio mayor que podría hacerse a la loable aplicación de los jóvenes estudiosos y aun de los que ya pueden llamarse doctos.
El tiempo que se pierde en la lectura de muchos volúmenes que no dejan de ser muy malos por ser muy extensos, ni por ser muy famosos, es absolutamente irreparable. Cosa es dolorosa tener que gastar tiempo en esforzarse a olvidar lo que con mucho trabajo se aprendió en el espacio de muchos años inutilizado por falta de elección. El que estudia con discernimiento de libros aprende en un año más cosas útiles y las aprende con más solidez que el que sin discernimiento vaga como nadando por espacio de diez en el vasto océano de los escritos. Este útil medio, este precioso discernimiento es el que tuvo por objeto la sabia mano que, sin tener a quien imitar, estableció en estos Reales Estudios la Cátedra de Historia literaria y, colocándola en el propio depósito general de los libros a cargo de los mismos bibliotecarios que tenía empleados para manejarle, acreditó cuán bien conocía las afinidades y conexiones de las cosas.
Pero en una enseñanza tan nueva, y en la cual hay sin duda varias circunstancias que despiertan nuestros deseos y los inclinan hacia las instrucciones meramente agradables, habrá quizá quien imagine que se trata de un asunto de pura curiosidad, que no puede llegar al grado de verdadera utilidad positiva y que juzgue, por lo mismo, que, reducida su enseñanza a extraer de los innumerables libros que sobre la historia de las se han escrito, una porción de hechos y anécdotas descarnadas, no tiene otro trabajo que el de un colector de fechas, un copiante o un mero formador de índices de nombres sin directa conexión interna con las varias materias que son objeto de esta Historia.
Para que ninguno pueda pensar de modo tan siniestro de un establecimiento tan maduramente acordado y para que todos puedan adquirir desde este primer ejercicio público las previas ideas necesarias conviene explicar brevemente qué cosa es Historia literaria y cuánto abraza su extensión, cuáles utilidades acarrea su estudio metódico y cuántas dificultades ofrece su enseñanza para poder finalmente indicar cuáles medios se han procurado vencer estas dificultades y aumentar aquellos provechos.
Historia literaria se llama «la narración y examen de la aplicación y de los progresos del entendimiento humano desde el principio hasta nuestros días» [1]. Esta narración abraza igualmente la Historia de las y de los literatos que la de los subsidios y obstáculos de aquellas. Es, por lo mismo, un estudio accesorio a todos los estudios y a cada uno de ellos, y un utilísimo adorno y auxilio exterior que, no siendo la erudición misma, es un engalanamiento de la erudicióny que, por tanto, aunque no hace digno del nombre de sabio al que nada más sabe, pero pone en estado de ser más docto al que entiende bien una facultad.
Según el modo y objeto con que esta Historia se trate puede ser universal, particular, geográfica o topográfica, bibliográfica o biográfica, especial o especialísima. Desde que el famoso Bacon de Verulamio abrió el camino a los demás delineando el modo de tratar tan útil materia y los libros que creía hacer falta al complemento del saber [2], son innumerables los que se han publicado sobre historia de las por todos los medios propuestos y nada se ha omitido de cuanto tiene conexión con la literatura.
La escritura, hija utilísima de los primeros esfuerzos de la pintura, que, haciendo visibles las palabras, da bulto a los pensamientos y los presenta a los ojos, ofrece diferentes ramos curiosos en orden a los cuales se han escrito y publicado muchos libros, ya sobre el orden y progreso de las varias maneras de escribir, ya sobre las materias en que se ha escrito en diversos tiempos y naciones, ya sobre los accidentes de las letras. La sola cuestión de la autoridad e invención de los puntos vocales de los hebreos puede llenar una biblioteca con las muchas obras que han publicado: unos para defender la supuesta antigüedad y autenticidad de estos puntos, otros para demostrar que esta invención moderna y desmentida, por cuanto nos resta de los tiempos remotos, se estableció y se procuró autorizar solamente para que fuese un medio que proporcionase a los interesados en ello el medio de corromper el verdadero sentido de la Sagrada Escritura, para desacreditar, si posible fuese, y desmentir la religión católica y toda la escritura cristiana [3].
Este admirable esfuerzo del entendimiento humano tuvo en tiempos muy posteriores un notable sucesor, que ha sido más admirado que en realidad merece siendo hijo de otro que es invención verdaderamente admirable y sobre el cual apenas paramos la atención. Hablo del arte de multiplicar con facilidad los ejemplares de los escritos, que llamamos imprenta. A la manera que la escritura es una consecuencia algo remota de la pintura, así la imprenta es una consecuencia inmediata del grabado en hueco o, hablando con más propiedad y exactitud, no es una consecuencia sino una especie del mismo grabado. El arte de hacer un sello produjo la idea de grabar una estampa de la cual no se distingue la imprenta en planchas fijas a la manera de los chinos. Mas ¿en qué se distingue este modo de imprenta de la tipografía europea con caracteres móviles sino en que la lámina total se compone de muchas láminas pequeñas colocadas, aseguradas y atadas a placer? El que descubrió la tipografía no inventó una cosa nueva, descubrió solamente un modo útil de ejercer un arte muy antiguo. Sin embargo, cuasi nadie se acuerda de la invención pasmosa del grabado en hueco y son innumerables los libros y elogios que se han escrito sobre los orígenes tipográficos. El divino invento oriental del grabado en hueco está olvidado como si nada fuera y el haber aplicado esta antigua invención a la repetición de ejemplares de la escritura se pondera como un divino descubrimiento europeo [4].
La Historia literaria que tanto ha trabajado sobre lo material de la escritura no pudo dejar de ser igualmente oficiosa sobre lo formal de ella. ¡Cuánto se ha escrito de las naciones que los griegos llamaron bárbaras en recompensa de haberles enseñado los principios de cuanto supieron! De la literatura de todos los antiguos habitantes de Asia, de África y de Europa se han publicado innumerables obras sin embargo de que las más estas naciones o no poseyeron el arte de la escritura, o no dejaron innumerables monumentos escritos o si algunos dejaron no han llegado hasta nuestros días.
Los libros de los hebreos, que son los más antiguos que hemos conservado, han dado ocasión a tantos escritores histórico-literarios para que ejerciten sus plumas que no sería quizá un despropósito decir que para cada renglón se pudiera asignar un tomo. ¿Y qué no se ha publicado sobre los escritores griegos y sobre los romanos? Historias generales, particulares, especiales y especialísimas que, o variando el aspecto y método de las cosas, o sin variarle, repiten de mil modos lo que estaba ya escrito de otros mil, abruman los hombros de los estudiosos y hacen inmensa la entrada y puerta de la literatura sin permitir entrar en su santuario. Si se juntase solamente el papel que se ha llenado de la historia literaria de Homero, admirará, con razón, la gran biblioteca que se ocuparía con él. Pero admiraría más la pequeñez del volumen a que se reduciría esta colección inmensa si se quitasen de ella las repeticiones, las cuestiones frívolas, las dudas, superfluidades y falsedades dejando solamente lo cierto y lo provechoso.
Los siglos de la decadencia de las letras han dado con su propio demérito materiales para un gran número de escritos y el digno mérito de los que restablecieron la literatura y las artes no los ha dado sin duda para menos. Restablecido el buen gusto de los estudios [9], propagada la imprenta y con ella el deseo de perpetuar cada cual su nombre por su medio, no cabe en expresiones el número de escritos que hasta nuestros días se han publicado para darnos noticia de los que escribieron algunas obras y de las obras mismas que produjeron. ¡Qué de varios nombres! ¡Qué de varios aspectos! ¡Qué de varios métodos! Historias, bibliotecas, índices, relaciones, críticas, diarios, vidas, compendios, diccionarios, mil otros nombres han ido haciendo cada vez más inagotable este ramo del saber. Cada nación, cada reino, cada provincia, cada ciudad, cada instituto o religioso, o civil o literato, cada escritor de algún mérito ha tenido muchos historiadores de sus operaciones literarias. Hase publicado la mayor parte de estas obras y quedan sepultadas en las bibliotecas muchas que, ni tienen menos mérito que las otras aunque hayan tenido menos fortuna, ni excitan menos la curiosidad por estar menos generalmente conocidas.
A la vista de tan extenso caos de escritos históricos literarios no es necesario que nos detengamos mucho en profundas meditaciones para que conozcamos bien que la mayor parte de tales escritos no solamente es inútil, pero es positivamente perjudicial al mismo objeto que fue motivo de escribirlos.
No hagamos caso de las superfluidades que la pasión de nación o de instituto dictó a muchos que se creyeron sabios con despreciar a cuantos no tenían la fortuna de ser suyos y con admirar y empeñarse en que admiren los demás cuantas bagatelas produjeron sus paisanos o sus compañeros. Dejemos aparte con esto lo mucho que se ha escrito por mero efecto del mal gusto y tacto literario o solamente por saciar el genio descontentadizo, que no puede tolerar que se lean las meras opiniones ajenas que no aprueba sin que se lean también sus agrias contradicciones. No mencionemos tampoco los escritores bonazos que, admirando cuanto hallan autorizado por la prensa, solo tomaron la pluma para mojarla en leche y miel y colmar de elogios hasta los más fútiles escritos con pretexto de alentar a los literatos. Mucho menos hagamos mención de los escritores malignos que con el pretexto igualmente falso de mejorar o de cuidar de que no se corrompan las letras, usurpando el nombre de críticos sin merecerle, satisfacen su corrupción y la ajena y obedecen a su egoísmo y a su viciosa propensión a la mordacidad y a la maledicencia escribiendo con hiel y acíbar cuanto juzgan que puede contribuir a desacreditar o ridiculizar los nombres de sus contemporáneos. Dos castas de langostas literarias tan enemigas de la verdad, del provecho común y del adelantamiento de las letras que no podríamos averiguar cuál es más perniciosa si la segunda no fuese por su misma naturaleza, por sus medios y por sus fines tan odiosa y aborrecible.
Aun después de haber descartado todas estas clases de escritos es imponderable el número que resta y si hubiera de leerlos todos un estudioso no le bastaría la más larga vida. Es forzoso, pues, libertarse del modo posible de tantos libros sobrantes, si es lícito llamar así los que por su excesivo número no pueden ser de un uso común. Pero siendo tantos los libros que sobran, atendiendo al objeto con que se estudia la Historia literaria son también muchos los que faltan con respecto al mismo objeto.
Si la Historia literaria ha de ser materia digna de un estudio exacto y metódico solo puede serlo dirigiéndose a la común utilidad de los estudiosos. El mérito de los libros de cada materia respectiva y de las ediciones de cada libro, cuyo conocimiento guía como por la mano discernir y escoger los mejores en todas excusando metódicamente la pérdida de tiempo y de caudal, es a lo que se dirige el estudio de la Historia literaria, agregándose a esto el examen de los progresos del entendimiento humano que, para ser verdaderamente útil, debe descubrirnos no solo las mutaciones, adelantamientos y atrasos de todas las naciones en los respectivos ramos de la literatura y en el por mayor de los estudios y de las artes. Pero es necesario también que averigüe las causas, o civiles o morales o físicas, que produjeron aquellos efectos. En una palabra, para que sea loable la Historia literaria que se estudie debe ser filosófica, completa, breve, imparcial y verdadera. Mas ¿dónde está un libro de esta clase?
Pocos escritores, que se llaman «filósofos» y no acreditan serlo con sus escritos, han publicado las tareas con que han intentado asignar las causas de aquellas mutaciones buscándolas donde no pueden estar y solo han demostrado que sabían poner a la vanidad, la preocupación y a la pasión nacional la máscara de la filosofía. Pero ¿dónde hallaremos un libro que, libre de esta nada loable parcialidad, nos refiera las causas de los hechos útiles y necesarios para poder discernir la verdad en medio de la densa niebla que opone la distancia de los tiempos? ¿Dónde una colección general de estos hechos completa y sin superfluidades? ¿En qué libro aprenderemos lo bueno y lo malo que ofrece la Historia literaria de tantas naciones orientales? ¿Quién ha visto una historia metódica, completa, crítica e imparcial de todos los escritos de los árabes de España que, por espacio de siete siglos, fueron cuasi los únicos que sostuvieron el honor de la literatura, que nos conservaron gran parte de los escritos anteriores a ellos y que, adelantando notablemente algunos ramos, prepararon el feliz restablecimiento de las letras de que viven tan ufanos los europeos? En el mismo ramo de la Historia literaria de los árabes, y especialmente de la que pertenece a nuestra nación, hay muchas preciosidades que yacen sepultadas entre el polvo de las bibliotecas sin que tengamos un libro que nos instruya metódicamente de sus resultados.
Los rabinos están en este propio caso. Por espacio de muchos siglos, aun prescindiendo de lo que pertenece a la religión, manejaron varias partes de la literatura profana y las manejaron de modo que convendría conocerlos. Sin embargo, aunque se han escrito tantas bibliotecas rabínicas, no conozco un libro que contenga sola y completamente lo que conviene saber en esto, ora lo atribuyamos al famoso Buxtorf [5] y a los rabinos de que se fiaba este primer compilador de tales hechos, ora a los escritores posteriores, las obras que se han publicado de esta naturaleza están tan llenas de menudencias y superfluidades como vacías de conocimientos útiles. Y no por ser muy grandes dejan de ser superficiales. ¿Y a quién atribuiremos el no tener una obra que nos pinte con verdad la literatura de los turcos, de los persas, de los chinos, de los rusianos? Nazca de donde naciere, carecemos de tales obras.
Los monasterios, que florecieron en el tiempo de la general decadencia y que, en medio de la ignorancia universal, fueron los sostenedores de una sombra de sabiduría y los fieles conservadores y propagadores de cuantos modelos de la antigüedad griega y romana han servido después para perfeccionar los estudios y el buen gusto de los modernos, merecían una obra crítica y bien ordenada que nos presentase la historia de los manuscritos y los caracteres de los mejores. Mas, ¿dónde hay tal obra? Fragmentos, noticias sueltas y relaciones, o incompletas o selladas por la parcialidad, ya por un culpable desprecio, ya por una apasionante estimación. Esto es solamente lo que tenemos sobre materia tan importante.
Pero no es esta ocasión a propósito para explicar todas las obras que nos faltan. Sería necesario para esto solo lo que está destinado para todo este discurso. Baste observar que en lengua ninguna tenemos una historia literaria filosófica, general, imparcial y completa, ni unas instituciones o lecciones de historia literaria metódicas, claras, completas y breves.
La gran superabundancia de libros, entre los cuales sobran los más, y el excesivo número de obras que hacen falta para poder conocer con facilidad la serie de los adelantamientos humanos, entre los cuales los primeros de que carecemos son los más esenciales, constituyen una prueba demostrativa de la grande utilidad o, por mejor decir, de la absoluta necesidad de una enseñanza metódica de la Historia literaria.
Leer todos los libros que pertenecen a ella es poco menos que imposible para cualquiera literato, principalmente hallándose escritos en tan diversas lenguas y adquirirlos todos solo puede ser dado a un príncipe poderoso. Mas, aunque en tanto cúmulo de obras haya quizá noventa y nueve centésimos que separar, sin embargo, apenas habrá un libro tan inútil que no contenga algún hecho o alguna observación que merezca ser aprovechada y apreciada.
Por otra parte, siendo tantos y de tal calidad como son los libros que faltan para hacer completa la Historia literaria, ¿cuál estudioso podrá suplirlos con su aplicación personal sin que ocupe en ello toda su vida? Siendo la Historia de la literatura tan útil y tan necesaria para saber discernir los libros útiles a cada estudio y ahorrar el tiempo y caudal que se malgasta en adquirir y leer los que no lo son, es la Historia de la literatura la que más precisa y directamente necesita de este discernimiento. Mas, siendo tantos los libros que sobran y tantos los que faltan para hacer completo este estudio, no es posible adquirir ese discernimiento sin que se pierdan muchos años o preceda la enseñanza metódica que ponga desde luego en el recto camino que se desea.
Abandono por no ser molesto toda las demás pruebas que confirmarían y demostrarían de nuevo la utilidad y necesidad del estudio metódico de la Historia literaria y, sin apartarme de esta misma y única prueba, entiendo que de ella propia se puede fácilmente deducir cuán difícil cosa sea ejercer dignamente esta enseñanza.
Un estudio que se dirige a discernir entre tantos millares de obras las pocas que convienen al estudio particular de cada estudioso y la edición que deberá buscar de cada libro y que se dirige a esto con el justo fin de que los aplicados pierdan el menos tiempo posible o no pierdan ninguno del que se destina a su carrera literaria. Un estudio tal, digo, exige de parte del que ha de gobernar esta enseñanza un profundo y muy extenso conocimiento de todos los ramos del saber. Mas este conocimiento, aun dedicándose todo a este solo estudio, no puede adquirirle ninguno sino por uno de dos medios: o manejando una o varias obras maestras que contengan todo lo que ha de enseñar y meditando perpetuamente sobre los modos de hacerla enseñanza más metódica, clara y completa, o leyendo con incesante tarea innumerables libros dictados en diversas lenguas, con distintos y aun contrarios fines, por hombres de un genio, de una verdad, de un saber y de un partido muy diferente en unos que en otros. Extractando siempre, no perdiendo jamás de vista las reglas de la crítica, examinando las fuentes de todas las aserciones, las conexiones de las doctrinas con las respectivas necesidades de los estudiosos y los inconvenientes que del uso común de tales libros pueden resultar al adelantamiento de cada estudio determinado.
Por lo que dejamos observado está bien manifiesto que el que dirija una cátedra de Historia literaria no puede aprovecharse del primero de estos medios, pues queda ya visto que sobre falta en ella otros muchos libros, no hay una completa Historia ni una obra suficiente de lecciones metódicas de tal estudio. Resta, pues, que es absolutamente necesario que recurra al segundo medio.
Cuán ímprobo trabajo sea examinar por sí mismo y sin guía todos los escritos que tratan por parte tan extensos asuntos, verificando las cosas que dicen en las fuentes a que se remiten solamente podrá conocerlo el que sepa bien cuán muchas son estas fuentes y cuántos y cuán varios aquellos escritos.
Agréguese a esto que el necesario examen de las revoluciones literarias, incluyendo las causas de los adelantamientos o atrasos de cada nación, de cada época o de cada estudio, no pueden sacarse de otra parte que de una extensa combinación de innumerables hechos exteriores y, al parecer, inconexos con la literatura.
Los mismos procedimientos de la ambición que prepararon las guerras civiles de los romanos y vinieron a privarlos para siempre de la libertad que los había hecho invencibles por otros que por ellos propios, elevaron el saber y elegancia de Roma a su más alto grado y la privanza que Cilnio Mecenas, gran premiador de los talentos distinguidos, tuvo con un príncipe de gusto tan fino cual era Augusto fue causa de que la elegancia del saber latino comenzase a decaer precipitadamente en el mismo tiempo que se admiraba en su mayor altura, como se ha hecho ver en una de las lecciones del año pasado. Si la antorcha de la razón imparcial hubiera alumbrado a los dictadores de la Historia literaria de alguna nación amable y muy sabia para que combinasen y examinasen sin preocupación los mismos hechos y causas exteriores que no ignoraban, los hubiera ciertamente libertado de aserciones improbables y de levantar testimonios no solamente falsos sino contradictorios a naciones enteras. El que haya de enseñar Historia literaria con el sano fin de buscar solamente el provecho debe evitar semejantes escollos. Mas en tanta abundancia de hechos y de relaciones de ellos, en tanta escasez de libros verdaderamente útiles para este objeto, ¡cuán inmenso trabajo es necesario que preceda a cada proposición que se haya de establecer!
Todas las enseñanzas ofrecen muchas y muy grandes dificultades y exigen un aplicado trabajo de parte de todos los que las dirigen. ¡Pero cuán diverso en todas que en esta! En todas las otras hay muchas instituciones o libros metódicos a qué atenerse, en esta ninguno. En todas son los estudiantes jóvenes y verdaderamente aprendices, absolutamente huéspedes en la facultad que comienzan y sin preocupaciones en ella, en esta todos, o los más, son hombres hechos y estudiosos veteranos, capaces de conocer y convencer los descuidos de los maestros y apenas habrá alguno que no tenga predilección fundada en razones y observaciones propias sobre alguno o algunos escritos. Los maestros encuentran en todos los otros estudios muchos trabajos hechos para poder escoger sobre todos los ramos los que les pertenecen. Pero en la Historia literaria hay muchos ramos sobre los cuales no tienen escrito alguno directo. En todas las enseñanzas basta que los maestros hayan estudiado y no tienen que hacer otro oficio que el de maestros. En esta no basta haber estudiado. Es necesario estudiar perpetuamente y alternar el oficio de maestros con el de aprendices. Finalmente, todas las enseñanzas tienen un término prefijo, mas el de la Historia literaria es inagotable.
Una enseñanza tan difícil de un estudio tan provechoso sobre tan importante asunto es el gran beneficio que la piedad de S.M., sabiamente ilustrada en tan apetecible asunto, ha querido franquear a sus amados vasallos. ¿Serían tan vanas las personas destinadas para realizar y hacer efectivo este beneficio que presumiesen completarle o consumarle como por milagro? ¿O serían tan poco agradecidas a la real confianza que no pusiesen con todo esmero cuanto empeño pueden sufrir sus fuerzas para desempeñarla? Ciertamente se creen libres de uno y otro defecto y, sin dejar de conocer la magnitud de la empresa y que no es posible terminarla desde luego, nada han omitido para irla facilitando, deseosos de ponerse en el camino que pueda guiar a la futura perfección.
No habiendo en lengua ninguna unas dignas lecciones metódicas de Historia literaria, y mucho menos de la parte que toca directamente a España, conocieron desde luego la necesidad de formar semejante libro y se determinaron a emprender su formación. Pero conocieron al mismo tiempo que si se arrojasen a disponer y publicar semejante obra, sin que precediese muy larga y madura preparación, además de acreditar una vana y necia presunción y confianza en sus propias fuerzas, serían reos del tiempo que se perdiese en una obra que no podía dejar de ser imperfecta. En tales circunstancias, ¿cuál podría ser su resolución? ¿Quedaría suspensa, como había estado, esta enseñanza por tanto tiempo contra los benéficos deseos de S.M. y de su ilustrado ministerio? Para que así no fuese se hubo se arrostrar un trabajo inmenso que supliese del modo posible los subsidios que faltaban a la enseñanza.
Era necesario un libro que sirviese en alguna manera de guía y se eligió la Historia de la literatura del sabio abate Juan Andrés [6]. No se ignoraba que el objeto de este autor no fue escribir unas instituciones o lecciones de Historia literaria. Su obra, por lo mismo, no tiene método, brevedad y complemento que para tal objeto son necesarias y, muy extensa en algunos puntos, es demasiado concisa en otros y de otros no dice cosa alguna. Sabíase esto y no podía ser de otro modo en una obra escrita con muy diverso fin, pero se eligió, sin embargo, porque, no habiendo otra obra más acomodada, el ser esta de un español, elegante, de gusto muy fino, bien admitida cuasi generalmente y adornada de muchas especies apreciables, era más acreedora a esta predilección que la de cualquier extranjero que, sin ser más a propósito para el caso, carecería de estas calidades. Pero, ¿cómo suplir el hueco que dejaba esta elección? ¿Cómo suplirle de un modo que el trabajo presente sirviese para facilitar el futuro?
Se determinó que leído en cada día de lección pública un parágrafo de aquel escritor le ampliase el catedrático leyendo sobre su contenido un discurso propio, que examinase y estudiase ampliamente todo lo que fuese conveniente y tuviese con él analogía. Solo conocerá la carga de esta solución el que pueda comprender o se atreva a probar qué cosa es escribir cada semana un discurso de diez o doce pliegos sobre semejante materia, destinado a ser oído por hombres hechos e inteligentes, con tono de enseñanza, pero con sujeción a la discusión y con libertad en todos los oyentes para oponer las dudas que hallaren o combatir los descuidos que hubiesen notado.
Estos discursos, estas discusiones y esta libertad han seguido desde el principio, y seguirán en adelante, conservándose tales trabajos para servir de materias a las futuras instituciones. Comenzando por el principio y orden con que se produjeron las ciencias y las artes, se trató el año primero de esta instituto de la antigua literatura de los chinos, de los indianos, de los caldeos, de los hebreos, de los persas, de los árabes, de los fenicios, de los egipcios, de los celtas, de los celtíberos, de los escitas, de los etruscos, de los pelasgos, de los umbros, de los turdetanos y de los primeros ensayos de literatura griega.
Hasta aquí apenas se pudo hacer otra cosa que recorrer el ancho país de las conjeturas y escribir la novela de los orígenes literarios. Desde aquí empezó la Historia de la literatura. La de los griegos ofreció materia para muchas lecciones en las cuales se trató de los primeros estudios de los griegos hasta Homero y sucesivamente de los poetas trágicos y de los cómicos, delos filósofos, de los matemáticos, historiadores, cronólogos, geógrafos, médicos, gramáticos, oradores, críticos y demás escritores varios que produjo la Grecia hasta el tiempo de los sucesores de Alejandro el Grande.
La literatura de los romanos sucedió a la de los griegos y, en las lecciones que sobre ella se leyeron, se dividió en cuatro edades, que presentaron sus varios estados desde los primeros tiempos hasta su total ruina haciendo juicio de sus escritores desde Livio Andrónico y no omitiendo las causas tanto directas como exteriores de sus adelantamientos y decadencia.
Puesto así fin al primer año escolástico de la enseñanza de la Historia literaria con tantas lecciones como semanas útiles ocurrieron en él y preparándose para seguir del mismo modo los restantes, pareció que un ejercicio público podría ser no solamente un testimonio irrefragable de la aplicación de todos sino también una demostración de sus adelantamientos.
Presentose una lista de asuntos análogos a las lecciones del primer año para que espontáneamente escogiesen los concurrentes el que fuese más a gusto de cada uno y sobre ellos escribieron los encargados sus respectivos discursos que leyeron y sometieron a la discusión y censura de todos.
Este conjunto de obras trabajadas con esmero, que hubiera sido mucho mayor si el tiempo hubiera bastado para que cada concurrente tocase su respectivo asunto y si algunos no hubieran sido legítimamente impedidos, este conjunto, digo, de discursos, que se irán publicando después es el almacén general de las proposiciones que se presentan al público examen.
Rogamos a tan lúcido y sabio concurso que se digne contribuir con sus preguntas o dificultades para que, si el éxito correspondiere a nuestras esperanzas, podamos dar de nuevo las gracias a quien proporciona a la literatura nacional tan grande y tan nuevo beneficio.
Esta definición, sumamente genérica, se matiza a lo largo del discurso hasta comprender la definición expreasada por Mayans y Siscar en su Rhetórica: «La historia literaria refiere cuáles son los libros buenos y cuáles los malos, su método, estilo y uso, los genios e ingenios de sus autores, los medios de promover sus adelantamientos e impedirlos, los principios y progresos de la sectas eruditas, las universidades literarias, las academias y sociedades de varias ciencias y estado de la literatura n ellas y el adelantamiento o descuido de las naciones en cada género de ciencia», Rethorica, II.
Alude a su obra Novum organum de 1620. Mencionado aquí como referente del racionalismo ilustrado, Bacon representa la renovación científica la aplicación de un método racionalista inductivo y experimental frente al apriorismo de raigambre aristotélica y al silogismo de los sistemas. Opiniones similares se encuentran en Juan Andrés y en Jovellanos.
Se refiere Trigueros a los masoretas, doctores judíos que desde los siglos VII hasta el X d.C., dotaron a los textos de un sistema de signos que los fijaban por medio de vocales, acentos, signos de puntuación, etc. Sus anotaciones críticas se realizaron con la intención de asegurar la uniformidad de los escritos del Antiguo Testamento. Se distingue entre las masoras marginalis, parva, magna y finalis. Francisco Aguilar Piñal localiza un Discurso sobre los puntos vocales de los hebreos en el Archivo Histórico Nacional. Se trata de un volumen facticio de manuscritos del siglo XVIII titulada Miscelánea de diferentes relatos (sign.: Códices, L. 868) que se encuentra digitalizado.
En esta época la invención del grabado en hueco se atribuye a los egipcios, según algunos testimonios. Trigueros se queja de la apropiación en 1410 por parte de Juan Vello Corniole de ese procedimiento.