Siguiendo los objetivos de la publicación de dar a conocer los textos e ideas de los pensadores más relevantes del siglo XVIII, se traduce en esta ocasión la entrada dedicada a la «Erudición» que D'Alembert escribiera en la Encyclopédie Méthodique. En estas páginas se expone en qué consiste el concepto actualizado del término erudición, cuáles son sus usos contemporáneos y las tareas que su ejercicio implica:
La palabra erudición que viene de la latina erudire, enseñar, significa propiamente «ciencia», «conocimiento», pero con más particularidad se la ha aplicado a aquel género de saber que consiste en el conocimiento de muchos hechos y que es fruto de una vasta lectura.
[...]
La Erudición, considerada con relación al estado presente de las Letras, comprende tres ramos principales: el conocimiento de la Historia, el de las lenguas y el de los libros (pp. 259-260).
En relación a esa última clase de saber, es decir, el conocimiento de los libros, señala D'Alembert que implica «a lo menos hasta cierto punto, el de las materias que tratan y de sus autores, pero principalmente consiste en el conocimiento del juicio que los sabios han formado de ellos, de la utilidad que se puede sacar de su lectura, de las anécdotas pertenecientes a los autores y a los libros de las diferentes ediciones y de la elección que se debe hacer entre ellas» (pp. 260-261).
De acuerdo con este planteamiento, la erudición se entiende que comprende un vasto ámbito de trabajo, por lo que reserva el término erudito esencialmente para el historiador. De la Erudición hace derivar una rama que es la Crítica que, a su vez, comprende lo que hoy denominamos «crítica textual» y el saber histórico-filológico. Pero también explica los dos extremos que debe rehuir: la indulgencia y la severidad excesivas.
Otro exceso de la Crítica que también denuncia el enciclopedista en su artículo es el dejarse llevar de las conjeturas: «crítica peligrosa y despreciable que se aleja de la verdad cuando parece que la busca» (p. 267).
Considera D'Alembert que los modernos se han distinguido en la Erudición por dos razones: porque a medida que la historia avanza, aumenta la materia objeto de estudio y erudición, y la segunda porque no fue muy cultivada entre los antiguos. No obstante, manifiesta que en su tiempo se da preferencia a las ciencias y a las materias de puro ingenio. Ello se debe a que es más fácil realizar hallazgos en estos ámbitos. De hecho, afirma que las obras de ingenio no requieren casi lectura alguna: «el talento y algunos buenos modelos bastan» (p. 277). En cambio, La Erudición exige la lectura de muchas obras:
La Erudición pide muchos más libros. Es cierto que un literato, que para hacerse erudito, se limitase a leer los libros originales, abreviaría infinito sus lecturas, pero le faltaría aún mucho que hacer; por otra parte, tendría mucho que meditar para sacar por sí mismo de la lectura de los originales los conocimientos circunstanciados que poco a poco han sacado los modernos ayudándose unos a otros y que después han extendido en sus obras (p. 278).
Afirma, pues, que en las ciencias es solo necesario conocer las obras fundamentales, mientras que la Erudición conlleva la lectura de los textos originales y los libros que versan sobre ellos escritos por otros eruditos. Esto ha provocado, a su entender, que haya decaído el interés por la Erudición, además de que sus descubrimientos ni resultan tan palpables ni tan útiles. Sin embargo, la Erudición, y sobre todo la Crítica, exige de similar y aun mayor trabajo y cualidades:
La sagacidad que piden ciertos ramos de Erudición como, por ejemplo, la Crítica no es nada menor que la que se necesita para el estudio de las ciencias o acaso es necesaria mayor finura y delicadez en aquella. El arte y el uso de las probabilidades y conjeturas supone, en general, un entendimiento más dócil y desembarazado que el que solo ha de rendirse a la fuerza de la demostración (pp. 279-280).
Expresa que queda mucho por hacer en el conocimiento de las lenguas antiguas y en las orientales, desde el árabe al chino. Y, junto a ello, asegura que con lectura, paciencia y memoria se puede llegar a ser un erudito. Pero la Erudición no convierte al erudito en un ser insensible. De igual modo, la Erudición y la Crítica exigen disponer de un espíritu filosófico.
Analiza el discurso también la queja sobre la falsa erudición generada por los diarios y los diccionarios. Sin embargo, esto no le parece grave. Lo peor, a su juicio, es que la imprenta, al mismo tiempo que tiene la ventaja de ofrecer la lectura de las obras buenas, multiplica también el acceso a las malas.
Y algo muy similar piensa sobre las traducciones: «La lectura de las traducciones, aun en materia de pura y simple erudición, [...] no suple jamás a la de los originales en sus propias lenguas. Mil ejemplos nos convencen todos los días de la infidelidad de los traductores ordinarios y de la inadvertencia de los más exactos» (p. 289).
D'Alembert defiende la lectura directa de las fuentes, aunque ello conlleva un conocimiento profundo de las lenguas. De igual modo, sostiene que resulta también imprescindible para las ciencias y las letras la lectura de los autores antiguos y de los modernos. Concluye así que ningún saber es inútil y que la lectura de las obras ajenas enriquece el pensamiento propio y le hace avanzar hacia nuevas ideas.