Este discurso del bibliotecario Biron tiene por objeto ofrecer consejos acerca de la lectura, junto con un método para que los alumnos de la Escuela Superior pudieran aprovecharse de ellas. Se estructura en dos partes. En la primera se abordan tres asuntos: los motivos para no desanimarse, aunque no se esté particularmente favorecido por la naturaleza para la lectura; los consejos para apartarse de los malos libros y unas indicaciones sobre los autores célebres cuyas excelentes obras deben encontrarse siempre en manos de la juventud estudiosa.
La segunda se dedica a exponer qué disposiciones deben tenerse para obtener buenos frutos de la lectura y los métodos que deben emplearse para alcanzarlos.
El principio general del que parte Biron es la idea de que debe priorizarse el parecer de los hombres ilustres, sobre todo de la antigüedad, cuyas luces han sido y serán siempre objeto de admiración. Cualquier esfuerzo será vano, según opina, si no se consultan a esos sabios de la historia. Por muy privilegiado que se sea en cuanto a las capacidades propias, estas deben pulirse con el saber de otros (pp. 2-3). Asegura que esta convicción la tenían los filósofos antiguos y la han admitido los modernos, razón por la cual leyeron a los buenos autores que les precedieron. De hecho, considera que ninguna obra buena puede ser el resultado de no haber leído con inteligencia a los autores más reputados.
Pero la lectura debe estar también en consonancia con la profesión que se vaya a ejercer. Dependiendo de esta, se eligirán los libros más a propósito para el desempeño de las futuras funciones. Y así, para aspirar a ser un buen poeta o un historiador, debe comenzarse por conocer bien la lengua, la gramática y sus buenos usos. La lectura de autores cuyos escritos son modelos discursivos por su claridad, pureza y razonamiento, como Locke, Dumarsais o Condillac, servirá para aprender a realizar las operaciones del entendimiento que generan ideas y para familiarizarse con los tropos de los poetas (p. 8). A continuación, prescribe que la formación en la lectura prosiga con el estudio de las Bellas Letras y, en particular, con el conocimiento del principio de imitación. Es este el camino que emprendieron Homero, Virgilio y todos los poetas meritorios del Parnaso, según opinión declarada del propio Biron.
Pero también deben conocerse las obras claves de la literatura francesa, aunque sus autores no le parecen sino imitadores de los autores antiguos (p. 9). Sobre cualquier autor moderno, Biron sitúa el valor sublime de los escritos antiguos por lo que recomienda el estudio de las lenguas en que se escribieron. Considera, por tanto, que la lectura de estos textos clásicos sirve para aprender el estilo, el lenguaje e incluso las costumbres que los hacen admirables. Mediante su lectura se multiplican estas ventajas, por lo que tan importante es elegir bien los libros en función de su utilidad, como la forma o procedimiento que se utilice al leerlos.
De acuerdo con este planteamiento, explica que los amigos de las buenas costumbres rechazarán los malos libros morales por muy bien que estén escritos (p. 12). El propósito de estos no es otro que ocasionar perjuicios al alma e invertir el buen orden público. Reconoce que el vicio se propaga con más facilidad que la virtud, pero que puede evitarse esa relación peligrosa huyendo de ellos. Enuncia a continuación los males que causa sobre el genio, la nobleza y la imaginación.
En cierto modo, Biron responde a las consecuencias morales y políticas de la Revolución francesa reclamando que las gentes de letras sean hombres que puedan considerarse preceptores del género humano, padres de la verdad y de la virtud. Estos hombres de bien no necesitan oprimir a los pueblos, sino revelarles las virtudes morales que ellos mismos han aprendido de la antigüedad y sobre cuya base puede realizarse una auténtica regeneración del estado social y político.
En este contexto, Biron se fija en las Bellas Letras y la Historia. Intenta convencer a los lectores de que las lecturas de libros carentes de valores constituye una pérdida de tiempo. Leerlos será «un verdadero suicidio» llega a afirmar. Termina por ello esta primera parte presentando de forma genérica a los autores más recomendables según las distintas disciplinas.
La segunda parte se dedica a determinar si se sabe leer para obtener ventaja de la lectura de buenos libros. Recomienda, en primer término, no precipitarse al leer, sino que la lectura debe de ser lenta, pues se debe procurar que sirva para adquirir unos conocimientos sólidos. De ahí que la lectura no pueda ser ligera ni superficial. Exige fuerza de voluntad y un esfuerzo intelectual para comprender las verdades que se hallan en los escritos sin aportar prejuicios ni negativos ni positivos.
Reivindica el método filológico del ars excerpendi, esto es, de la anotación o extracción de las ideas fundamentales. Los lectores deben intentar averiguar cuál es el deseo del autor, el tema de la obra, su organización, sus principios, llegar hasta las últimas consecuencias de lo que plantea en su escrito, averiguar cuáles son sus efectos y propósitos y así, de todo este conjunto, obtendrá una idea global de todo lo aprendido y se formará un juicio sólido de lo leído (p. 26).
Recomienda asimismo indagar en la persona del autor, leer la dedicatoria y el prefacio, y prestar atención a los títulos de los capítulos si los hubiere. Todo este paratexto explica que tienen un propósito que ayuda a entender la obra en su conjunto.
Biron prosigue recomendando que se analice el fondo de cada escrito y, una vez conocido este, se estudie el estilo y la expresión.
Con todo ello, reniega de los zoilos, semisabios y demás malos lectores que ignoran el proceder del auténtico crítico. Este se ha construido un juicio sobre la base de la lectura directa, sin mediadores, sin recurrir a compilaciones que suprimen aleatoriamente partes significativas de los textos. Lo mejor es ser uno mismo quien extraiga de los libros aquellos fragmentos más apreciables para recordarlos y ejercitar el juicio. En resumen, se trata de leer con aplicación, interés y perseverancia.