Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
Proyecto Admin
Identificación

Apología de Miguel de Cervantes sobre los yerros que se le han notado en el Quixote

Antonio Eximeno
1806

Resumen

Salida en 1806 de la madrileña Imprenta del Real Arbitrio, la Apología de Miguel de Cervantes a cargo del musicólogo Antonio Eximeno supone una rara avis dentro del cervantismo dieciochesco. En primer lugar, por su antiacademicismo, que queda patente en la negativa de Eximeno de adscribirse a las tesis de los grandes cervantistas de la centuria: Gregorio Mayans, Vicente de los Ríos y Juan Antonio Pellicer, a los que incluso contradice. Y, en segundo lugar, por relativizar las críticas de las que el Quijote era objeto (incluso por parte de sus defensores), y que tendían a cuestionar el plan cronológico de la novela.

Eximeno, en su lugar, justificará los anacronismos del Quijote apelando a la demencia del personaje principal. Así, y a diferencia de lo que apuntaba Mayans, Cervantes no hizo a su Quijote contemporáneo de don Belianís de Grecia, sino que se trata de un hombre del siglo XVII que, por mediación de su locura, cree vivir en el pasado. Pero Eximeno irá incluso más lejos al insinuar que los análisis de Mayans y de Vicente de los Ríos parten de una premisa errónea, pues tratan de atribuirle a la novela cervantina «perfecciones que no tiene, y de que, siendo fábula, no necesita».

La predilección de Eximeno por Cervantes queda en evidencia en su novela Don Lazarillo Vizcardi: sus investigaciones músicas con ocasión del concurso a un magisterio de capilla vacante, que, aunque redactada entre 1789 y 1802, no vería la luz hasta 1872, mucho después de la muerte del autor. Se trata de una novela satírica influeida por el Quijote en la que Eximeno teoriza sobre los conceptos de belleza y buen gusto en la música a partir de un marco narrativo: los desencuentros entre tres aspirantes al puesto de maestro de capilla. Recuérdese, a este respecto, que Eximeno es autor de algunos de los tratados de música más importantes del siglo XVIII, como Dell 'origine e delle rególe delia musica, colla storia del suo progresso, decadenza e rinnovazione, impreso en Roma en 1774.

Descripción bibliográfica

Eximeno, Antonio, Apología de Miguel de Cervantes sobre los yerros que se le han notado en el Quixote, Madrid: Imprenta de la Administración del Real Arbitrio, 1806. 
139 pp., 1 h.; 8º. Sign: BNE U/3300.

 

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000086548

Bibliografía

García-Arévalo Alonoso, Julia, «El Quijote en la obra literaria y musical de Antonio Eximeno», Gaceta de Estudios del Siglo XVIII, 3, 2015.

Pollin, Alice M., «Don Quijote en las obras del P. Antonio Eximeno», PMLA, LXXIV, 5, 1959, pp. 568-575.

Rey Hazas, Antonio; Muñoz Sánchez, Juan Ramón, El nacimiento del cervantismo. Cervantes y el Quijote en el siglo XVIII, Madrid: Verbum, 2006.

 

Cita

Antonio Eximeno (1806). Apología de Miguel de Cervantes sobre los yerros que se le han notado en el Quixote, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/apologia-de-miguel-de-cervantes-sobre-los-yerros-que-se-le-han-notado-en-el-quixote> Consulta: 03/12/2024].

Edición

PRÓLOGO

El autor de las Investigaciones músicas de don Lazarillo Vizcardi [1], acostumbrado a leer los libros sin empalagarse antes de prólogos, vida de autores, censuras, aprobaciones y otras zarandajas, habiéndole venido a las manos la magnífica edición del Quijote hecha en Madrid por la Real Academia de la Lengua de 1780, comenzó a leer en su primer tomo, más allá de su mitad, donde dice: Primera parte; capítulo primero; y llegando al capítulo 33, la novela del Curioso impertinente le puso de mal humor porque, buscando en ella a don Quijote, le halló que estaba durmiendo a sueño suelto en su célebre camaranchón. Disgustado de esto volvió atrás en busca de Maritornes que le despertase; y hojeando de nuevo en el primer tomo, dio sin pensar con la Análisis del Quijote, la cual le puso de peor humor; no porque déjase de admirar la mucha erudición, y el analítico y sutil ingenio de su autor; sino porque al ver en una fábula tan celebrada tantos descuidos, tantos yerros de cronología y de geografía, cuantos se suelen oir en las tertulias de clérigos y abogados cuando hablan de las guerras, se le cayó el corazón a los pies, diciendo entre sí; si a un Cervantes, cuya pluma había hecho callos en escribir novelas, en una fábula tan original se le ha cogido en tantos falsos latines; ¡pobre de mí que por la primera vez me presento al público con la máscara de novelista! ¿Si in viridi ligno hace faciunt; in arido quid fiet? Afligido de este pensamiento echó a un lado al Quijote, y se puso a hojear en su fábula, buscando en ella qué yerros de la misma especie se le hubiesen escapado; cuando entró un amigo, y viéndole tan inquieto y desazonado dar vueltas a su Lazarillo, ¿qué es eso, amigo? Le dijo, ¿por ventura ese muchacho que entre tantos sinsabores y afanes has engendrado y educado, aun te da en que entender? Le explicó el autor los escrúpulos en que le había metido el autor de la Análisis del Quijote; y el amigo, no me maravillo, le respondió, porque el autor de esa Análisis con su agudo y metafísico ingenio es capaz de llenar de escrúpulos un convento de frailes; y a ti de contado veo que te ha barajado las ideas, y héchote olvidar de lo que en esa misma obra y en otras has dicho de las viejas reglas de contrapunto. ¿Y qué tienen que ver las reglas de contrapunto, preguntó el autor, con los descuidos y yerros de cronología y geografía? Muchísimo, respondió el amigo. ¿Tú no has dicho, y mil veces vuelto a decir, que si el compositor de un concierto de voces o de instrumentos quiere tener ojo a las viejas reglas de contrapunto, se la apagará el fuego del estro, y compondrá una música seca, desaliñada y desabrida? Así es, respondió el autor. Pues ni más ni menos, replicó el amigo; si Cervantes al componer su fábula hubiera tomado el compás en la mano, y puéstose delante un calendario para medir escrupulosamente la distancia de lugares y tiempos, hubiera engendrado un hijo más seco, macilento y avellanado que el mismo don Quijote. Esta reflexión fue un rayo de luz que le disipó al autor los escrúpulos en que le había metido la sobredicha Análisis; y siendo, como suele ser, el mal ajeno consuelo de necios, pensó excusar sus yerros con los de Cervantes. Mas esto, reflexionó, será dar a Cervantes por reo convencido de los suyos, cuando de los más de los que se le acusa, se puede absolver. En fuerza de esta reflexión determinó hacer la siguiente Apología de Cervantes, reservando el responder a las objeciones que se le hagan a su Lazarillo, cuando se las hagan.


APOLOGÍA DE MIGUEL DE CERVANTES

SOBRE LOS YERROS QUE SE LE NOTAN EN EL QUIJOTE

Los escudriñadores de la república literaria, que pasan la vida escarabajeando en vidas y obras ajenas, hallaron en la grande obra del Quijote tantos descuidos, tantas contradicciones, tantos yerros de cronología y geografía, que no parece sino que Cervantes, a más de lo mucho en que su genio inventor se hizo admirar de los hombres sabios, quiso también dejar en que entretenerse a los musaraños. Dejando andar en honor de nuestra antigua literatura, los oprobios de que se vio abrumado el pobre don Quijote cuando mostró al público su enjuta y surcada faz; dos han sido en nuestros días los severos escudriñadores de los yerros de Cervantes; el uno el protomusaraño y censor universal de la literatura española, en la vida que escribió de Cervantes para la edición del Quijote, hecha en Londres año 1738, erudito sin genio, mal avenido con las Musas, que apostillando, criticando, corrigiendo y adicionando este y el otro autor, viajó por varias provincias de la república literaria a ancas ajenas. El otro el autor de la Análisis del Quijote puesta al principio de la edición hecha en Madrid por la Real Academia de la Lengua año 1780, autor erudito con juicio, y crítico sobremanera, que por lo mismo que estaba tan enamorado del Quijote, como el mismo don Quijote de Dulcinea, le ofendieron en él ciertos lunares, que lejos de afearle, acrecientan su hermosura. En su Análisis entra en un menudísimo por menor de la estructura y perfecciones del Quijote, comparándolas con las de la Ilíada; aunque no sé si algún genio burlón dejará de reír al ver comparadas las armas que Tetis le envió del cielo a Aquiles con el yelmo de Mambrino; y el robo con que D. Clavijo despojó a la infanta Antonomasia de su virginidad, con el saco de Troya. Pero en el nono y último párrafo de esta Análisis, y en el Plan cronológico que se le sigue, sombrea el autor el bello cuadro que del Quijote ha hecho en los párrafos antecedentes, juntando en él los descuidos, inconsecuencias, contradicciones y yerros de cronología y de geografía que le parece haber visto en esta fábula; pero su buen juicio le dio a conocer cuán frívolos son los reparos que el censor universal opone al Quijote, y responde a ellos antes de proponer los suyos.

Dice el censor universal que el Quijote es de la cruz a la fecha un continuado anacronismo; porque Cervantes hace a don Quijote contemporáneo de Belianís de Grecia, el cual se debe suponer que existiese en los primeros siglos del cristianismo, y antes y después habla de las cosas y autores de su tiempo. Tres muy eruditos párrafos emplea el autor de la Análisis en responder a este reparo, sin pensar que el censor universal, revolviendo cartapacios góticos para apostillar este y el otro autor, dio sin duda con la fe de bautismo de don Belianís de Grecia, para poder francamente decir, que su existencia se debe referir a los primeros siglos del cristianismo. El caso es que Cervantes no hace a don Quijote ni antiguo ni moderno; el mismo don Quijote es quien dice a Vivaldo que «casi en sus días había visto, comunicado, y oído a don Belianís de Grecia» [2]; así como hemos visto y conocido en nuestos días al conde Caliostro, el cual, sin casi, decía que se había hallado en las bodas de Caná de Galilea, y que había tratado y comunicado con Jesucristo y su Madre. De Caliostro se ha dicho que era un impostor, y por tal fue condenado en Roma, en el pontificado de Pío VI a cárcel perpetua. ¿Y qué diremos de don Quijote? Que fue un loco, cuyo lenguaje de loco se manifiesta en aquel casi, la cual partícula, quien habla con juicio, no la junta jamás con haber comunicado. Y de quién critica al autor de una fábula, porque hace decir locuras a un loco, ¿qué diremos? Lo diga el padre de locos.


El autor de la Análisis alta a la extremidad opuesta, y porque Cervantes habla de las cosas como existían en su tiempo, pretende que hizo a don Quijote contemporáneo suyo. ¿Mas, cómo compondremos esta opinión con la antigüedad de los cartapacios arábigos, que contenían la historia de don Quijote escrita por Cide Hamete Benengeli, árabe manchego, y consiguientemente nacido en la Mancha, por lo menos poco antes o después de haber los cristianos conquistado a Toledo en el 1080, y con la caja de plomo, que conservaba un antiguo médico, desenterrada de los cimientos de una vieja ermita, en la cual caja se hallaron ciertos pergaminos escritos con caracteres góticos, los cuales contenían los hechos de don Quijote, y los epitafios puestos en su sepulcro en versos castellanos? En estos antiquísimos documentos, producidos por el mismo Cervantes, hubiera podido el censor universal fundar la grande antigüedad de don Quijote, mejor que en el dicho de un loco. No deja el autor de la Análisis de hacerse cargo de la oposición de estos tan antiguos documentos que tratan de don Quijote, con su opinión de haber hecho Cervantes a don Quijote su contemporáneo; pero se sale de la dificultad con decir: «ser más fácil atribuir a Cervantes dos o tres descuidos, que no persuadirse a que desde el principio hasta el fin de su obra estuvo olvidado del tiempo, en que suponía haber sucedido la acción de ella, como debiera inferirse de la serie de anacronismos que le objeta» [3] el censor universal. Es decir, que Cervantes cuando citó aquellos tan antiguos documentos, se descuidó y olvidó de que en el discurso de la obra hacia a don Quijote contemporáneo suyo. La crítica a las veces hila tan delgado, que se rompe su hilo, y no es fácil atar un cabo con otro. Si no es posible, como pretende el autor de la Análisis, que Cervantes en los anacronismos, que le objeta el censor univeral, se olvidase de que en el discurso de la obra hace a don Quijote contemporáneo de Belianís de Grecia, ¿cómo puede ser posible que, suponiendo a don Quijote su contemporáneo, se pusiera tan de propósito y tan a la larga a contar la historia del hallazgo de la caja de plomo, y de los cartapacios arábigos, a los cuales se remite muchas veces en el discurso de la obra? Y es de notar que Cervantes acaba el capítulo octavo de la primera parte, quejándose de no poder continuar su historia, porque la que le servía de original acababa allí; pero añade la conjetura de no ser posible que en los archivos y escritorios de la Mancha no se hallen algunos papeles que traten de este gran caballero. Con esta misma conjetura comienza el capítulo nono amplificándola con otras conjeturas, y confirmándola con decir que la historia de este famoso caballero no podía ser muy antigua, puesto que en su librería se hallaron libros tan modernos como Desengaños de celos: ninfas y pastores del Henares, y si podía añadir su misma Galatea. Amplificada y de mil modos calafateada esta conjetura, pasa inmediatamente a contar la larga historia del hallazgo de los cartapacios arábigos, escritos siete u ocho siglos antes, los cuales contenían la historia de don Quijote. Era natural que en acabando de contar esta historia, procurase de algún modo combinarla con la conjetura que acababa de hacer, sobre que la historia de don Quijote no podía ser muy antigua; pero sin darse por entendido de la contrariedad de su conjetura con la antigüedad de aquellos cartapacios, para a continuar su historia sacada de los mismos cartapacios. ¿Este silencio sobre aquella contrariedad será por ventura otro descuido? Lejos de esto, me parece ser esta una ingeniosa treta para darnos a entender, que él no quería hacer a don Quijote ni antiguo ni moderno, sino hacerle andar por ese mundo en un siglo o tiempo de la misma naturaleza de su fábula, esto es, en un tiempo imaginario; y representándonos a don Quijote por sus conjeturas modernísimo, y por aquellos cartapacios antiquísimo, sin desatar ni cortar este nudo, parece que previó y despreció las combinaciones cronológicas, y cálculos que sobre su fábula se habían de hacer en lo sucesivo.

El caso es que el hallazgo de los cartapacios arábigos, y el de la caja de plomo, son de aquellas mentiras jocosas, que por lo mismo que son jocosas dejan de ser mentiras, porque nadie las toma por dichas seriamente, ni se engaña con ellas. El hallazgo de los cartapacios es una bellísima figura retórica, propia del ameno ingenio de Cervantes, para aguzar la curiosidad, y tentar la paciencia de los lectores. Al fin del capítulo octavo nos pinta al valeroso don Quijote, y al colérico vizcaíno en el acto de arremeterse el uno al otro como dos fieros leones, levantadas sus cortadoras espadas, y cubiertos don Quijote con su rodela, y el vizcaíno con una almohada. He aquí al lector ansioso de ver quien de los dos combatientes parte por medio al otro; mas Cervantes le echa encima un jarro de agua, diciéndole que el historiador, de quien saca su historia, acaba aquí, y nada más dice del fin de aquella batalla, ni de las demás hazañas de don Quijote; mas por no meterle en desesperación, entabla la sobredicha conjetura, de que de tan famoso caballero se deben conservar memorias en los archivos de la Mancha. Con esta conjetura comienza el capítulo nono, y por dos enteras páginas de la edición en cuatro mayor de 1780 la amplifica, y la corrobora con la otra conjetura, de que la historia de don Quijote no podía ser muy antigua, habiéndose hallado en su librería los modernísimos libros que arriba dijimos. Entre tanto se le aviva la inquietud del ánimo al lector, por no poder ver quien de aquellos dos furibundos combatientes queda sin un brazo, pierna u oreja; mas Cervantes al fin de estas dos páginas le hace como de cerca entrever el fin de aquella batalla, diciendo que, finalmente, siéndole propicio el cielo, halló los deseados papeles. El lector se despabila, y se dispone a ver sobre la marcha correr la sangre de aquellos dos fieros leones; mas Cervantes le pide flema, y por otras tres enteras páginas se pone a contar muy despacio la larga historia del hallazgo de los cartapacios arábigos de Cide Hamete Benengeli; en donde los halló, quien los tenía, cuanto los pagó, en donde halló quien se los tradujese al castellano, cuanto pagó la traducción; refiere después algunas notas marginales de los tales cartapacios; y por cinco páginas enteras con mil rodeos y cuentecillos, que no le importan nada al lector, no le deja jamás llegar al deseado campo de batalla. El lector se impacienta, se desespera, y reniega del mismo Cervantes; pero Cervantes se ríe seguro de que la impaciencia no le hará arrojar el libro de las manos, porque le considera muerto de curiosidad de ver el fin de aquella tan sangrienta como ridícula batalla. Al autor de la Análisis, que tan menudamente analizó las bellezas de los episodios de esta fábula, se le pasó este por alto; y si hubiera dado en él, no hubiera atribuido a descuido cronológico de Cervantes el hacer a don Quijote su contemporáneo, y después sacar su historia de aquellos tan antiguos cartapacios.


Otro fin se propuso Cervantes en el hallazgo de la caja de plomo. Iba a concluir la primera parte de su historia con intención, pero sin gana de continuarla por entonces; y para colorear su pereza vuelve con la misma excusa, con que tuvo por cinco páginas a don Quijote y al vizcaíno con las espadas en alto, esto es, que los documentos originales de que él se sirve acaban allí, y añade, que nada más hubiera podido averiguar de los hechos, y de la muerte de este valeroso caballero sin los pergaminos góticos, que conservaba un antiguo médico, hallados en una caja de plomo desenterrada de los cimientos de una vieja ermita derribada para fabricarla de nuevo. El examen y traducción de estos pergaminos pedía algún tiempo, y este se toma Cervantes para escribir la segunda parte. A mas de que, atendido su genio burlón, no será juicio temerario el pensar, que así como con los cartapacios arábigos escritos siete u ocho siglos antes, los cuales contenían la historia de un caballero, en cuya librería se halló la Galatea del mismo Cervantes, quiso hacer burla de los cálculos cronológicos que se habían de hacer en nuestros días sobre su fábula, del mismo modo con el hallazgo de aquellos viejos pergaminos quiso salpicar de ridículo la credulidad de aquellos literatos anticuarios, que compran a peso de oro pedazos de mohosos y apolillados pergaminos, escritos con caracteres que apenas se entienden, y creen con esto haber adquirido un tesoro inestimable, y un documento al cual se debe dar fe poco menos que a los cuatro Evangelios, como si los antiguos en sus pergaminos y cartapacios no hubieran podido escribir con caracteres góticos o arábigos tantas mentiras y fruslerías, como en papel blanco o azul escribimos los modernos. Según eso, se me objetará, será lícito en una fábula confundir los tiempos, transportar un hecho de un siglo a otro, juntar los personajes que distan entre sí años o siglos, y separar los contemporáneos. No nos precipitemos a sacar consecuencias saltando las ideas intermedias, que esto precipita en el error. El tiempo de una acción fabulosa es, como ya dijimos, de la misma naturaleza de ella, esto es, imaginario, y el tiempo imaginario no debe ni puede estar atenido a la serie de años, meses y días del tiempo verdadero; mas no para esto será lícito en una fábula hacer la confusión de tiempos que se me objeta, a la cual objeción responderemos en tratando del Plan cronológico, que de la fábula del Quijote se ha propuesto sacar el autor de la Análisis. Volvamos al censor universal.

Las sabandijas que nos molestan, hincan el aguijoncillo para chuparnos la nata y flor de la sangre. A este modo el censor universal reprueba la batalla de don Quijote con el vizcaíno, que es unod e los más bellos cuadros de esta fábula, porque dice que el vizcaíno, cuando don Quijote le embestía ya con la espada en alto, no tuvo tiempo para dejar las riendas de la mula, sacar la espada, y asir de la almohada del coche. Una censura en la cual se quieren contar los minutos de una acción casi repentina, común a los dos combatientes, mas que un error de Cervantes, prueba el pobre y mezquino genio del censor. Le responde el autor de la Análisis, que el vizcaíno, al oí que don Quijote le tocaba un pelo de su nobleza, fue el primero a sacar la espada, y que la almohada no era el almohadón del coche, como parece que se lo figura el censor, sino una de aquellas almohadas que por comodidad se llevan en los viajes. Aunqur por la narración de Cervantes no es fácil decidir quién de los dos combatientes fue el primero a sacar la espada, o si entrambos la sacaron al mismo tiempo, sin embargo, la respuesta es más que suficiente para una tan miserable objeción; y hubiera sido la tal respuesta más completa, si el autor de la Análisis hubiera leído una nota marginal de los cartapacios arábigos, en la cual dice Cide Hamete Benengeli que el vizcaíno al mismo tiempo echó la mano derecha a la espada, y asió de la almohada con la izquierda; porque la princesa que iba en el coche padecía de sangre de espaldas, y porque el almohadón era duro, iba sentada sobre una almohada de pluma, la cual bajo las ancas de la princesa, que era mujer pingüe y anciana, se había calentado de modo que le irritaba las hemorroides, y ella, para orearla y refrescarla, la había tendido a la portilla del coche.


Condena también el censor universal que Cervantes haga caer a Sancho en Aragón de una sima en una caverna larga media legua, porque dice que en Aragón no hay tal caverna. Admiro la paciencia del autor de la análisis en responder a una tan pueril objeción, con los ejemplos de la Odisea, de la Eneida y de la Argénis, y otras fábulas originales, en las cuales se fingen cosas que no existieron ni existirán jamás. A nosotros nos basta el decir que una tal objeción solo pudiera hacerla un niño de escuela, que no haya aún aprendido el significado de la palabra fábula. Fuera de que nadie, como nuestro censor, podía suponer que en aquellos remotos siglos de don Belianís de Grecia, en los cuales supone que Cervantes hace andar a don Quijote por esos mundos, había en Aragón una tal caverna, la cual hoy no se halla, por haberla en los siglos posteriores aterrado un terremoto.

No halla verosímil el mismo censor que un lugar de mil vecinos sufriera por ocho días un gobernador de burlas, cual lo fue Sancho de la ínsula. Y yo creo que ni ocho horas hubiera sufrid aquel lugar por gobernador al autor de esta crítica, hombre tan enjuto de humores como de genio, el cual no les hubiera querido dejar gozar de una comedia, que los duques previnieron a sus vasallos se iba a representar con Sancho, salvos los derechos del verdadero gobernador, si lo había. Y como cuando el censor escribió esta censura, aun no sabía a cuanto se extiende el significado de la palabra fábula, es mucho que no le objete también a Cervantes que en el continente no ha ínsulas. Mas, dejemos por entero al autor de la Análisis la gloria de haber refutado (aunque con más circunspección y erudición de las que pedía el asunto) estas frívolas animadversiones al Quijote; y vamos a las suyas, muchas de las cuales, aunque no sean justas y bien fundadas, por lo menos deslumbran al común de los lectores.

Juzga el autor de la análisis, que la novela del Curioso impertinente no viene muy al caso; y que la del Cautivo es demasiado larga. El defecto de la novela del Curioso impertinente lo confiesa el mismo Cervantes por boca del bachiller Sansón Carrasco; y por haberla introducido se trata a sí mismo por boca de don Quijote de hablador ignorante y sin juicio, que escribía, como pintaba el pintor de Úbeda, a lo que saliera [3]. Verdad es, que poniendo esta censura en boca ajena, parece que en ella Cervantes dice lo que decían sus émulos; mas no rebatiéndola de ningún modo, viene a confesar tácitamente que no la tiene por destituida de toda razón. La novela del Cautivo es ciertamente larga; pero podía el autor de la análisis haber tenido presente lo que Marcial responde al poeta Cosconio, que le criticaba sus epigramas de largos:

Non sunt longe quibus nihil est quod demere possis;
sed tu, Cosconi, disticha longa facis
[4].


Tiene el mismo autor por inverosímil la llegada del oidor a la venta, luego que su hermano el cautivo acaba de contar su novela, y tan a tiempo, dice, que parece que se habían concertado de entrar el uno al acabar el otro. Se me permita advertir que entre el fin de la novela y la llegada del oidor mediaron varios discursos de los circunstantes, en particular de don Antonio y de don Fernando con el cautivo, y el segundo de don Fernando no sabemos cuanto durase, porque Cervantes no lo refiere a la letra, si solo dice el asunto. Mucho más a tiempo en una comedia llega un personaje, en el punto en que se concluye el discurso o suceso de la escena antecedente; y esta inverosimilitud (si tal se puede llamar, no habiéndola notado nadie hasta ahora) es tan necesaria en una fábula, que sin ella no pudieran enlazarse los sucesos, episodios, y discursos que componen la acción sin troncarlos, o interponer discursos y sucesos impertinentes. Lo que en una fábula no se sufre en lo imposible; lo posible, aunque en la común vida civil no sea del todo verosímil, se sufre, y se debe sufrir, con tal que de ello se saquen ventajas para la bella trama, conducta y resolución de la acción. No es verosímil que Marcela, Dorotea, Lucinda, Doña Clara, Zoraida, y las demás mujeres que hacen papel vistoso en esta fábula, fueran una más hermosa que otra, y cada una hermosa de una hermosura sobrehumana. ¿Y por esto se habrán de condenar por inverosímiles estas bellas pinceladas del fecundo y elegante pincel de Cervantes?

Cervantes en el último capítulo de la primera parte manifiesta, como ya notamos, su intención de escribir la segunda. Sin embargo, nota el autor de la análisis que la acción con la primera parte se pudiera dar por concluida, porque nada queda en ella pendiente, que mueva la curiosidad del lector a desear la segunda, sino a lo más queda con el deseo de probar un placer igual al que ha probado en la primera; mucho más dejando en este Cervantes a su héroe sosegado en casa. Nuestro autor debía haber distinguido la diferencia que hay entre una fábula puramente histórica, y otra histórico-cómica. En la primera solo se trata de escribir los hechos de un héroe fabuloso, los cuales no dependen unos de otros; cada aventura de don Quijote es una escena que no nace de la que le precede, ni da pie para la que se la sigue, y con cualquiera de ellas se pudiera concluir la primera parte, dejando al lector con la curiosidad de ver en qué para este loco con sus hazañas. Si quien escribe la vida de un santo la dividiera en dos partes, y en la primera dejara a su héroe a la mitad de su carrera, todos desearían ver continuada su historia hasta su gloriosa muerte. La primera parte del Quijote acaba con ser llevado a su casa este famoso caballero enjaulado sobre un carro de bueyes. ¿Y qué lector habrña tan estúpido que no desee ver en qué para este loco, si cura de su locura o su muere en ella? El que quede sosegado en casa no basta para apagar esta curiosidad, porque este sosiego puede ser un lúcido intervalo, o un natural efecto de la necesidad de descansar y cobrar nuevas fuerzas, después de tantos palos, coces, hambres, vigilias y molimientos sufridos en sus andanzas. Todavía Cervantes, para avivar la dicha curiosidad, acaba la primera parte con el hallazgo de la caja de plomo, archivo de otras muchas hazañas de su héroe. Yo no sé si el autor de la análisis hubiera querido, que Cervantes concluyera la primera parte como concluyó el capítulo octavo sin acabar la aventura del vizcaíno; efectivamente, dice Cervantes que el fin de aquella batalla se verá en la segunda parte, que así llama al capítulo nono; pero el llamar capítulo o parte el miembro de una división es una pura materialidad. Mas cuando Cervantes, al acabar su primera parte, no tenía intención de continuar por entonces la fábula, como en efecto no la continuó hasta diez años después, el poner fin a la primera parte, dejando sin acabar una aventura, en vez de picar la curiosidad del lector, se hubiera granjeado el enojo del público, el cual, viendo pasar años y años sin hacerle ver el fin de una aventura, se hubiera dado por engañado y burlado; que una cosa es tener suspenso al lector por cuatro o cinco páginas, como hace Cervantes en la aventura del vizcaíno, otra no concluir la historia de una aventura hasta diez años después de haberla comenzado. Por lo demás, el deseo de ver que fin tienen las locuras de don Quijote juntamente con el hallazgo de la caja de plomo, basta (y pudiera bastar cualquiera de las dos cosas) para tener suspensa la curiosidad del lector. La fábula histórico-cómica es un tejido de sucesos enlazados entre sí, de tal modo que no se vea el éxito de ninguno de ellos hasta el desenlace y resolución de la fábula; y el publicar una parte de ella sin las demás, sería lo mismo que publicar o representar una comedia sin el último acto. De este género es la fábula del Lazarillo. Lazarillo, deseoso de instruirse en los verdaderos principios de la música, y de promover su buen gusto, urde una trama, cuyos hilos van a reunirse como en un nudo en el concurso al magisterio de capilla vacante; cuando se deshace este nudo, la trama se desenlaza, y la fábula tiene su resolución, pues cuando en el capítulo último se ve Lazarillo unido con doña Julia en un matrimonio tan feliz y ventajoso a la música, los tres opositores colocados honoríficamente, cada uno según sus circunstancias, el examinador Quijarro muerto, el otro padre Diego libre de preocupaciones, Juanito camino de Madrid, y su tío Mosen Agapito curado de su locura, restituida aun el ama Engracia mejorada en las costumbres, y arrepentida de sus pasadas raterías, el lector nada más desea saber de estos personajes.


Dice el autor de la Análisis que «lo que absolutamente no puede disculparse es la aventura del Clavileño Alígero», el cual, dice Cervantes, que era de madera; y que habiénle pegado fuego por la cola, «al punto, por estar lleno de cohetes tronadores, voló por los aires con extraño ruido, y dio con don Quijote y Sancho en el suelo medio chamuscados» [5]. «Este suceso, añade nuestro autor, a primera vista se descubre que no cabe en la esfera de lo natural, pues volar por los aires un caballo de madera con el impulso de la pólvora, y caer en tierra los que estaban sobre él, sin más daño que un pequeño golpe, y quedar algo chamuscados, mas parece un milagro que una burla» [6]. Nuestro autor, acostumbrado por su profesión a ver los terribles efectos de las máquinas de pólvora, parece que se figuró que el Clavileño Alígero era al modo de aquellas minas que hacen volar por el aire las fortalezas. Yo no sé si el autor se halló presente en Segovia a un ejercicio del cañón, en el cual un artillero estaba en pie sobre el cajón de la pólvora que él mismo suministraba; la pólvora prendió fuego, el cajón saltó al aire hecho pedazos, y el artillero saltó también al aire, pero no muy alto, porque la pólvora, sin otra resistencia que la de cuatro tablas, abierta aun por encima la comunicación con el aire, no tiene fuerza para levantar muy alto el peso del cuerpo humano; cayó el artillero en tierra, no medio, sino muy bien chamuscado, sin otro daño que el de una superficial confusión. El Clavileño no era necesario que fuera un caballo hecho de gruesos y pesados maderos, asegurados unos con otros con clavos xemales, porque no debía moverse del lugar en que lo pusieron. Supongámoslo, pues, formado de ligeras tablillas, por cuyas junturas corriese una sutil mina de pólvora, hecha de papel, la cual encendida, diese en un instante fuego a una gran multitud de cohetes tronadores. Pegado fuego a esta mina por la cola del caballo, las tablillas que lo formaban debían saltar al aire con grandísimo estruendo; y don Quijote y Sancho entre tantos cohetes, y la pólvora de la mina, debían chamuscarse, y caer en el suelo, como el sobredicho artillero, sin notable daño, y sin necesidad de hacer intervenir en la aventura un santo que hiciese un milagro; que la expresión de volar por los aires de que usa Cervantes, es una de aquellas frases metafóricas o hiperbólicas que hermosean el estilo; y así como se dice que una mina subterránea hace volar por los aires una fortaleza, siendo así que, literalmente hablando, solo hace saltar al aire sus piedras desencajadas unas de otras, cual más, cual menos, lejos del lugar en que estaba fabricada. Más difícil se me hace el suponer que don Quijote y Sancho fueran tan aturdidos, que no obstante de tener los ojos vendados, no advirtieran que el caballo no se movía, especialmente Sancho, que en otros muchos lances advirtió muy bien que burlaban a su amo. Y es mucho que Cervantes, tan amigo de componer comedias para el teatro español, no diera la forma de caballo a alguna de aquellas máquinas con que en su tiempo se hacía volar, en el teatro español, los santos y los diablos, y en el italiano los magos y los asnos.

Tiene también nuestro autor por inverosímil que Altisidora, fingida amante de don Quijote; le contara a este que había visto en el infierno a los diablos jugar a la pelota con el Quijote de Avellaneda, porque esto, dice, no tiene conexión con sus amores. El autor escribió sin duda su análisis antes de probar los efectos del amor. Altisidora era testigo de vista de la locura de don Quijote, y cuando se la instruyó en el papel que había de representar, se le habría hecho saber la ojeriza de nuestro don Quijote con el de Avellaneda. ¿Qué cosa, pues, más natural como el que ella, concurriendo con sus amos los duques a lisonjear las manías de este loco, le contara el fatal destino de su rival? Si una joven galanteada de un joven presumido de poeta, y que ha compuesto un soneto acróstico a la profesión de una monja, oye alabar este acróstico, es natural que, para lisonjear a su amante, le cuente el elogio que ha oído hacer de su soneto.


Mas inexorable se muestra el autor de los Análisis con las que llama inconsecuencias de Cervantes. La principal es, el hacer ir a Sancho caballero en su jumento poco después que se lo habían robado. La inconsecuencia es innegable, y el primero que la advirtió, después de publicada la primera parte, fue el mismo Cervantes, el cual en la segunda edición del 1608 la corrigió en dos partes de las cinco en que la comete. Y así sobre esto no hay que decir, sino que quandoque bonus dormitat Homerus [7].

No me parece tan digna de censura la otra que nuestro autor tiene por inconsecuencia, de haber dicho Cervantes dos veces que el bachiller Alonso López se fue, la una después de haberle puesto sobre la mula, la otra después de haber oído el coloquio que pasó entre don Quijote y Sancho. Pongámonos sobre la mula del bachiller: este cuando se vio sobre la mula, y en buena paz con don Quijote, se apartó de él, y sin duda se detuvo junto a la litera del muerto, esperando que se reuniesen los demás enlutados y encamisados, que habían echado a correr por aquellos campos; la litera no podía estar muy apartada del campo de batalla, en donde don Quijote había echado por tierra al bachiller; y este en aquella corta distancia, si no pudo oír por lo claro lo que decía don Quijote, el cual en las refriegas de sus aventuras había perdido los pocos dientes que le quedaban, pudo por lo menos oír lo que decía Sancho, el cual en la aventura del rebuzno dio pública prueba de tener voz atronada; lo que concuerda con una nota marginal de los cartapacios de Cide Hamete Benengeli, en la cual nos hace saber este autor que Sancho en las misas cantadas de su lugar hacia de capiscól; de suerte, que si el primero se fue se muda en se apartó, toda sombra de inconsecuencia desaparece, y entre irse y apartarse no hay una diferencia tan grande que merezca una censura.

Semejante a los dos se fue es la inconsecuencia que le nota nuestro autor a Cervantes, por haber referido a momentos entre sí distantes el llegar y el cerrar de la noche, la cual supone nuestro autor que cierra y llega al mismo tiempo. «Ya en esto llegaba la noche», dice Cervantes, cuando don Quijote con su comitiva y el cautivo con Zorayda se sentaron a cenar, y sobre mesa hizo don Quijote su juicioso discurso sobre las armas y las letras. «Acabaron de cenar, levantaron las mesas», y luego el cautivo contó su larga novela. «En esto, dice Cervantes, llegaba ya la noche, y al cerrar de ella» llegó a la venta el oidor con su hija doña Clara [8]; y el decir «que la noche cerró» concluida la novela del cautivo, después de haber dicho, cuando se sentaron acenar, que la noche llegaba, le parece a nuestro autor una notable inconsecuencia; pero a mi me parece que entre el pretérito imperfecto y el perfecto hay alguna diferencia de tiempo. Cuando, puesto el sol, comienza a desfallecer la luz del día, se dice muy bien que la noche va llegando; y cuando falta del todo la luz, comprehendidos los crepúsculos (los cuales en agosto, y mucho más en campaña, son muy largos), se dice que la noche cerró; y como los venteros, igualmente que los marineros, para ahorrarse de luces artificiales procuran dar de cenar a los pasajeros  la luz del día, antes que la noche cierre, para la cena, y la novela del cautivo podemos contar más de una hora de luz escasa del día. Se dirá que ni esto basta, porque aunque la cena habrá sido tan corta, como lo fue el discurso de don Quijote, la novela del cautivo fue muy larga. Esto depende de la mayor o menor velocidad en el hablar; a un clérigo le basta medio cuarto de hora para decir el Passio del Domingo de Ramos, y a otro no le basta media hora. Y en fin, aunque Cervantes en una obra tan grande no haya medido el tiempo de los sucesos con el reloj en la mano, ni usado siempre de términos literal y gramaticalmente precisos, el irle escudriñando estas bagatelas, es hojear átomos en los rayos del sol.

Contemos entre estos átomos el decir Cervantes, después de la sobredicha cena, que el oidor y los hombres, a excepción del cautivo, se sentaron a la mesa, y las mujeres con el cautivo cenaron de por sí en su aposento. Si la cena del oidor, objeta el autor de la análisis, fue una continuación de la primera, ¿cómo puede decir Cervantes que las mujeres con el cautivo cenaron de por si en su aposento, cuando a excepción de doña Clara, que no había aun llegado a la venta, a las demás las hace sentar a cenar con el cautivo? Si la cena del oidor fue diversa, los hombres y las mujeres, a excepción del oidor y de doña Clara, cenaron dos veces, lo que no es creíble. Me parece que no ha lugar al dilema, porque Cervantes pone la novela del cautivo después de «levantados los manteles» de la primera cena [9]; y además claramente supone que el oidor fue recibido estando ya todos en pie; con que la cena del oidor fue diversa de la primera; con él se sentaron a la mesa los hombres para hacerle corte y compañía; y el oidor les habría convidado, y aun obligado a llenar algún vacío que les hubiese podido dejar en el estómago la cena venteril. Lo mismo habría sucedido en la cena de doña Clara, la cual, en la aflicción en que se hallaba, no estaba en estado de sentarse al común tinelo con su padre y los demás hombres; y el cautivo, que por no dejar a Zoraida se entró en el aposento con las señoras, no habría perdido la ocasión de rehacerse del aliento consumido en el largo cuento de su novela, dicha después de cenar.

¿Y qué diría Sancho si oyera que el autor de la análisis le cuenta los bocados, y dice que la noche que salió a rondar su ínsula, o ceno dos veces, o hizo una cena tan larga, que le pudo ocasionar un entripado? Se daría al diablo, y enfadado diría: mala yerba nunca muere; después de dos siglos retoñece aun aquella maldita raza del doctor Pedro Recio. Con esas, señor analítico, le diría a nuestro autor, con esas al Sancho de Avellaneda, que era un verdadero puerco glotón; que yo, si tal cual vez me he dado prisa a comer, ha sido con la recta intención de matar el hambre que las desventuras de mi amo me han hecho pasar. Y pudiera vuesa merced acordarse, señor analítico, de que aquel desapiadado verdugo de mi pobre panza no me dejó comer a mediodía, y al anochecer hice una comida-cena; y si a vuesa merced y a otros melindrosos, les pareció algo larga, fue porque a la mitad me levanté a deponer la comida, para dar lugar a la cena.

Mas no es este el solo caso en que el autor de la análisis le cuenta los bocado a Sancho. Después de la aventura de los toros, dice Cervantes, que don Quijote y Sancho, habiendo encontrado una fuentecilla, se sentaron a su margen y descansaron. Don Quijote se lavó el rostro sucio del polvo, y de la tierra en que le habían revuelto los toros. Sancho tuvo más cuenta de enjuagarse la boca, y acudieron a la repostería de sus alforjas, comió pan y queso. Don Quijote dijo que no quería probar bocado, y quería dejarse morir de hambre, por lavar la afrenta que le habían hecho aquellos animales; pero al fin persuadido de las razones de Sancho, comió algo [10]. Y aquí el autor de la análisis advierte a Cervantes, que don Quijote y Sancho, antes del encuentro de los toros, habían comido con los pastores y pastoras de la fingida Arcadia. ¡Válgame Dios, que celo de la abstinencia de estos dos pobres viandantes, los cuales si comían un día, ayunaban dos! Ellos habían sido pisados y molidos a coces de un tropel de toros bravos; vueltos en sí del susto siguieron su camino [11]. «Al polvo y al cansancio, dice Cervantes, socorrió una fuente clara y limpia»; a cuya margen sentados descansaron; y lavándose don Quijote el rostro, y Sancho enjugándose la boca, y acudiendo a la repostería de sus alforjas, «cobraron aliento los espíritus desalentados» [12]. ¿Y por qué a mediodía habían comido, no les había de ser lícito por la tarde, después de la fiesta de toros, y de haber sido molidos y pateados de estas bestias, y después de haber continuado su viaje, Dios sabe por cuanto trecho, no le había de ser lícito, digo, descansar, y rehacer las debilitadas fuerzas con una corta merienda de pan y queso? Ley de abstinencia tan dura no la impuso jamás a sus alumnos el más austero maestro de novicios capuchinos.

Cuando el cura y el barbero, con Cardenio y Dorotea, sacaron a don Quijote de Sierramorena, llegados a una fuentecilla, se apearon. Y aquí el autor de la análisis dice que todo esto sucedió aquella tarde, y que Cervantes, olvidado de esto, dice que apeados a la fuentecilla comieron [13]. ¡Fatal destino de D. Quijote y Sancho, que siempre que se trata de comer, el autor de la análisis tiene que decir! ¿Y de qué se olvidó Cervantes? ¿de lo que sin dejar tal vez la pluma de la mano acababa de escribir? Esto es, que el cura y el barbero con Sancho llegaron al pie de Sierramorena a las tres de la tarde; que mientras Sancho se internó en la Sierra en busca de su amo, el cura y el barbero encontraron primero a Cardenio, y después a Dorotea, y uno y otra les contaron la larga historia de sus desventuras; que vuelto Sancho, caminaron los cinco Sierra adentro tres cuartos de legua hasta hallar a don Quijote; que con este pasaron largar razones; que al fin emprendieron todos el viaje; que en este, antes de llegar a la fuentecilla, se entablaron otros largos y curiosos discursos; y Cervantes, dice el autor de la análisis, olvidado de todo esto dice, que apeados a la fuentecilla comieron. Mas yo creo que el doctor Pedro Recio, antes que tachar a Cervantes de olvidadizo, hubiera querido que aquellos viandantes, que iban muertos de hambre, se hubieran olvidado de comer. Don Quijote en la peña pobre no comió sino pan de lágrimas; el cura y su comitiva, antes de sacarle de aquel purgatorio, ni comieron, ni tuvieron tiempo de pensar en comer; en efecto, dice Cervantes, que a la fuentecilla, «con lo que el cura se acomodó en la venta, satisfacieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían» [14]. ¿De qué, pues, se olvidó Cervantes? ¿de qué con todo lo sucedido en Sierramorena y por el viaje se había parado toda, o casi toda la tarde, y no era más hora de comer? ¿y lo era de caer todos muertos de hambre? El reparo sería justo, si aquellos viandantes hubieran debido ir a comer a un convento de frailes, en donde se toca a comer aun antes de mediodía. Por lo demás, era naturalísimo que, cuando no podían más con el hambre, comieran aunque fuera después del Ave María. Pero demos de barato que en este cuento haya cometido Cervantes alguna inconsecuencia o inverosimilitud que mi corta vista no llega a discernir; otras más perceptibles inverosimilitudes se le permiten al inventor de una fábula, cuando de ellas saca ventaja para animar o adornar un lance o episodio; efectivamente, estando todos sentados a aquella fuentecilla, compareció el muchacho Andrés, aquel a quien don Quijote creyó haber librado de los azotes que le estaba dando su amo [15]. Andrés hizo burla de don Quijote, y delante de todos, y lo que más le dolió a don Quijote, delante de la Princesa Micomicona le avergonzó, porque, habiéndole querido librar de los azotes, se los había hecho redoblar.

Semejante inconsecuencia le nota a Cervantes el autor de la análisis, por haber dicho que don Quijote encontró a los duques al ponerse el sol, que estos le llevaron a palacio consigo, y comieron y que don Quijote, después de comer, se retiró a dormir la siesta. «Aquí, dice nuestro autor, tuvo Cervantes un notble descuido, pues habiendo dicho que don Quijote encontró a los Duques al ponerse el sol, les hace comer luego que llegaron a palacio, como si fuese mediodía, e irse a dormir la siesta» [16]. Este reparo causa admiración en un autor que había platicado en la corte duques y grandes señores, muchos de los cuales acostumbraban hacer de la noche día, y del día noche; y que tal fuese la costumbre de los duques que encontró don Quijote, se colige de que las burlas que le hicieron don Quijote fueron las más o de noche, o entre dos luces, después de comer. La aventura de la condesa Trifaldi comenzó después de haber comido en un jardín, «oyéndose a deshora el son tristísimo de un pífano, y de un ronco y destemplado tambor» [17]. Acabada esta aventura, dice Cervantes, «que llegó la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso Clavileño viniese» [18]; y por ser corta la noche (pues era noche de verano) acabó esta aventura al rayar del día, pues cuando D. Quijote se levantó del suelo, pudo leer el cartel que estaba colgado de una lanza clavada en tierra [19]. Verdad es que el autor de la análisis, en su plan cronológico, pone esta aventura a los 30 de octubre; más diciéndonos Cervantes que esta y las demás aventuras de la segunda parte sucedieron en verano, ¿a quién hemos de creer, a Cervantes o al autor de la análisis? Mas de esto hablaremos de propósito en tratando del plan cronológico. Los amores y galanteos de Altisidora con don Quijote, el gateamiento, el vapulamento de doña Rodríguez por mano de la duquesa y de Altisidora, todas fueron funciones largas y nocturnas en noches cortas. Sobre todo, la venida de Merlín a poner a cargo de Sancho el desencanto de Dulcinea, con el paso de darse tres mil y trescientos azotes, fue en un bosque después de comer, y comenzó «poco más allá del crepúsculo, y acabó cuando venía a más andar el alba» [20] y a esta hora los duques volvieron a palacio. Aunque los duques no hubieran sido (como por lo dicho se ve que lo fueron) de los que hacen de la noche día, en un día de verano, en que habían ido a caza, ¿habían de volver al palacio a comer a mediodía? Se me dirá, tal vez, que el daño no está tanto en que se comiera después de puesto el sol, como en que don Quijote, después de haber comido a estas horas, se retirase a dormir la siesta. ¿T cuántas personas hay que, aunque coman mucho después de mediodía, se retiran después de comer a descansar y dormid, especialmente en tiempo de verano, el cual descanso, sea la hora que se quiera, vulgarmente se llama tomar o dormir la siesta? ¿Y por qué se ha de llevar a mal que don Quijote, cuando la suerte le depara una mesa ducal, y una cama blanda, se retire después de comer a dar reposo a sus molidos huesos? Es verdad que rigurosamente y literalmente hablando, por siesta, y sestear, se entiende el descanso que a la sombra de una arboleda dan los arrieros a sus recuas en las horas más colorosas del estío. Mas no bataría una torada entera para detener a furia de don Quijote, si oyera que el autor de la Análisis confunde su siesta con la de los mulos.

Sancho en su primer viaje, en la aventura de los yangüeses, sacó la espada, cuya valentía le costó valientes palos. En su segundo viaje le dice al escudero del caballero del bosque que no traía espada, ni la había llevado jamás. He aquí, dice el autor de la Análisis, una inconsecuencia de Cervantes, hacer llevar espada a Sancho en su primer viaje, y en el segundo hacerle decir que no la había llevado jamás. La inconsecuencia es clara, pero no de Cervantes, sino de Sancho, que no es cosa puesta en razón hacer cargo a Cervantes de las mentiras de Sancho. Este, dice nuestro autor, y dice bien, que era sencillo, pero no tonto; y pudiera haber añadido que era picarillo, y cuando le traía cuenta, sabía encajar a sazón y tiempo sus mentirillas. ¿Con cuántas no le hizo creer a don Quijote en el viaje al Toboso que Dulcinea había sido encantada? ¿Cuántas no le ensartó, a la vuelta de Sierra Morena, sobre la carta y la embajada que llevó a Dulcinea? Tantas, que cuando se apearon a la fuentecilla, Sancho tuvo gusto de ello, porque «ya estaba cansado de mentir» [21]. No digo nada de las extrañas maravillas que contó a la duquesa haber visto en el cielo sobre el Clavileño Alígero; de suerte que entre las varias cualidades de que Cervantes compone el carácter de Sancho (algo difíciles de combinar) se debe contar la de embusterillo gracioso. Ahora pues, Sancho en su primer viaje pudo llevar espada, como era costumbre que le llevasen los escuderos; pero viendo cuan caro le había costado el echar mano de ella contra los yagüenses, por no caer, en su segundo viaje, en la misma tentación, no la llevó. El escudero del Caballero del Bosque, discurriendo con él pacíficamente antes del amanecer, le dijo, que cuando en amaneciendo sus amos reñirían, debían también ellos sacar la espada y reñir entre sí. Sancho le respondió que no traía espada, y para apartar a su contrincante lejos del peligroso pensamiento de reñir con él, añadió la mentirilla, que no la había llevado jamás.

Con la misma poca conciencia el autor de la análisis culpa a Cervantes de otra mentira de Sancho. Cuando don Quijote le daba a este los consejos para el buen gobierno de la ínsula, Sancho le dijo que no sabía leer ni escribir; y don Quijote con un “¡ah, pecador de mi!” y otras expresiones enérgicas, le ponderó cuan mal parecía en un gobernador el no saber leer ni escribir; y que sería necesario que antes de ir al gobierno, aprendiese por lo menos a firmar su nombre. Sancho se asustó, temiendo que por tan pequeña causa no le escapase de las manos la ínsula, y para quitarle a su amo este escrúpulo, le dijo que en cuanto a firmar su nombre, lo había aprendido cuando fue Prioste de su lugar. Mas después en el gobierno, cuando dio la sentencia sobre el hombre que iba a pasar la puente, habiéndole pedido que lo firmase, hubo de confesar la verdad, y decir que no sabía firmar. El autor de la Análisis no hubiera culpado a Cervantes de las mentiras de Sancho, si se hubiera acordado de la respuesta que él mismo dio al censor universal, cuando este supone que Cervantes hace a don Quijote contemporáneo de don Belianís de Grecia, respondiéndole que no es Cervantes, sino el mismo don Quijote el que se hace contemporáneo de Belianís.

De otros errores de don Quijote hace cargo el autor de la análisis a Cervantes. Cuando don Quijote y Sancho, después de encantada Dulcinea, salieron del Toboso, Cervantes, dice nuestro autor, les hace tomar el camino de Zaragoza por lugares que están al mediodía de aquel lugar, siendo así que Zaragoza está al norte del Toboso. Si en esto hubo error, lo fue de don Quijote y Sancho, que no habían hecho jamás aquel viaje; y en particular don Quijote era tan ignorante en punto de geografía, que no pudiendo ignorar que la cueva de Montesinos, y lagunas de Ruidera, estaban en el corazón de la Mancha, sin embargo, al partir del lugar de Camacho para ir a aquellas lagunas, tuvo que pedir una guía. Pero el caso es, que aunque don Quijote en su tercera salida, antes de pasar el Ebro, no abandonó jamás el pensamiento de ir a Zaragoza, quiso, no obstante, entrar antes en la cueva de Montesinos, confinante con las lagunas de Ruidera, sin pensar ni saber si estas lagunas estaban, como efectivamente están, al mediodía del Toboso de Zaragoza; y así no es mucho que la guía le condujese hacia el mediodía. A más de que en caminos tan malos y tan poco trillados, cual era aquel, ¿cuántas veces para ir a un lugar que está a poniente es menester rodear hacia levante?

Otro error de geografía le nota el autor de la Análisis a Cervantes. Dice este por boca del cura, que de la venta al pie de Sierra Morena había dos leguas, en las cuales supone nuestro autor que el cura, el barbero y Sancho caballero sobre Rocinante, gastasen una tarde y una mañana, y que una tarde y una mañana, y que una tarde y una mañana gastasen a la vuelta don Quijote y su comitiva. Luego había más de dos leguas, infiere el autor de la análisis. Supongamos que el cura estuviese bien informado de aquella distancia; bien que, según su buen humor, no es creíble que hubiese hecho muchas veces aquel viaje para ir, como don Quijote, a hacer penitencia entre aquellas peñas. Mas Cervantes ni por boca suya, ni del cura, ni del barbero, ni de Sancho, nos dice cuando ni a que hora partieron los tres de la venta; parece, sí, por la narración, que después de comer, y de haberse acomodado el cura y el barbero de los vestidos y atavíos de mujer y de escudero; pero en una fábula, como más adelante veremos, se enlazan sucesos, y se cuentan por cero los tiempos intermedios, en los cuales no hay nada que hacer ni qué decir; y si el cura sabía que para representar con don Quijote la escena que habían imaginado, era necesario que le quedasen en Sierra Morena algunas horas de día, era natural que no quisiera partir hasta la mañana, ni tomarse la incomodidad, a que ni él ni el barbero estaban acostumbrados, de dormir al sereno. Y que a Sancho le quitasen el miedo que había manifestado de entrar en aquella venta, por no oler aquella manta de marras, que le había hecho ensuciar el miedo. Pero demos que partieran aquella tarde, como lo supone el autor de la análisis; habrían esperado que la tarde refrescase, habrían caminado al paso de Rocinante, el cual, a más de ser de por sí, como dice Cervantes, pasicorto y flemático, en Sierra Morena había hecho penitencia con su amo. La mañana, luego que comenzó a picar el sol (y nótese que era sol de agosto), se habrían guarecido de sus rayos a la sombra de alguna arboleda, dejando pacer a sus ancuras a Rocinante, y haciendo ellos una larga siesta, para hacer tiempo de llegar, como llegaron, al pie de Sierra Morena a las tres de la tarde. Tomo ahora el autor de la análisis el reloj en la mano, y cuente cuantas horas de aquella tarde se debieron pasar en el encuentro, y novela, primero de Cardenio, y después de Dorotea, en subir Sierra arriba con aquellos dos desfallecidos enamorados los tres cuartos de legua que dice Cervantes, hasta encontrar a don Quijote, representar con este la escena de la princesa Micomicona; volver todos a bajar aquellos tres cuartos de legua hasta el pie de la Sierra, apearse y comer a la fuentecilla, y verá nuestro autor, que aquella tarde apenas habrían caminado un cuarto de legua de las dos que del pie de la Sierra había hasta la venta, mucho más andando todos, como nota Cervantes, muertos de hambre, y de los seis viandantes tres a pie, Cardenio, el barbero y Sancho. ¿Y por la mañana a qué hora llegaron a la venta? Cervantes no lo dice, ni conjeturarse puede de su narración, pero es natural que llegasen antes que el sol de agosto les molestase; de suerte que la tarde y la mañana que supone nuestro autor haberse empleado en este viaje, se reducen a pocas horas.

En otro viaje podía con más razón nuestro autor haber satisfecho su buena intención, de dar a conocer a los lectores de su análisis los errores geográficos de Cervantes; y es el primero de la tercera salida de don Quijote para ir de su lugar al Toboso. Cual fuese su lugar no lo dice Cervantes. El autor de la análisis conjetura, y no sin fundamento, que fuese Argamasilla de Alba; bien que si Cervantes, como parece, quiso transformar en don Quijote algún hidalgo, que en su juventud se hubiese enamorado de una labradora del Toboso, el lugar de este hidalgo debía de estar muy cerca de aquel lugar. Supongámoslo, no obstante, con el autor de la análisis, Argamasilla de Alba, u otro lugar a este vecino. De Argamasilla al Toboso, en el mapa que el mismo autor de la análisis nos presenta, hay de siete a ocho leguas de las cortas que da la escala del tal mapa, de las cuales en un grado terrestre caben veinte, mientras de las comunes no caben sino diecisiete y media. En este viaje Cervantes claramente distingue los dos días enteros y cabales que emplearon don Quijote y Sancho, pues dice que salieron de su lugar al anochecer, y llegaron al Toboso al anochecer del tercer día, esto es según el plan cronológico, salieron al anochecer del 3 de octubre, y llegaron al anochecer del 5. Dice también Cervantes, ciego de amorosos pensamientos, no veía la hora de presentar su homenaje a la señora de sus afectos, Rocinante y el Rucio salían briosos de sus querencias; sin embargo, no caminaron sino de tres a cuatro leguas por día. ¿Y no es más inverosímil que don Quijote y Sancho bien comidos, así ellos como sus palafrenes, sin ningún tropiezo, detención, ni embarazo, no caminaran sino de tres a cuatro leguas por día, que no que aquellos otros seis viandantes, unos a pie, y otros en pasicortas caballerías, y todos muertos de hambre, con tantas detenciones y embarazos, en pocas o ninguna hora de la tarde, y pocas de la mañana solo caminaron dos leguas? El pararse y tener que decir sobre este viaje, y abonar y dejar correr aquel otro, me parece una inconsecuencia del autor de la Análisis.

No halla este autor como disculparse pueda Cervantes del error cronológico que comete, cuando supone que «ya estaba impresa la historia de don Quijote, cuando el bachiller Sansón Carrasco volvió de Salamanca, no habiendo un mes que don Quijote estaba en su casa después de concluida su segunda salida; y cuando apenas se habían pasado dos desde el principio de su locura. En tan breve espacio no hubo tiempo de escribir y dar a la estampa sus hechos, mucho más habiéndose escrito primero en árabe, y traducido después al castellano, como refirió el mismo bachiller, cuando para acabar de hacer más imposible el suceso, añadió que se habían hecho ya muchas ediciones en Pertugal, Barcelona, Valencia y Amberes; y no contento con esto aseguró también que prometía el historiador segunda parte, cuando aún no existía el asunto preciso de ella, pues don Quijote no había hecho, ni aun determinado su tercera salida» [22]. La objeción tiene todos los visos de irrefragable, y lo fuera mucho más, si el autor no la hubiera querido reforzar citando la historia de don Quijote escrita por el árabe Cide Hamete Benengeli. Es menester un genio más saturnino que el del Misantrope de Moliere, para no conocer que esta  es una mentira jocosa, una burla, con la cual en la primera parte hizo impacientar al lector; y ahora la pone en boca de Carrasco para calentarle los cascos a don Quijote, y hacerle creer que el clarín de la fama hacía ya resonar su nombre por toda la redondez de la tierra. Sin embargo, veremos si esta objeción pierde algo de su fuerza con el examen que vamos a hacer del Plan cronológico, o de la verdadera y exacta cronología de años, mese, días y aun horas que el autor de la análisis se ha propuesto sacar de la fábula del Quijote, y notar los errores que ha cometido en ella Cervantes.

 

PLAN CRONOLÓGICO (Y PUDIERA AÑADIRSE Y GEOGRÁFICO)

DE LAS AVENTURAS DE DON QUIJOTE

Pone el autor por fundamento de su Plan cronológico la competente duración que se debe dar a la acción de una fábula, a fin de que sus partes no se confundan, y fácilmente se comprehenda la conexión del principio con el medio, y del principio y medio con el fin. El fundamento es sólido; pero deja de serlo, si la duración de la acción de una fábula se quiere calcular por los años, meses y días del tiempo verdadero. Dijimos ya que el tiempo de la acción de una fábula es de la misma naturaleza de ella, esto es, fabuloso e imaginario; y la cronología del tiempo imaginario no debe calcularse por los calendarios y diarios del tiempo verdadero. El tiempo verdadero, dice el filósofo Locke, y dice bien, consiste en la verdadera sucesión de ideas, que, durante la vigilia pasan por nuestra mente, y aun por eso en la eternidad no hay tiempo, porque no hay sucesión de ideas [23]. Esta sucesión de ideas se determina y reduce a una especie de extensión y medida, mediante los objetos que sucesivamente se presentan a nuestros sentidos; y porque el curso del sol presenta a todos los hombres la más uniforme, igual y constante sucesiva mutación de lugar, por esto todos los hombres han tomado por medida del tiempo verdadero el curso del sol. Esta exterior medida del tiempo nos da a conocer cuánto tiempo hemos dormido, que de otro modo el sueño nos reducirá a cero todo aquel tiempo. A este modo el tiempo imaginario de una fábula consiste en la sucesión de ideas que presenta la misma fábula, y es un error el quererle determinar y medir con la medida del tiempo verdadero; sino medirse debe por la sucesión de los objetos, de que se compone la acción de la fábula. De aquí es, que se pueden introducir en una fábula hechos y personajes tomados de la historia verdadera, los cuales en esta disten entre sí años y aun siglos, y en la fábula aparezcan contemporáneos, con tal que su verdadera distancia cronológica no esté embebida en los mismos hechos, y no sea vulgarmente conocida y familiar al común de los lectores. Demos de ello un ejemplo, el cual será una especie de escollo en que se estrellen los cálculos cronológicos de tiempo verdadero aplicados a una fábula.

Los más exactos historiadores con Eusebio convienen en que Dido aportó a África dos o tres siglos después del incendio de Troya, del cual escapó Eneas cargando sobre sus hombreo con su padre Anchises. Esto, no obstante, Virgilio hace aportar a Eneas a África cuando Dido estaba ya fabricando la ciudad de Cartago [24]. Cuando Virgilio compuso la Eneida, el común de los romanos ignoraba la circunstancia y cronológica historia de Eneas y de Dido; y así pudo Virgilio en el tiempo imaginario de su fábula hacerles sin escrúpulo contemporáneos, haciendo desaparecer y reduciendo a cero los dos o tres siglos de tiempo verdadero que entre estos dos personajes mediaron. Si Virgilio hubiera sido capaz de escrupulizar sobre esto, no lo hubiera sido de componer la Eneida, la cual, sin el episodio de Cartago, queda sin alma, no tanto por ser aquella la más bella escena de la fábula, como porque, siendo el fin y el objeto principal del poema el ensalzar a Roma, en el acto heroico de Eneas de vencerse a sí mismo, y por obedecer a los Dioses abandonar a Dido, pone Virgilio el origen de la eterna jurada enemistad de romanos y cartagineses, causa y origen de tantos y tan gloriosos triunfos de Roma. Con la exaltación de esta se propuso también Virgilio celebrar las glorias de Augusto y de su familia; mas no por esto hizo a Eneas fundado de Roma, y mucho menos contemporáneo o vecino a los tiempos de Augusto, porque esto hubiera chocado al común de los romanos, los cuales desde la niñez eran instruidos en la historia de Rómulo y Remo, fundadores de su ciudad, y descendientes de Eneas. Mas, para satisfacer a este otro objeto de su fábula, hace bajar a Eneas a los Campos Elisios, en donde la Sibila le predice la fundación de Roma, y le hace ver las almas de los descendientes de Augusto, que en los futuros siglos habían de salir a la luz del mundo. De lo dicho, y del ejemplo de Virgilio, se sigue que cada y cuando conduzca al objeto, fin y estructura de una fábula o de sus episodios, se pueden sin escrúpulo confundir las épocas de la verdadera histórica cronología, y reducir a cero el tiempo verdadero que medió entre algunos sucesos o personajes, como también separar personajes o sucesos contemporáneos; uno y otro con las dos condiciones ya insinuadas, la una que las épocas verdaderas no estén embebidas en los mismos sucesos, la otra que no se choque contra las ideas vulgares, familiares al común de los lectores. ¿Qué comedia hay o tragedia, cuya acción se pudiera ejecutar en la vida civil las tres o cuatro horas en que se ve representada y acabada en el teatro? Y aquellas veinte y cuatro horas a que los preceptistas pretenden reducir la acción de un drama, ¿de qué tiempo serán? ¿del verdadero o del imaginario? Nos lo digan ellos mismos si pueden.

Para conservar la libertad de confundir en una fábula, con las condiciones dichas, épocas verdaderas, su autor se debe abstener de fijar la acción en una determinada época del tiempo verdadero, como no la fijan ni Homero, ni Virgilio, ni Taso, ni Cervantes, ni Fenelón en su Telémaco, porque esto le privaría de la libertad de introducir en la fábula hechos o personajes de época vulgarmente conocida, incompatible con la de la acción. El autor de la Análisis, en fuerza de su plan cronológico, pretende haber ceñido Cervantes la acción de su fábula a los seis últimos meses del 1604. Mas Cervantes no podía fijar tal época de su acción sin cometer un anacronismo, que hubiera saltado a los ojos de todos, dando en el 1604 por efectuada, como la da en la segunda parte, la expulsión de los moriscos de España, la cual era notorio a toda la nación no haberse decretado hasta el 1610. Empero le será lícito al inventor de una fábula confundir una época vulgarmente conocida con otra que no lo sea. Si Cervantes hubiera escrito su fábula en nuestros días, y, como pretende el autor de la análisis, fijado su acción en el 1604, no hubiera podido, como hemos dicho, dar por efectuada la expulsión de los moriscos de España; pero sí hubiera podido, en vez del bandolero Guiñard, hacer a don Quijote encontradizo con el famoso Caco de la Francia Cartuche, suponiendo que este, huyendo de las pesquisas de la justicia, se había refugiado en Cataluña, porque, ¿quién sabe hoy día, especialmente en España, en que tiempo este asesino se hizo célebre con sus latrocinios?

Aunque al inventor de una fábula se le concede la sobredicha licencia, a fin de que la verdadera cronología no detenga el ímpetu de su genio, debe no obstante en el orden de los tiempos imaginarios guardar consecuencia, y no contradecirse a si mismo. Y aquí entra la decantada inconsecuencia de Cervantes de hacer montar a Sancho en el jumento, que poco antes ha dicho que Ginés de Pasamonte se lo había hurtado. Pero aún en esto me parece que no se usa de la debida crítica. Cuando se tropieza con una tal inconsecuencia, se debe distinguir quien habla, si el autor u otro personaje; el autor no tiene excusa si se contradice a sí mismo; pero alguno de los personajes de la fábula puede ser de tal carácter que sea capaz de contradecir al autor y aún así a si mismo. Así hemos visto con cuan poca razón el autor de la análisis hace cargo a Cervantes de las mentiras de Sancho, y con cuan poco discernimiento el censor universal supone ser pensamiento de Cervantes la disparatada antigüedad que se da a sí mismo el loco don Quijote. Después del hurto del Rucio, dice Cervantes, que don Quijote se entró en Sierra Morena revolviendo en su imaginación las grandes cosas que en semejantes parajes habían hecho los caballeros andantes; y en esta accesión de la fiebre caballeresca, no es mucho que le dijese a Sancho que apeara de su jumento. El daño está en que Sancho no le replique, y le eche en cara su flaca memoria; y en que en otras partes el mismo Cervantes suponga a Sancho caballero en su asno antes de haberlo recobrado. Esta es la famosa inconsecuencia cronológica de Cervantes tan inculcada y repetida por nuestros críticos, que hasta los sastres y zapateros se la echan en cara, sobre la cual Horacio sin pararse ni relamerse en ella, solo hubiera dicho: quandoque bonus dormitat Homerus.

Mas volvamos a la competente duración que se debe dar a la acción de una fábula. Esta duración, como dejamos dicho, no se debe computar, como hace el autor de la Análisis, por los años, meses y días de la verdadera cronología, porque por esta cuenta la acción de la Eneida debiera haber durado dos o tres siglos, cuantos mediaron, según la verdadera cronología, entre la salida de Eneas de Troya, y la fundación de Cartago. Ni es menester que el inventor de una fábula piense en la duración que debe dar a su acción, porque los mismos hechos traen consigo la sucesión de ideas en la cual consiste el tiempo imaginario, y la imaginaria duración de la acción. Esta duración es mayor o menor según la naturaleza de la fábula. Si esta es histórico-cómica, como los hechos de que la acción se compone estén entre sí enlazados, y en su desenlace consista la resolución de la fábula, el lector no comprenderá la fuerza y belleza del desenlace, si los hechos son demasiados, y por consiguiente demasiado larga la duración de la acción. Si la fábula es puramente histórica, como su acción se componga de hechos sin enlace de unos con otros, ni con la resolución, la cual, por lo común, consiste en la muerte del héroe, o en la mutación del carácter que le indujo a tales hechos, o en la consecución del fin que en ellos se propuso, la sucesión de los hechos, en la cual consiste la imaginaria duración de la acción, puede ser larga o corta, como se quiera, con tal que la narración no sea confusa o pesada, como lo puede ser una historia verdadera. La acción de la Ilíada consiste en los últimos esfuerzos, tramas y máquinas con que los griegos se apoderaron de Troya; y si estos esfuerzos, tramas y máquinas fueran en mucho número, la duración de la acción sería viciosa, porque sería contraria al carácter, valor y astucia de los griegos. La Eneida es la historia del viaje de Eneas de Troya a Italia, y de la guerra que en esta le movieron los latinos, y la duración de un viaje y de una guerra desde su principio hasta el fin, puede hacerse durar cuanto se quiera. Mas si el autor de la Análisis hubiera querido hacer de la Eneida un plan cronológico, semejante al que ha hecho del Quijote, difícilmente hubiera hallado de que llenar los dos o tres siglos, que, según su método de calcular, duró la acción de esta fábula, y creo que mal de su grado se hubiera visto en la precisión de reducir a cero la mayor parte de aquel tiempo verdadero, y contar por duración de la acción la que trae consigo la sucesión de los sucesos. El Quijote es una pura historia de las aventuras caballerescas de un loco; y aunque algunas de ellas tomadas de por sí se componen de partes entre sí conexas, como la de la princesa Micomicona, la de la Trifaldi, y alguna otra; sin embargo, tomándolas cada una por entero, ninguna depende de otra, ninguna tiene parte en el recobro del juicio y muerte del héroe, en que la acción se resuelve y cualquiera de ellas que se suprimiera, no se echaría de menos, ni dejaría vacío alguno en la estructura de la fábula. El autor de la Análisis, en virtud de su plan cronológico, reduce la acción del Quijote a 165 días cabales; y le parece ser esta una competente duración, confirmándolo con el ejemplo de la Ilíada, la cual, dice, que es alabada por haber Homero reducido su acción a 47 días [25]. Mas yo hubiera distinguido entre fábula y fábula; la acción de la Ilíada hemos dicho antes porque sería viciosa, si fuera muy larga; mas la acción del Quijote, como consiste en una pura historia, no hubiera desmerecido nada, si Cervantes, inventando nuevas aventuras, hubiera escrito una tercera parte; como ni tampoco hubiera desmerecido nada, si así como el autor de la Análisis supone que don Quijote fue loco solos 165 días, Cervantes le hubiera hecho loquear 165 semanas o meses. La regla de Aristóteles, en que se funda el autor de la Análisis, en orden a que la fábula debe ser de una competente magnitud o duración, mira principalmente a la fábula dramática, en cuya resolución se debe comprender la conexión de los hechos subalternos que la producen; y esto no depende de la material duración de la acción, sino de un competente número de hechos que hieran la fantasía, y del buen orden y claridad con que se propongan y enlacen. En las veinte y cuatro horas que dicen debe durar la acción de una comedia, se pueden amontonar tantos y tan pequeños hechos, que el espectador no comprenda su mutuo enlace, ni como la última escena nace de las antecedentes. La fábula puramente histórica será conforme a la sobredicha regla de Aristóteles, si cada hecho o episodio de por sí se expone, y deslíe con claridad y buen orden, y no se amontonan en él tantos hilos de diversos colores, que la mente no le distinga de una ojeada, porque unos se confunden con otros. Guiado sin pensar de este principio, el autor de la Análisis censura a Cervantes por haber acumulado en la venta, a la vuelta de Sierra morena, tantos sucesos, «que aunque cada uno de por sí sea verosímil, la concurrencia de todos no lo parece. Quizá si hubiera omitido los episodios del cautivo, oidor, Clara y don Luis, que ninguna falta harían para el todo de la fábula, hubiera quedado más ligera, y por consiguiente más verosímil esta parte de su obra» [26]. Sea o no sea justa esta censura, en ella el autor de la análisis viene tácitamente a reconocer que la buena estructura de una fábula histórica no depende de la mayor o menor material duración de su acción, pues todos los episodios y aventuras de la venta están comprendidos en el corto espacio de una noche y de un día. En resolución, en este género de fábulas cada escena de por sí debe ser conforme a las reglas que Aristóteles y Horacio prescriben para la fábula dramática; por lo demás en el número de sucesos o escenas y magnitud de la acción no debe ni puede ponerse coto, porque no debiendo el lector comprender el enlace de una escenas con otras (porque no lo tienen) ni de todas con la última, la fábula se puede alargar, y hacerse de la magnitud que se quiera; bien que dentro de los límites que en cualquiera otra materia se pone a si mismo el discreto escritor.

Lo dicho en general sobre la duración de la acción de una fábula pudiera bastar para que el discreto lector hiciera por sí mismo juicio del Plan cronológico, que de las aventuras y viajes de don Quijote nos presenta el autor de la Análisis. Pero como la fuerza de los principios generales se hace mucho más sensible viéndolos aplicados a casos y ejemplos particulares, demos una ojeada a las principales épocas del dicho Plan. Pone Cervantes a don Quijote en campaña por la primera vez en uno de los días más calurosos del mes de julio (que el autor del plan, con el fundamento que luego veremos, supone haber sido el 28 de aquel mes), y le restituye a casa molido a palos sobre el jumento del vecino Pedro Alonso al anochecer del día siguiente. Y aunque por la narración de Cervantes parece que don Quijote en esta primera salida no estuvo fuera de casa sino dos días; sin embargo, ya que el autor del plan, para ordenar este, y notar los errores cronológicos de Cervantes, se vale como veremos, de los dichos y fechas de don Quijote y de Sancho, este un simple, aquel un loco, con mucha más razón debiera haberse hecho cargo de que cuando Pedro Alonso trajo a casa a don Quijote, el ama, que estaba diciendo al cura que hacía seis días que su amo no parecía. Verdad es que aquí Cervantes, aún cuando expresamente hubiera dicho que don Quijote solo estuvo dos días fuera de casa, no se contradijera a sí mismo, sino el ama a él; lo que, como dijimos, no siempre se debe atribuir a inconsecuencia del autor de la fábula. Concordemos no obstante la narración de Cervantes con el dicho del ama, y digamos que a esta cada seis horas de las treinta y seis o cuarenta que faltaba el amo de la casa, le parecieron un día.

Según el Plan cronológico, después de dieciocho días de haber sido traído a casa, don Quijote salió por la segunda vez con Sancho; de allí a cinco días se entraron por Sierra Morena; y al otro día despachó don Quijote a Sancho con la carta para Dulcinea, y la librariza de los tres pollinos a favor de Sancho para su sobrina. La carta no llevaba fecha; la libranza llevaba la de «22 de agosto de este presente año». Aquí se para el autor del Plan, y con un cálculo prudencial, fundado en la narración de Cervantes, concluye que aquel día de los más calorosos de julio, en que Cervantes pone la primera salida de don Quijote, fue el 28 de dicho mes. Mas, ¿qué diremos de haber el mismo Cervantes en la segunda edición del 1608 mudado la fecha de la libranza en la de «27 de agosto de este presente año» [27]? No parece sino que después de la primera edición le saltó el escrúpulo de haber hecho salir mentirosa al ama de don Quijote, cuando dijo al cura, que hacía seis días que su amo no parecía, pues adelantando aquella fecha a los 27 de agosto, quedan comprehendidos en la acción aquellos seis días. Mas, por esta cuenta, se me objetará, el primer viaje de don Quijote fue de seis días, de los cuales cuatro no aparecen en la narración de Cervantes, ni se puede rastrear qué cosa en ellos hiciese don Quijote. Esto es verdad; pero también lo es, que el tiempo imaginario de una fábula solo se compone de los días en que los actores tienen que hacer; el verdadero tiempo intermedio, si lo hay, se reduce a cero. Sin embargo, para dejar en su vigor la narración de Cervantes, sin perjuicio del Plan cronológico, digamos que Cervantes con haber mudado en la segunda edición la fecha de los pollinos, dos cosas nos quiso dar a entender, la una, que la fecha de un loco no debe tomarse por fundamento de una exacta y verdadera cronología; la otra, que no quería fijar su fábula en época alguna verdadera; lo que más claramente nos lo manifiesta con haber omitido el año de aquella fecha. Esto no obstante, el autor del Plan da por asentado que el año de aquella fecha, y de toda la acción de la fábula, fue el 1604. Apuntamos ya el absurdo que se sigue de esta su posición, y lo veremos más por menos mas adelante.

Sancho, según el Plan cronológico, partió de Sierra Morena con la carta para Dulcinea, y la libranza de los pollinos, la tarde del 22 de agosto, y llegó a la venta la mañana del 23. Por la tarde del mismo día se encaminó hacia la Sierra con el cura y el barbero, y los tres llegaron al pie de ella a las tres de la tarde del siguiente día 24. Mientras Sancho se internó en la Sierra en busca de don Quijote, el cura y el barbero encontraron primero a Cardenio, y después a Dorotea; y, habiendo vuelto Sancho, los cinco fueron a sacar a don Quijote de entre aquellas peñas; y aquella misma tarde los seis emprendieron el viaje para la venta, adonde llegaron a la siguiente mañana del 25 de agosto. Esta es la cronología de nuestro plan; pero los seis personajes, don Quijote y Sancho, el cura y el barbero, Cardenio y Dorotea, representaron en el teatro de Sierra Morena tantas escenas, pasaron entre ellos tantos y tan largos coloquios, y acaecieron en el viaje tantos sucesos que aquella tarde y la siguiente mañana parecen de aquellas veinticuatro horas, en que se suponen acaecidos los lances de una comedia, para los cuales en el teatro de la vida humana apenas bastarían veinticuatro días. Y aquí el autor del Plan podía haber hecho la tentativa de verificar su plan a la infalible luz de la astronomía. La noche que los sobredichos personajes, y otros concurrieron en la venta, fue según el plan, la del 25 de agosto de 1604; aquella noche la hija de la ventera y Maritornes dejaron a don Quijote colgado por una mano al agujero del pajar, y dice Cervantes que aquella noche «estaba la luna en toda su claridad» [28]. Podía, pues, y tal vez debía, el autor del Plan indagar con un cálculo astronómico, cual era el estado de la luna la noche del 25 de agosto del año 1604; y si hubiera hallado que aquel día fue el plenilunio, hubiera con esto confirmado la conformidad de su plan con la narración de Cervantes. Mas, ¿cuál hubiera sido su embarazo si hubiera hallado que aquel día fue el novilunio? En efecto, por las espactas y el arte de verificar las épocas se halla que el 25 de agosto del año 1604 fue el Novilunio, y que por consiguiente aquella noche la luna no daba de sí rastro de luz. ¿De quién será, pues, el error? ¿De Cervantes o del autor del Plan? Cervantes para que don Quijote pudiera ver quien le llamaba del agujero del pajar, que a él se le representó una ventana con rejas doradas, sin determinar ni día, ni mes, ni año, dice que aquella noche estaba la luna en su mayor claridad, en lo que lejos de errar, mostró la fecundidad de su ingenio en vestir las aventuras de don Quijote de las circunstancias que las hciesen más verosímiles y plausibles. Con que el error es del autor del Plan, el cual, a pesar de la narración de Cervantes, una noches, en que la luna estaba en toda su claridad, la trae con sus cálculos cronológicos a ser noche de un novilunio.

De vuelta de Sierra Morena entró don Quijote en su aldea encantado, esto es, enjaulado en una jaula de palitoques sobre un carro tirado de bueyes; y Cervantes, para hacer más solemne esta entrada, dice que entró así «en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote» [29]. En el Plan cronológico el día de esta entrada se halla ser el 2 de septiembre del año, según el mismo plan, 1604. Y aquí el autor del plan hubiera también podido ilustrar su calendario indagando por el período de las letras dominicales, si aquel 2 de septiembre fue efectivamente domingo; mas por fatal destino de este Plan hubiera hallado que el 2 de septiembre del año 1604 fue jueves. ¿Quién erró? ¿Cervantes, que sin determinar día de mes ni de año, para hacer más plausible la entrada de don Quijote en su aldea, hace domingo un día, que en el plan cronológico es jueves, o el autor de este Plan, que hace jueves un día que en la narración de Cervantes es domingo? Si Cervantes debiera haberse conformado con el Plan cronológico, el error sería suyo; mas si el Plan cronológico debiera conformarse con la narración de Cervantes, el error será del autor de este Plan. De quien lo sea, lo decida el discreto lector. En mala hora fue concebido este Plan cronológico, contra el cual se conjuran los planetas reguladores de los tiempos y de la cronología el sol y la luna.

Después que don Quijote fue sacado de la jaula, y puesto en su antiguo lecho, «el cura y el barbero, dice Cervantes, estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas» [30], y el ama y la sobrina, viendo que don Quijote no mentaba más sus antiguas manías, le creyeron vuelto en su entero juicio. El cura y el barbero se determinaron por fin a hacer experiencia de su mejoría; visitáronle y, habiendo entablado plática sobre la razón de estado y modos de gobierno, don Quijote habló con mucho juicio, ni comenzó a desbarrar, hasta que el cura dijo que el turco bajaba con una poderosa escuadra; entonces don Quijote dijo que el rey debiera mandar por público pregón que en un día señalado se juntaran en la corte todos los caballeros andantes de sus reinos, que media docena de ellos bastaría a deshacer toda la potestad del turco. Se continuó en esta disparatada plática, y al fin de ella se oyeron grandes voces en el patio; acudieron allá el cura y el barbero, y vieron que el ama y la sobrina cargaban de improperios a Sancho, defendiéndole la entrada en el aposento de don Quijote. Este mandó que se le dejase entrar; y en el coloquio que los dos solos entablaron, Sancho le dijo a don Quijote, que el bachiller Sansón Carrasco, que acababa de llegar de Salamanca, decía, que la historia de sus hazañas andaba ya impresa. don Quijote respondió, «que debía de ser algún sabio encantador el autor de su historia» [31]. Y manifestando deseo de ser informado por el mismo bachiller, se fue Sancho a buscarle. don Quijote quedó pensativo, «ni se podía persuadir a que tal historia hubiese, pues aún no estaba enjuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que habían muerto» [32]. Volvió Sancho con el bachiller, y entre los tres entablaron el discurso que se refiere a la letra en el capítulo 3ª. Finalmente, Sancho se fue a su casa a comer; don Quijote hizo quedar al bachiller a comer consigo; y, después de haber comido y dormido la siesta, volvió Sancho, y se renovó la plática pasada. A lo mejor de esta, don Quijote oyó los relinchos de Rocinante, y tomándolos por buen agüero, «determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida. Pidió consejo al bachiller porque parte comenzaría su jornada; y el bachiller le respondió que era su parecer que fuera al reino de Aragón, y a la ciudad de Zaragoza, en donde de allí a pocos días se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de S. Jorge. Interpuestas algunas otras razones, quedaron en que “la partida sería de allí a ocho días» [33]. Deshecho el congreso, Sancho se fue a su casa, y tuvo con su mujer el gracioso diálogo que se refiere en el capítulo 5º. Mientras Sancho altercaba con su mujer sobre si debían casar a su hija con un conde o con un duque, y otras tales simplezas, el ama y la sobrina de don Quijote, temerosas no se les escapase de casa otra vez, entraron a quererle disuadir de este pensamiento; y al fin de este coloquio que se refiere en el capítulo 6º, se oyó que tocaba Sancho a la puerta. Habiendo Sancho encerrándose con don Quijote, le dio a entender a este con muchos rodeos, que su mujer quería se hiciese señalar salario. Entretanto el ama acongojada se fue a buscar al bachiller, y pedirle que fuera a persuadir a su amo a que se dejara de andar por este mundo en busca de aventuras y desventuras. El bachiller le dice «que le tenga aderezado de almorzar alguna cosa caliente, que lego iría»; pero antes fue a comunicar con el cura lo que pensaba hacer; y habiéndoselo aprobado el cura, se fue a casa de don Quijote, en cuyo aposento entró con el ama y la sobrina a tiempo que a Sancho se le había caído el corazón a los pies, oyendo que su amo, si él no se amañaba a servirle sin salario, le licenciaba de su servicio. El bachiller, en vez de disuadir a don Quijote, como el ama y la sobrina esperaban, «le conjuró a salir antes hoy que mañana»; y compuesta la diferencia con Sancho sobre el salario, «con parecer y beneplácito del gran Carrasco, se ordenó que de allí a tres días fuese la salida. Y habiendo Sancho aplacado a su mujer, y don Quijote a la sobrina y a su ama, al anochecer se pusieron camino del Toboso» [34].

Esta es la serie de congresos, coloquios, idas y venidas de una casa a otra de este y del otro personaje, que se pasaron desde que don Quijote fue traído a casa encantado, hasta su tercera salida, en cuya narración Cervantes, a excepción del casi un mes que el cura y el barbero estuvieron sin verle, no pasa jamás de un día a otro, no acota día ni mes alguno, de manera que en toda esta narración, contenida en los siete primeros capítulos de la segunda parte, no se columbra otra cronología que la de una comedia, cuyos personajes van y vuelven de un lugar a otro, entablan aquí un discurso, otro allá, aquí sucede un lance, acullá otro; y en el espacio de tres o cuatro horas tantos y tan varios lances suceden, tantos y tan largos coloquios se entablan, que para realizar la más corta comedia no bastarían muchos días, y aún semanas, de tiempo verdadero. Es cierto que los ocho coloquios y los lances, que Cervantes narra en los siete primeros capítulos de la segunda parte, son tan coherentes entre sí, que el uno da pie al otro, y parece que todo lo narrado en aquellos siete capítulos sucedió en un mismo día. Pero del mismo modo son entre sí coherentes, y se llaman unos a otros los lances y coloquios de una comedia; y aun por eso los preceptistas han inventado la unidad de tiempo ceñida a un día, que ellos quiméricamente suponen ser un día de tiempo verdadero de una historia, al imaginario de una fábula, no se ha hablado jamás. Por ejemplo, en la comedia del filósofo enamorado parece que en un mismo día doña Inés, doña Luisa y Benita tratan muy a la larga con don Fernando de gastar el matrimonio de donña Inés, que su tío y tutor el avaro don Silvestre había concluido con el necio marqués Espina, por ser este más rico que el sabio don Fernando; y convienen en que don Fernando persuada a su amigo el filósofo don Felipe, mas rico que el marqués Espina, a que pida a don Silvestre por esposa a doña Inés, a fin de cederla después a don Fernando. Don Fernando mal de su grado se deja persuadir, va con don Fernando a casa de doña Inés; se encuentra allí con el marqués; este con sus malas crianzas y fanfarronadas le da motivo para que le maltrate de palabra; entabla su pretensión con don Silvestre; este le prefiere a Espina; don Felipe se vuelve a su casa; va don Silvestre con la mujeres a hacerle una visita; entretanto el marqués Espina da querella al Gobierno contra don Felipe, diciendo, que le había intimado un duelo prohibido por las leyes; estando aun en casa de don Felipe don Silvestre con las mujeres y don Fernando, llega un notario a notificar a don Felipe el arresto en casa, y el embargo de sus bienes; poco después se presenta el juez de la causa, diciendo, que pues se hallan juntos todos los interesados en la causa, quiere verificar la verdad o falsedad de la querella, y mientras envía a llamar a Espina, doña Luisa le persuade a que se esconda con los demás tras cortina, y oiga su coloquio con el marqués; llega este, y doña Luisa le reduce a confesar la calumnia de la querella; sale el juez, y por lo que ha oído decide la causa a favor de don Felipe, el cual, a pesar de su filosofía, se había enamorado de doña Inés; don Silvestre se la concede por esposa; pero don Felipe le cede don Fernando. Supongamos que el argumento de esta bella comedia se extienda en una narración o historia fabulosa, dejando la sucesión de los sucesos y coloquio como están en la comedia, sin sucesión de días ni de horas; y que un cronólogo quiera reducir esta historia a un exacto plan cronológico, determinando en que día de un determinado mes tuvieron las mujeres su primer congreso con don Fernando; si en este o en otro día don Fernando persuadió a don Felipe; cuando este fue a casa de doña Inés, cuando don Silvestre a la suya etc., ¿No diríamos que este cronólogo tomaba sobre si una empresa quimérica? Yo, pues, no sé si me diga lo mismo del haber querido el autor del análisis reducir a un puntual y exacto Plan cronológico la historia de don Quijote, y en particular los siete primeros capítulos de la segunda parte. Trae a casa a don Quijote el 2 de septiembre; y porque Cervantes dice que el cura y el barbero «estuvieron casi un mes sin verle», supone que le visitaron el 29 de dicho mes, y en este día y el siguiente 30 embute todos los coloquios, idas y venidas de una casa a otra de este y del otro personaje; y porque en el último congreso con el bachiller se determinó la salida para «de allí a tres días», pone a don Quijote y Sancho en camino del Toboso a los 3 de octubres. ¿Quién no ve que esta cronología es en sustancia tan arbitraria, como lo sería la de la historia del filósofo enamorado? El bachiller en el primer congreso con don Quijote le aconseja a ir a Zaragoza, «adonde de allí a pocos días se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de san Jorge»; el bachiller sabía muy bien en que día se estaba y, siendo, como es, la fiesta de san Jorge a los 23 de abril, por la cuenta del bachiller don Quijote hizo su tercera salida en abril. Mas la cronología de los meses pide particular examen.

Cervantes en toda la serie de los viajes y aventuras de don Quijote no guarda ningún orden cronológico de días y meses; solo nos da a entender que hace viajar a don Quijote y Sancho en el tiempo menos importuno para tan peligrosas y disparatadas empresas. Con esta mira pone a don Quijote en campaña por la primera vez en un día indeterminado de julio; y en el segundo viaje, por la fecha de los pollinos, se ve que le supone en Sierra Morena en el mes de agosto. El bachiller Carrasco pone la tercera salida pocos días antes de san Jorge y Cervantes la aventura de los farsantes en la Octava del Corpus, la llegada a la playa de Barcelona la vigilia de san Juan, y las fechas de las cartas de Sancho y del duque en los meses de julio y agosto; de todo lo cual se colige que Cervantes quiere hacer viajar a don Quijote y Sancho por la Mancha, por Aragón y Cataluña en tiempo de verano. Efectivamente hubiera cometido la más inverosímil imprudencia con hacer viajar a estos dos descaminados y desarropados viandantes por entre sendas y riscos extraviados, inundados de las lluvias, torrentes y aguaceros del otoño y del invierno, durmiendo, como «era costumbre de los caballeros andantes, por los campos y florestas antes que en los poblados» [35], y todo esto por caminos, los cuales, si en tiempos tan malos, figurémonos cuales habrán sido en tiempo de moros. Sin poner mientes en esta tan justa, tan caritativa y verosímil consideración, sin rastro de humanidad para con los cuitados don Quijote y Sancho, el autor del Plan les hace viajar a tientas y sin guía por las montañas, valles, bosques y páramos de la Mancha, de Aragón y Cataluña en los lluviosos y tempestuosos meses de octubre, noviembre y diciembre. Salta a los ojos de quien no distinga una fábula de una historia de una historia verdadera la objeción, que don Quijote, hallándose en Sierra Morena en el mes de agosto, según la narración de Cervantes, debió de ser traído a casa a los principios de septiembre; lo que cuanta Cervantes haber acontecido en su casa no pudo ir mucho más allá de un mes; luego si la tercera salida se ha de suponer también en verano, se deberá hacer suceder un verano a otro, y contar por cero el otoño y el invierno que les separa. Con tal que esto se haga con un mátalas callando, sin decirlo, ni darlo claramente a entender, Apolo, que es el apuntador de las fábulas, y juntamente el cochero del carro del sol, hará saltar a sus caballos de un verano a otro, haciendo desaparecer aquel otoño e invierno, como les hizo saltar dos o tres siglos cuando Virgilio hizo a Eneas contemporáneo de Dido, y como en la famosa noche de la venta les hizo saltar del novilunio al plenilunio, y en la solemne entrada de don Quijote en su aldea del jueves al domingo. ¿No hubiera podido Cervantes, se replicará tal vez, prevenir esta objeción, sea cual se quiera, sólida o flaca, con detener a don Quijote en casa todo aquel otoño e invierno calentándose los cascos con los libros de caballerías, y preparándose para la tercera salida? Lo que había que decir en esta materia lo había dicho al principio de la primera parte; y el repetir al principio de la segunda las mismas ideas, aunque fuera variándolas, como nos empalagan los músicos con las variaciones de un mismo motivo, no hubiera sido del agrado de los que juzgan, y no mal que en una obra de pura invención no se ha de romper jamás el hilo de la novedad. Sin embargo, si los que prefieren la exactitud de un Plan cronológico a la propiedad y belleza de una fábula, y por otra parte juzgan que hubiera sido cosa impropia e inverosímil el hacer a don Quijote y Sancho aquel tan desastrado viaje en los meses de octubre, noviembre y diciembre, si esto tales, digo, dicen que Cervantes con no haber de algún modo detenido en casa a don Quijote hasta el siguiente verano, cometió un descuido cronológico, díganlo enhorabuena, que Cervantes por esta crítica no se enojará, ni se le turbará con ella su requiesca in pace.

El día 3 de octubre al anochecer, según el plan cronológico, don Quijote y Sancho se pusieron en camino del Toboso, en cuyo lugar entraron la noche del 5; y la siguiente mañana del 6 fue encantada Dulcinea. Inmediatamente después de este encanto refiere Cervantes el largo y gracioso coloquio que pasaron don Quijote y Sancho; y después de este coloquio cuenta la aventura de los farsantes, que venían de representar aquella mañana (la cual dice Cervantes que era la Octava del Corpus) en un lugar vecino el auto de las cortes de la muerte. Y aquí el autor del plan exclama: «yerro de cronología, en el cual incurrió Cervantes poniendo en octubre la Octava del Corpus» [36]. Pera atribuir a Cervantes un yerro tan grosero, menester sería suponerle nacido y educado en tierra de moros o más ignorante y zafio que Sancho Panza. El autor del Plan, empeñado, a pesar de Cervantes, en extraer un diario de una fábula, que no lo tiene, es el que hace caer en octubre la Octava del Corpus; no Cervantes, el cual sabiamente hace hacer a don Quijote y Sancho este viaje en el verano, y hace caer la Octava del Corpus en su tiempo y lugar.

La mañana del 7 de octubre, según el plan cronológico, encontraron don Quijote y Sancho al bachiller Sansón Carrasco disfrazado de Caballero del Bosque, a quien antes de la batalla dijo don Quijote que hacía dos días que Dulcinea había sido encantada. Y aquí nota el autor del Plan, que habiendo sucedido este encanto la mañana del día antes, no es verosímil que tan presto se le olvidase a don Quijote que no hacía sino un día que Dulcinea había sido encantada. Hace ocho días, y no siete, se dice en domingo refiriéndose al pasado, y por esta regla pudo muy bien decir don Quijote que hacia dos días que Dulcinea había sido encantada. A más de que, si al ama de don Quijote le pudieron parecer seis días las treinta y seis o cuarenta horas que su amo faltaba de casa, con mucha más razón las veinticuatro horas del encanto de Dulcinea le pudieron parecer a don Quijote, no dos, sino doscientos días. ¿Y es posible que en una tan grande fábula, en un banquete en que nos presenta Cervantes tantos y tan sabrosos manjares, se rasquen y recojan tales migajas?

Siguiendo la guía de nuestro Plan, la mañana del mismo día 7 encontraron don Quijote y Sancho a don Diego de Miranda, que don Quijote llamó el caballero del verde gabán, a cuya casa llegaron a las dos de la tarde, y en ella dice Cervantes que se detuvieron cuatro días; y como habían llegado a las dos de la tarde, el autor del plan, tomando los cuatro días por completos y cabales, les ajusta la cuenta que estuvieron en casa de don Diego comiendo y bebeindo hasta mediado el 11 de octubre. Y al anochecer de este día llegaron al lugar de Camacho, a cuyas bodas asistieron el 12, y hasta todo el 15 se detuvieron en casa de Basilio y Quiteria. El 16 partieron con el primo a la cueva de Montesinos, a la cual llegaron el 17 a las dos de la tarde, y al anochecer a la venta de los títeres, de donde partieron como a las ocho de la mañana siguiente; y habiendo caminado dos días sin acontecerles cosa de provecho, el 20 llegaron cerca del lugar del rebuzno. Aquí Sancho, por sus desaforados rebuznos, fue apeado; y escocido de esto quiso abandonar a su amo, y ajustar la cuenta de sus salarios, D. Quijote dijo que hacía veinticinco días que habían salido de su lugar. Error de cronología de Cervantes, dice el autor del Plan, porque habiendo salido el 3 de octubre, no hacia 17 días que habían salido. Cuando hubiera tal error, yo dijera que no fue de Cervantes, sino de don Quijote, tan flaco de memoria, que habiendo visto que a Sancho le habían hurtado el jumento, le dijo poco después que apease de él Mas demos que Cervantes sea responsable de lo que le hace decir a este loco (lo que no es muy buena regla de crítica), ¿de quién será el error? ¿de Cervantes, que no dice qué día ni qué mes salieron, o del autor del Plan, que determina días y meses, que no hay en la narración de Cervantes? Dijo también don Quijote que en sus dos primeras salidas apenas había andado dos meses; y en esto tiene razón, dice el autor del Plan, porque solo había andado treinta y seis días. Mas yo, hablando según las cuentas de nuestro gran capitán, que toma siempre los días por completos, hubiera dicho que D. Quijote no tiene razón, porque de treinta y cinco o treinta y seis días no se dice; apenas dos meses; sino; apenas un mes y una semana.

Del lugar del rebuzno, después de otros dos días, esto es, según el plan, el 22 de octubre, llegaron don Quijote y Sancho al Ebro, en donde sucedió la aventura del barco encantado. «Y aquí, dice el autor del Plan, cometió Cervantes un notable yerro de geografía, porque, dividiendo en cinco jornadas la distancia que hay desde la venta de los títeres hasta el Ebro, corresponden a cada jornada unas catorce leguas de andadura, que no es posible las caminaran Rocinante y el Rucio» [37]. El autor del Plan debiera haber tenido presente el refrán que dice: dime con quien vas, y te diré quién eres. A aquellas docilísimas bestias de Rocinante y del rucio se le debía pegar necesariamente algún ramo de la locura de sus amos, y así no es mucho que pecaran unas veces por carta de más, otras por carta de menos. El autor del Plan nos hizo observar la flema con que estas buenas bestias hicieron el viaje de Sierra Morena a la venta; y nosotros también notamos la pelmacería con que caminaron del lugar de don Quijote al Toboso. Picadas ahora de nuestras críticas quieren volver por su honra, y caminar catorce leguas por día con el vigor adquirido con la detención de siete días, cuatro en casa de don Diego Miranda, y tres en la de Basilio y Quiteria, en cuyas caballerizas habrían sido tratadas como cuerpos de rey. Mas dejemos andar las chanzas; yo no veo de donde saca el autor del Plan aquellas cinco jornadas de catorce leguas por cada una; esto supone que de la venta de los títeres del Ebro había setenta leguas. ¿Mas, en donde estaba a venta de los títeres, y en donde la orilla del Ebro con el barco encantado? Nuestro autor, para certificarnos de aquellas setenta leguas, nos envía al mapa de los países por donde viajó don Quijote, puesto al principio de la edición de Madrid del 1780, en el cual están marcados con una línea colorada los tres itinerarios de los tres viajes de don Quijote. Dicho mapa es sin duda exactísimo, como hecho por un hábil geógrafo con las observaciones de un habilísimo ingeniero. Mas, para tierra en ese mapa las tres líneas coloradas que marcan los tres itinerarios de los tres viajes de don Quijote, ¿quién ha suministrado los puntos conocidos? Cervantes en toda la historia de los viajes de don Quijote no nombra sino cuatro o cinco lugares conocidos; en el primer viaje ninguno, porque no dice cual fuese la patria de don Quijote, ni en donde estuviese la venta donde fue armado caballero; en el segundo dos, Puerto-lápice y Sierra Morena; en el tercero el Toboso, las lagunas de Ruidera y Barcelona, distante de aquellas lagunas cien leguas mas que menos, porque la orilla del Ebro, en que estaba amarrado el barco encantado, no dice en qué parte de Aragón estuviese. ¿Y con estos cuatro o cinco puntos conocidos se ha creído poder marcar en el mapa los tres itinerarios de don Quijote, notando a más de esto en ellos los sitios de todas y cada una de sus aventuras? Este pensamiento, y el otro de calcular una exacta cronología de una fábula, que no la tiene me parecen hermanos gemelos. Si Cervantes nos hubiera querido dar a conocer las derrotas precisas que tomó don Quijote en sus andanzas, le hubiera hecho tocar varios lugares conocidos, tan vecinos unos a otros, que tirando por ellos una línea, quedase suficientemente marcado su itinerario.

He aquí, no obstante, como se han podido marcar en el mapa estos itinerarios. Se cree con bastante fundamento, que la patria que quiso Cervantes dar a don Quijote, fuese Argamasilla de Alba, u otro lugar a este vecino. Don Quijote, en su primera salida, caminó un día entero por el campo de Montiel, y Montiel está al mediodía de Argamasilla. Tómese, pues, con el compás en la escala del mapa la extensión de ocho o diez leguas, que son las que habrá podido andar Rocinante en un día de verano, mucho más siendo las leguas del mapa mas cortas que las comunes, porque de estas solo entran diecisiete y media en un grado terrestre, y de aquellas, como se advierte en la misma escala, veinte. De Argamasilla, o de un punto a ella vecino se tire hacia el mediodía una línea algo serpentina dentro de los límites de las ocho o diez leguas tomadas en la escala del mapa. En la extremidad inferior de esta línea se note: venta en donde don Quijote fue armado caballero; tres o cuatro leguas más arriba: lugar de la aventura de muchacho Andrés; una o dos leguas más adelante: encrucijada, en donde don Quijote dejó al arbitrio de Rocinante el camino que debía tomar; y cerca de Argamasilla: lugar de la aventura de los mercaderes de Toledo. Y cátate marcado en el mapa el itinerario del primer viaje. Mas no habrá ciego que no vea que en una tal operación geográfica todo es arbitrario. Es así que don Quijote en su primera salida caminó por el campo de Montiel; pero el campo de Montiel se extiende por largo trecho alderredor de Argamasilla, de suerte, que tirando de Argamasilla una línea de ocho a diez leguas hacia cualquiera parte, se podrá dar por marcado el itinerario del primer viaje, sin contravenir en un punto a la narración de Cervantes; antes bien la narración de Cervantes claramente se opone al itinerario de la primera salida marcado en el mapa. Porque en la segunda salida, dice Cervantes, que don Quijote «acertó a tomar la misma derrota y camino que había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel» [38]. Y el itinerario del mapa de la segunda salida ni en un solo punto se encuentra con el de la primera. De Argamasilla se nos conduce por entre poniente y norte a Puerto-lápice, y de Puerto-lápice por una curva tirada a la parte de poniente, a arbitrio de quien la tiró, a Sierra Morena, dejando en medio de su concavidad todo el itinerario del primer viaje. Igualmente arbitraria es la línea colorada con que en el tercer viaje se nos conduce del Toboso a las lagunas del Ruidera, y de estas lagunas a Barcelona por una extensión de más de cien leguas, atravesando el Ebro junto a Zaragoza.

Yo no quiero molestar al lector con cálculos y conjeturas geográficas para quejarme de la injuria que hace el autor del plan a Rocinante y al Rucio, con decir que en cinco días no podían ir de la venta de los títeres al barco encantado, cuando no se sabe ni en qué parte de Aragón estaba este barco, ni en qué parte de la Mancha aquella venta; de modo que no parece sino que por pura ojeriza con estas dos inocentísimas bestias les tira el autor del Plan este tajo. Solo notaré la poca verosimilitud y la poca caridad con que el autor del plan de Ruidera les hace tomar a don Quijote y Sancho una derrota casi directa hacia Zaragoza por los páramos, montañas y países despoblados de Castilla la Nueva y Aragón. Es cierto que la intención de don Quijote era de ir a Zaragoza; pero también lo es que en materia de caminos era tan ignorante, que, como ya dijimos, no obstante que la cueva de Montesinos y lagunas de Ruidera estaban en el corazón de la Mancha a pocas leguas de Argamasilla, tuvo que hacerse conducir a ellas por el primo. Y si en Ruidera hubiera preguntado al primo, o a mi, que derrota debía tomar para ir a Zaragoza, el primo o yo le hubiéramos encaminado por el más corto y poblado camino a la Marina de Valencia, ella le hubiera conducido al Ebro en las cercanías de Tortosa; pero como antes de llegar a esta ciudad debía mudar de terminación, y torcer camino hacia Barcelona, para no hacerle hacer el largo y mal camino que hay de Zaragoza a Barcelona, hubiera yo amarrado el barco encantado mucho antes de llegar a aquella capital, por ejemplo, en las cercanías de Caspe. Esta derrota hasta Barcelona, si se examina en el mapa, no se hallará ser mucho más larga que la que el autor del Plan le hace hacer por los desiertos de Castilla la Nueva, Aragón y Cataluña; digámoslo francamente: el autor de la Análisis y del Plan cronológico es digno de alabanza por el esfuerzo que ha hecho para realizar dos fantasmas, la cronología y la geografía de una fábula que no tiene ni una ni la otra. Es cierto que la cronología y la geografía son los dos ojos de la historia; mas si Cervantes, aprovechándose de los privilegios que concede Apolo al inventor de una fábula, ha querido engendrar a don Quijote ciego de entrambos ojos, el querérselos dar sin un milagro de Santa Lucía, es lo mismo que quererle curar la heridas con el bálsamo de Fierabrás.

Pasado el Ebro en el barco encantado el día, según el Plan, 23 de octubre, encontró don Quijote a los duques, en cuyo palacio se detuvo, según el Plan, hasta el 18 de noviembre. El mismo día sobremesa el duque prometió a Sancho el gobierno de la ínsula. Y de allí a seis días, dice Cervantes (y el autor del Plan añade, esto es, el 29 de octubre), se celebró la montería en obsequio de don Quijote. Ya dijimos (y nos será preciso volverlo a decir otras veces) cuan ajeno sea de la intención de Cervantes, y de la naturaleza de la misma acción de la fábula, el suponer los hechos narrados en la segunda parte acaecidos en los meses de octubre, noviembre y diciembre. Por ahora baste notar, que la expresión de Cervantes, «de allí a seis días», que el autor del Plan pone el 23 de octubre, igualmente, y tal vez mejor se verifica en el 28 que en el 29, así como hablando en domingo, para referirse al siguiente, se dice: de aquí a ocho días, y no de aquí a siete. Estas observaciones, aunque por sí mismas de poca importancia, veremos en delante de cuanta importancia, veremos en delante de cuanta importancia son para justificar a Cervantes de otros yerros cronológicos, que se le atribuyen. El día siguiente (según el Plan 30 de octubre) escribió Sancho una carta a su mujer fecha en 20 de julio de 1604; y aquí hace alto el autor del plan, y exclama: «notable anacronismo, pues aquel día era el 30 de octubre, según la cronología que entabló Cervantes en la primera parte, y respecto que esta se imprimió en el 1605, debía ser la fecha 30 de octubre de 1604» [39]. En primer lugar, pregunto: ¿Cervantes, que escribió esta carta en persona de Sancho, debía suponer que este sabía en qué día se estaba? Dígalo el mismo Sancho: el asno le había sido hurtado al entrar en Sierra Morena con su amo; y al día siguiente, volviendo de Sierra Morena con la princesa Micomicona, le recuperó. Mas cuando le cuenta esta historia a Sansón Carrasco, después de haber contado el modo con que Ginés de Pasamonte se le hurtó, dice: «de allí a no sé cuantos días viniendo con la princesa Micomicona conocí mi asno» [40]; y así lo recuperó. Al otro día, hubiera dicho, y no: de allí a no sé cuantos días, si hubiera sabido en qué día comía y bebía. Cuando estando en el gobierno se le leyó la inscripción de la sala del juzgado: «Hoy día a tantos de tal mes, y de tal año tomó posesión de esta ínsula el señor D. Sancho Panza», hubiera hecho alto, y si sabía que día del mes y de que año era aquel, le hubiera hecho corregir. En resolución, Sancho era un simple, gracioso sí, pero tan ignorante que probablemente no supo jamás sino cuando era domingo o fiesta de guardar. Y en una carta escrita en persona suya poner una exacta y verdadera fecha, hubiera sido contra su carácter. En segundo lugar, ¿cuál es la cronología que el autor del Plan supone haber entablado Cervantes en la primera parte? Otra no puede ser que aquella maldita fecha de los pollinos, que el diablo, ó algún sabio encantador enemigo de don Quijote , le sugirió a su historiador: haec prima mali labes [41], este es el origen de la mayor parte de los anacronismos de que se le acusa a Cervantes ; por esta descomulgada fecha el autor del Plan hace viajar a don Quijote y Sancho en el corazón del invierno por caminos extraviados , por entre aguaceros y nieves, durmiendo frecuentemente al sereno : ¿y por una fecha de don Quijote sin día fijo de mes (porque ya es del 22 , y a del 27 de Agosto), y sin nota de año, debía Sancho haber puesto en su carta una fecha de día fijo de mes y año: 30 de Octubre de 1604? Pero al supuesto anacronismo del mes queda, ya respondido (3.9). Vamos al del año.

¿Con que porque una fábula se publicó en un cierto año, su acción se debe referir al año antecedente? Esta regla ciertamente no es de Aristóteles, ni de Horacio. Lo peor es que el autor del Plan, que con tanto amor y celo de la gloria de Cervantes hubiera querido advertirle y hacerle corregir algunos anacronismos de meses, días y horas, quiere ahora hacerle cometer uno de muchos años; porque si los personajes del Quijote hablan y escriben en el 1604, ¿cómo pueden dar por supuesta la expulsión de los moriscos de España, que toda España sabía no haberse decretado hasta el 1610? Cuando Sancho volvía de su Gobierno encontró al morisco Ricote, que en aquella expulsión se había retirado en Alemania, y volvía entonces en peregrinación con otros alemanes a visitar el sepulcro de Santiago, y de paso recoger el tesoro que había dejado escondido en su antigua casa. La ojeriza de nuestro don Quijote con el Quijote de Avellaneda era tan notoria a toda España , como el mismo don Quijote, pues por ella abandonó la determinación de ir a las justas de Zaragoza, y torció camino hacia Barcelona. ¿Y cómo podía don Quijote en el 1604 mostrar esta ojeriza , cuando todo el mundo sabía que en el 1604 aún no existía el Quijote de Avellaneda? Al autor del Plan se le pasó por alto la cautela con que Cervantes en la primera parte no pone otra fecha que aquella, de la cual no me quisiera acordar, y no me puedo acordar sin maldecirla, esto es, la fecha de los pollinos, y en ella, aunque para determinar la estación del verano, determina el mes, no dice de que año, porque teniendo intención de continuar la historia no quiso en la primera parte determinar época alguna, la cual no pudiera subsistir con la que tal vez le sería necesario fijar en la segunda. En esta, para poder hablar del Quijote de Avellaneda, y suponer la expulsión de los moriscos de España, le era necesario suponer en la misma acción un año posterior a aquellas dos épocas, y habiendo puesto en la carta de Sancho la fecha de 1614, a este año, y a los antecedentes, si fuera necesario, se debe referir toda la acción. Mas la primera parte, se me objetará, se imprimió en el 1605, ¿cómo, pues, puede referirse toda la acción al 1614? El año de la impresión de una historia verdadera puede ser del caso notarlo para verificar o falsificar algún dicho o hecho en ella contenido; pero la acción de una fábula no puede ni debe referirse sino a los años determinados en la misma acción. Los que desde el 1605 hasta el 1615 leyeron la primera parte, no hallaron en ella determinado ningún año. Desde el 1615 en adelante no se imprimió ni leyó más la primera parte sin la segunda; y si en esta se halla en la misma acción determinado el año 1614 , a esta época debe referirse la acción, sin tener cuenta de los años de las impresiones, los cuales son años del todo impertinentes a la acción de la fábula.

Mas los hechos de la segunda parte, se me replicará, se han de suponer acaecidos después de los de la primera, sin más interrupción de tiempo del que consigo lleva la misma narración de la fábula; y según esta, cuando don Quijote encontró a los duques, apenas habían pasado dos meses después que él había acabado las aventuras de la primera parte, ¿cómo, pues, podían los duques haber ya leído, como lo supone la misma narración, esta primera parte impresa? Hace mucho más notable este anacronismo el bachiller Sansón Carrasco, el cual, cuando apenas hacía un mes que don Quijote había sido traído a casa, dice que su historia andaba ya por las manos de todos impresa y reimpresa en varias partes Ya que el autor del Plan y de la Análisis se muestra en varias partes versado en la buena dialéctica, se me permita por una sola vez responderle escolásticamente. Los hechos de la segunda parte se han de suponer acaecidos después de los de la primera, sin más interrupción de tiempo imaginario de la que consigo lleva la narración de la fábula, concedo. Sin más interrupción de tiempo verdadero niego. Pera no difundirnos en una materia que lo pudiera ser de una larga disertación, bastará hacer ver esta diferencia de tiempo imaginario y verdadero en el mejor y más original poema latino, cual es la Eneida. Si los historiadores romanos no nos hubieran descrito y pintado al vivo las hazañas, guerras, victorias y acciones heroicas de los romanos, estos no nos hubieran suministrado asuntos para muchas de las pinturas, estatuas y relieves que adornan nuestras fábricas y galerías. Del mismo modo a los historiadores y poetas griegos fueron deudores los romanos, y por medio de estos los somos nosotros, de la noticia de las cosas de aquella remota nación. ¿Quién hizo tan famosa la guerra de Troya sino Homero? Este gran padre de los poetas más de doscientos años después de aquella remota nación. ¿Quién hizo tan famosa la guerra de Troya sino Homero? Este gran padre de los poetas más de doscientos años después de aquella guerra compuso la Ilíada, que es la historia en gran parte fabulosa, de la conquista de Troya, y por el mismo tiempo, esto es, mas de doscientos años años después de aquella conquista, Dido desembarcó en África, y levantó la nueva ciudad e imperio de Cartago. En el largo espacio de más de dos siglos es natural que, merced a los muchos célebres historiadores y poetas griegos, la historia de esta nación, y en particular la de la guerra de Troya, se hiciera tan común entre las naciones extranjeras, que de ella tomaron asuntos para sus pinturas y estatuas, como los tomamos nosotros de la historia romana. Y así, incendiada Troya, habiéndose embarcado Eneas en Antandro más de doscientos años antes de la fundación de Cartago, no es mucho que cuando llegó a esta ciudad viese en el templo de Juno pintados los más notables sucesos de la guerra de Troya. Allí vio a Príamo, allí a Aquiles, allí a Troilo arrastrado de los caballos de su propio carro, allí el cuerpo de Héctor vendido a peso de oro, allí, en suma, se vio a sí mismo entre los demás príncipes y guerreros troyanos. El largo espacio de tiempo verdadero que medió entre la ruina de Troya y la fundación de Cartago, fue en gran parte necesario para que las naciones extranjeras se hicieran familiar la historia de aquella guerra, y la miraran como objeto digno de admiración, y de eternizarle en mármoles y pinturas. Pero Virgilio, todo aquel largo espacio de tiempo verdadero lo reduce a mucho menos de siete años. Y digo, a mucho menos, porque aunque al fin del libro primero nos dice por boca de Dido, que Eneas en su penosa navegación de Troya a Cartago había gastado siete años. Pero como cuando llegó a aquella ciudad estaban ya pintados en el templo de Juno los sucesos de la guerra de Troya, menester es que la celebridad de esta guerra entre los cartagineses fuera anterior de algunos años a su llegada. En resolución, Virgilio reduce a tres o cuatro años de tiempo imaginario todo lo que acaeció y pudo acaecer en más de dos siglos de tiempo verdadero. Vamos ahora a Cervantes y a su Quijote. La segunda parte de esta fábula salió a luz diez años después de la primera, y así esta en esos diez años pudo muy bien imprimirse, reimprimirse, y andar por las manos de todos, como efectivamente así fue; mas Cervantes todo lo que acaeció y pudo acaecer en esos diez años de tiempo verdadero, lo reduce a uno o dos meses de tiempo imaginario, cuanto medió, según su narración, entre la vuelta de don Quijote de Sierra Morena, y su abocamiento con Carrasco, y el encuentro de los duques, ni más ni menos de como Virgilio reduce a tres o cuatro años de tiempo imaginario todo lo acaecido en más de dos siglos de tiempo verdadero. Y así no es mucho que en la segunda parte del Quijote suponga Cervantes que los duques y Carrasco hubiesen ya leído impresa la primera.

Mas esto, se volverá a replicar, es querer con una nueva palabra de tiempo imaginario excusar una inverosimilitud demasiadamente notable. Porque llámese como se quiera, o verdadero o imaginario el mes, que, según la narración de Cervantes, medió entre la vuelta de don Quijote de Sierra Morena, y el abocamiento con Sansón Carrasco, no será jamás verosímil que en ese mes se imprimiera, reimprimiera, y anduviera por las manos de todos las primera parte de esta fábula. ¿Y por qué no se le hace a Virgilio la misma réplica? Porque, según ella será igualmente inverosímil que en tres o cuatro años después de la guerra de Troya los historiadores y poetas griegos, que aún no habían nacido, hicieran la historia de aquella guerra, tan común entre las naciones extranjeras, que los Cartagineses pintaron en el templo de Juno sus mas notables sucesos. La virtud sobrehumana, que se hace jugar en la fábula, sea verdadera o falsa, sea posible o quimérica, hace pasar por verosímiles sucesos que en lo humano no lo son. La Ilíada y la Eneida están llenas de estas maravillas, atribuidas a las falsas divinidades del paganismo. Y a estas divinidades, dice el mismo autor de la análisis, sustituyó Cervantes en su Quijote los sabios encantadores, los cuales en una noche, en un abrir y cerrar de ojos transportaban un caballero andante de las riberas del Ebro al reino de Candaya. ¿Por qué, pues, se ha de tener por inverosímil que el sabio encantador, amigo de don Quijote, en un mes hiciera imprimir, reimprimir, y andar por las manos de todos la historia del héroe su favorito? ¿Y no es esta la respuesta, con que el mismo Cervantes, por boca de don Quijote, previno este tan ponderado anacronismo? Cuando don Quijote oyó decir que su historia andaba impresa por las manos de todos, dijo: «que debía de ser algún sabio encantador del autor de su historia». Y poco después da la razón, «porque aún no estaba enjuta en la cuchilla de su espada la sangre de los enemigos que había muerto» [42]. Yo a la verdad no me atrevería a oponer a Cervantes objeciones que él mismo previno, algunas de las cuales, por frívolas y ajenas de una fábula, despreció, a otras directa o indirectamente respondió.

El día siguiente (según el Plan 31 de octubre) el duque le dice a Sancho que se prepare para ir a tomar posesión de su gobierno. Esto, no obstante, Sancho partió la tarde del mismo día, «en lo que faltó Cervantes, dice el autor del Plan, a la verosimilitud, pues el mismo día había dicho el duque que no le había de enviar hasta el día siguiente, y no se alega causa ninguna de esta mudanza o aceleración» [43]. El duque no dijo a Sancho que no le había de enviar al gobierno hasta el día siguiente, porque esta es una frase imperiosa con resabios de amenaza o de castigo, sino simplemente le dijo: «que se aliñase y compusiese para ir a ser gobernador» [44]. Inmediatamente don Quijote se llevó a Sancho a su cuarto, y le dio primero de palabra, y después por escrito, aquellos tan sabios consejos para bien gobernar. Después de comer se le cayó a Sancho del bolsillo, sin que él lo advirtise, el papel en que estaban escritos estos consejos. Recogióle el duque, se retiró con la duquesa a leerle, y en esta conferencia es natural que resolvieran enviar a Sancho al gobierno aquella misma tarde, por la fuerte razón de que si se le enviaba la mañana siguiente, no llegaría a tiempo de poderse representar en el mismo día la función del recibimiento, la ceremonia de la posesión del gobierno, la comedia de los juzgados, y la de la comida con la asistencia del doctor Pedro Recio. Toca al discreto lector de una fábula suplir algunas razones y circunstancias de los hechos, las cuales ni quitan ni añaden nada a la estructura y belleza de aquella, principalmente en materias de ninguna importancia en una fábula, cual es in capite libri la cronología. Cuando Sancho se sentó en la silla del juzgado se hizo explicar la inscripción que vio escrita en la pared de enfrente de la sala, que decía así: «Hoy día a tantos de tal mes y de tal año tomó posesión de esta ínsula el señor don Sancho Panza» [45]. Sancho, como ya notamos en otra parte, no hizo determinar el día, mes y año de su posesión, porque no sabía en qué día se estaba, ni tampoco lo determinó Cervantes, para dar a entender a los críticos, mal que les pese, que no quería sujetar su fábula a una exacta y puntual cronología, cual, a pesar suyo, se la quiere meter en el cuerpo el autor del Plan. En una historia verdadera, sin la noticia de los lugares y tiempos en que acaecieron los hechos que se narran, se forma de ellos una idea confusa, desordenada y casi inútil. Pero en una fábula, el lector discreto, con tal que no se le choque con contradicciones e imposibilidades, que a primera vista salten a los ojos, solo busca lo ingenioso de la invención, la propiedad de los caracteres, lo elegante del estilo, y el natural e ingenioso enlace y desenlace de las tramas, sin cuidarse del lugar y tiempo en que acaecieron los hechos, porque sabe que en ninguna parte del mundo acaecieron jamás. Y tengo para mí que la primera vez que el autor de la Análisis y del Plan leyó al Quijote, si alguno le hubiera interrumpido para hacerle notar que la fecha de la carta de Sancho no concuerda con la de los pollinos, le hubiera desechado de sí con enojo, porque con tan frívolos reparos le rompía el hilo de tan gustosa lectura. Aún los límites de tiempo y de lugar, que se le han querido poner a la comedia, se demuestra en el capítulo Iº de la cuarta parte de las Investigaciones músicas cuan insubsistentes son u casi quiméricos. Un cierto crítico, presumido de severo juez de la pintura, estaba un día observando con un microscopio los cuadros mosaicos que adornan la basílica de san Pedro en Roma. Y, preguntándole un amigo qué hacía, «estoy, respondió el crítico, observando las junturas de las piedrezuelas que forman estas bellas pinturas». Esto, ni más ni menos, es buscar una cronología de años meses, días y horas en una fábula.

Estando Sancho a la mesa el día que llegó a su gobierno, en la cual el doctor Pedro Recio no le dejó probar bocado, recibió una carta del duque fecha el 16 de agosto a las cuatro de la mañana. «Dos anacronismos, dice nuestro crítico, comete aquí Cervantes; el primero contra la cronología de su fábula, pues según ella, la carta debía tener la fecha de 31 de octubre; y el segundo respectivo a la carta de Sancho, escrita a su mujer, pues esta, que se escribió el día antes, tenía la fecha de 20 de julio» [46]. Nuestro crítico no pudo jamás hacerse cargo de que las aventuras, que forman el bello cuadro del Quijote, no tienen junturas cronológicas, según el usual calendario. La fecha 16 de agosto a las cuatro de la mañana, sin nota de año, por si misma está diciendo que es una fecha burlesca, puesta caprichosamente en una carta cómica escrita a un simple, gracioso si, pero ignorante de cuatro suelas, que, como en otras partes notamos, probablemente no sabía en que día del mes 6 del año se estaba. Solo tiene cuenta Cervantes en esta y en todas las demás fechas y épocas que determina, de suponer a don Quijote y Sancho en campaña en tiempo de verano. ¿Y cómo puede decir nuestro autor que Cervantes peca contra la cronología de su fábula, si la fábula de Cervantes no tiene verdadera cronología? Hubiera dicho la verdad diciendo: «Cervantes peca contra mi cronología». Pero de este pecado no tiene la culpa Cervantes, sino la madre que le parió dos siglos antes que saliera a luz esta cronología. En orden al segundo anacronismo, me parece que el autor del Plan se equivoca suponiendo que la carta del duque fue escrita el día después de la de Sancho. Sigamos la cronología del plan. El 29 de octubre fue la montería. Y el mismo día, después de haber comido en campaña, vino Merlín a imponer a Sancho la penitencia de los tres mil y trescientos azotes, que se debía dar, para desencantar a Dulcinea. Al amanecer del día siguiente 30 de octubre volvieron todos al palacio de los duques. Y aquella misma mañana del 30 Sancho mostró a la Duquesa la carta que tenía escrita a su mujer Teresa Panza. Por la noche de este día 30 fue la aventura de la Trifaldi. Y el día siguiente 31 Sancho partió para su gobierno, adonde llegó el día siguiente primero de noviembre. Y este día, estando a la mesa, recibió la carta del duque. Luego aún cuando supongamos que Sancho se hizo escribir su carta el mismo día 30, en que la mostró a la duquesa, el duque no escribió la suya hasta dos días después. Mas que nos cansamos en estas combinaciones o cavilaciones cronológicas, cuando la misma fecha del duque, a las cuatro de la mañana, en vez de la nota del año, el no llevar fecha ninguna las otras cartas, de la duquesa a la mujer de Sancho, de don Quijote a Sancho, de Sancho a don Quijote, de la mujer de Sancho a su marido, y a la duquesa, y la inscripción de la sala del juzgado: día tantos de tal mes, y de tal año, nos están metiendo por los ojos la intención de Cervantes de no haber querido sujetar su fábula a un plan cronológico arreglado por el usual calendario. Lo cual a él le hubiera enredado, y detenido el ímpetu del genio, y a nosotros nos hubiera inútilmente cansado. Dos solas precauciones usó, y parece que con espíritu profético, la una de poner todas las fechas y épocas que puso en tiempo de verano, para precaver la inhumanidad del autor del Plan, que había de querer hacer viajar a don Quijote y Sancho por los andurriales de Aragón y Cataluña en tiempo de invierno. La otra de poner en una de las fechas de la segunda parte del año 1614, a fin de que no se refiriera la acción a los años anteriores al 1605, en que se publicó la primera parte, y precaver con esto el palpable anacronismo que le había de querer hacer cometer el autor del Plan, con suponer en la misma acción sucesos notoriamente posteriores al 1605.

Yo supongo al lector fastidiado de mascar tantas migajuelas cronológicas, que quitan ni ponen nada en la estructura y belleza de esta fábula. Por tanto, omitidas otras más imperceptibles aún que las dichas, ceñiré mi discurso a otros dos errores, que el autor del plan le nota a Cervantes, el uno cronológico y el otro geográfico. Y comenzando por el error geográfico, dice nuestro autor, «que el mismo día primero de noviembre, que llegó Sancho a su gobierno, despachó la duquesa un paje con la carta de Sancho para Teresa Panza»; y «que al mediodía del 10 de noviembre llegó de vuelta el paje que había ido a casa de Sancho, cosa muy inverosímil, que en tan corto tiempo pudiese haber ido y vuelto desde las orillas del Ebro hasta Argamasilla de Alba» [47]. Del uno al diez, contando el primero y el último, hay diez días. Mas, porque este común modo de contar no suele ser del gusto de nuestro autor, contemos solo del primero al 10, nueve días. Mas yo no sé si las ganas de hallar en el Quijote yerros cronológicos y geográficos le habrán hecho contar al autor del plan estos nueve o diez días por seis, diciendo dos párrafos antes «que en seis días, cuando más, va el paje al lugar de don Quijote, se detiene en él casi un día, y vuelve con la respuesta, lo que no pudo ser , estando el lugar de don Quijote en la Mancha junto al Toboso, y el palacio de los duques en Aragón a las orillas del Ebro» [48]. Pero en fin, todos somos hombres, y no solo Cervantes comete inconsecuencias y contradicciones cronológicas, sino también el que se las nota. Vamos ahora al viaje del paje. Démosle solamente nueve días, y uno de detención en casa de Sancho, con que habrá gastado cuatro días en ir del palacio de los duques al lugar de don Quijote, y cuatro en volver. El autor no nos dice, ni nos podía decir, cuanto distaba el palacio de los duques del lugar de don Quijote, porque ni uno ni otro se sabe donde estaban. Solo se conjetura de la narración de Cervantes de aquel palacio estaba en Aragón de la otra parte del Ebro, y el lugar de don Quijote cerca del Toboso o de Argamasilla de Alba. Supongamos el palacio en las cercanías de Caspe de la otra parte del Ebro, o en las de Bujaralóz. De estas cercanías a las del Toboso la escala del mapa, que nos presenta el autor, apenas nos da sesenta leguas de las de veinte por grado terrestre, las cuales, de las comunes de diecisiete y media por grado, apenas serán cincuenta. ¿Y juzga nuestro autor que un joven con un buen caballo, de los que sin duda habría en la caballeriza del duque, a la ligera, y con la prisa que le habría dado la duquesa para ver en breve el fin de esta escena, no habría podido hacer de catorce a quince leguas por jornada? Nuestros correos ordinarios hacen mas. Solo pudo darse el caso, para que se verificara la imposibilidad, que pretende nuestro autor, que don Quijote, en los días que se detuvo en el palacio de los duques, fuera al picadero con Rocinante, y aprendieran de este los caballos del duque a caminar.

El supuesto error cronológico consiste en decir Cervantes que don Quijote y Sancho llegaron a la playa de Barcelona la noche o la mañana de san Juan, habiendo efectivamente llegado, según el plan, el 30 de noviembre. Estos noviembres, octubres y diciembres con que nuestro autor arregla su Plan cronológico, ya hemos dicho más de una vez cuan inverosímiles son, y cuan contrarios a la declarada intención de Cervantes. Veamos ahora que razón pudo este tener para hacer que don Quijote y Sancho se hallaran en la playa de Barcelona la mañana de san Juan. Se ve claro que quiso sorprenderles con un espectáculo, de que no tenían rastro de idea, con el espectáculo, digo, de una marina alegre, apacible y festiva, con todos los arreos con que por una parte la naturaleza, y por otra la humana magnificencia, la podían adornar. Es digna de leerse la descripción que hace Cervantes de aquella marina la mañana que se hallaron en ella don Quijote y Sancho. Llegaron, dice, a esta playa la víspera de S. Juan por la noche, «quedóse don Quijote esperando el día así a caballo como estaba, y no tardó mucho cuando comenzó a descubrirse por los balcones del oriente la faz de la blanca aurora, alegrando las yerbas y las flores, en lugar de alegrar el oído; aunque al mismo instante alegraron el oído el son de muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles, trapa, aparta, aparta de corredores que al parecer de la ciudad salían. Dio lugar la aurora al sol, que con un rostro mayor que el de una rodela por el más bajo horizonte poco a poco se iba levantando. Vieron don Quijote y Sancho las galeras que estaban en la playa, las cuales abatiendo las tiendas se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento, y besaban y barrían el agua. Dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos; comenzaron a moverse y hacer un modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondiendo casi al mismo modo infinitos caballos y con vistosas libreas salían. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, solo tal vez turbio del humo de la artillería, parecía que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes» [49]. Dejo a la discreción del lector el juzgar si una tan florida, alegre y vistosa marina se podía presentar a la vista de don Quijote y Sancho la víspera del árido y riguroso diciembre; si podía en ese día la blanca aurora alegrar la yerbas y las flores, estar jocunda la tierra, y sosegadas las aguas, y si las galeras podían en ese tiempo estar armadas y prontas para salir al corso, en que apresaron el bergantín argelino, cuyo Arráez era la hermosa Ana Félix disfrazada de turco, hija del morisco Ricote. Y no contento con esto el fecundo ingenio de Cervantes añadió haber sido aquella mañana la mañana de san Juan, en la cual en aquellos tiempos los pueblos de la marina concurrían a la playa a solazarse con músicas, bailes, pastos marinescos y otros regocijos. Tales son las circunstancias con que el genio inventor debe adornar, animar y hacer resaltar las escenas de una fábula, sin atenerse a la material y árida cronología de meses, días y horas, imperceptible y despreciable a los ojos del lector, que no busca en una fábula sino el embeleso y lo ingenioso y bien pensado de la invención. Hubiera dado que reír Cervantes, si a tenor de nuestro Plan cronológico hubiera hecho en el 30 de noviembre una tan amena, florida y hermosa pintura de la marina de Barcelona. Estas son de aquellas inverosimilitudes que saltan a los ojos, y que evitar debe el inventor de una fábula. Y este despropósito, en que el autor del Plan hubiera querido hacer incurrir a Cervantes, lo precavió su sagaz genio, haciendo hacer a don Quijote y Sancho este viaje en la primavera, que primavera es propiamente, no estío, el verano.

El escrupuloso ingenio del autor del Plan en la carta del duque, notó dos anacronismos, el uno absoluto, por llevar la tal carta la fecha de 16 de agosto, y el otro respectivo a la carta de Sancho, escrita, según dice, el día antes (aunque no es así) con la fecha de 20 de julio. Mas parece que a nuestro autor, a fuerza de calcular anacronismos, al llegar al fin de su plan, se le había secado ya la vena cronológica, pues en la llegada de don Quijote y Sancho a la playa de Barcelona, solo nota el anacronismo absoluto de haber Cervantes puesto la víspera de san Juan a 29 de noviembre, y se le pasa por alto el anacronismo respectivo a la octava del corpus, en cuya octava sucedió la aventura de los farsantes. Esta aventura se halla en el plan cronológico a los 6 de octubre, y la llegada a la playa de Barcelona, como hemos visto, a los 29 de noviembre. Luego nuestros aventureros desde la octava del corpus, hasta la mañana de san Juan estuvieron en camino cincuenta y cuatro días. Y añadiendo los siete de aquella octava, Cervantes hace caer el corpus sesenta y un días antes de san Juan, lo que no puede ser, como se demuestra transportando estas festividades a su tiempo. Para que el corpus fuera sesenta y un días antes de san Juan, el corpus debiera ser a los 24 de abril, y pascua a 21 de febrero, lo que es imposible, porque la pascua debe ser el domingo después del plenilunio de marzo. Luego Cervantes cometió el anacronismo respectivo de haber hecho preceder el corpus sesenta y un días a la fiesta de san Juan. Y este anacronismo es mucho más notable que el de la fecha del duque, por hallarse, no en una carta de personaje de comedia, sino en la misma narración de Cervantes.

¿Y será bien que quien no ha querido pasar por los anacronismos notados de críticos de más ingenio y erudición de la suya, uno nos invente él mismo sin solución? Veamos si la podemos hallar. La aventura de la carreta de los farsantes, o debía Cervantes dejársela en el tintero, lo que hubiera sido una lástima, o ponerla en la octava del corpus, porque solamente en esta octava iban aquellas carretas de lugar en lugar a representar los autor sacramentales. Mas porque Cervantes diga que este encuentro fue en la octava del corpus, no por esto se debe entender que fue ocho días después de aquella festividad, porque todos aquellos ocho días se llaman octava del corpus. Efectivamente, todos esos ocho días iban aquellas carreteras de lugar en lugar, y representaban su auto un día en un lugar, otro en otro, y aun el mismo día del corpus, como me acuerdo haberlo visto representar, siendo niño, sobre un tablado levantado en la plaza de la catedral de mi patria, poco antes de salir la procesión. Por tanto, a los cincuenta y cuatro días, que desde la aventura de los farsantes hasta la víspera de san Juan tiene nuestro autor en camino a don Quijote y Sancho, para salvar la narración de Cervantes no hay necesidad de añadir los siete días de la octava del corpus. Pero aún de esos cincuenta y cuatro días hemos de hacer un desfalco. Siempre que Cervantes nota un cierto número de días, el autor del plan excluye de la cuenta el primero, o, lo que es lo mismo, los toma por días completos de veinticuatro horas cada uno, en lo cual se aparta del común modo de explicarse en nuestra lengua. Así, por ejemplo, hablando en jueves se dice: «de aquí a ocho días, refiriéndose al jueves siguiente. Y ocho días ha, refiriéndose al pasado. Y en España se dice que el reo condenado a muerte está tres días en la capilla, no obstante que apenas está cuarenta y cinco o cuarenta y seis horas. Contra este común modo de explicarse cuenta nuestro autor los cuatro días que don Quijote y Sancho se detuvieron en casa de don Diego Mirando. Los tres que estuvieron con Basilio y Quiteria» [50]. Los seis que tardó la montería con que los duques obsequiaron a don Quijote. De modo que nuestro autor no le deja jamás usar a Cervantes de la figura aprobada por todos los gramáticos y retóricos: inceptum pro completo. Según esto, sin escrúpulo de contravenir a la narración de Cervantes, podemos rebajar aquellos cincuenta y cuatro días a cuarenta y ocho días, o cuarenta y siete, y suponer que tantos días, y no más, precedió la fiesta del corpus a la de san Juan. Transportemos ahora estas festividades a la primavera, en que se celebran, y en donde las pone Cervantes. Para que el corpus fuera cuarenta y siete, o cuarenta y ocho días antes de san Juan, el corpus debiera haber sido a siete u ocho de mayo, y la Pascua a siete u ocho de marzo, lo que no puede ser antes del catorce o quince, y la Pascua ha de ser posterior a este plenilunio. ¿Será, pues, preciso confesar que Cervantes cometió el anacronismo respectivo de anticipar el corpus a san Juan mas de lo que se puede anticipar? Par diez que la hemos hecho buena, después de haber sudado tanto en purgar a Cervantes de los anacronismos que se le imputan, su mismo apologista le echa en cara uno sin respuesta, y tan palmar como es no saber cuanto hay del corpus a san Juan. Aquí si que el lector pudiera hacerle cargar al apologista con los arreos del rucio. Mas no quiero pasar por esta vergüenza. Ayúdame tú, erudición recóndita, que con cuatro cálculos y un poco de recóndita erudicioncilla a cualquiera inocente lector se le echa el polvo en los ojos.

En la corrección gregoriana del calendario viejo, hecha en el año 1582, se le quitaron al años diez días. Santa Teresa, que es a 15 de octubre, mandó Gregorio XIII que se anticipase al 5, y que el 5 se contase por 15. En secuela de esto en el calendario nuevo posterior a aquella corrección, todas las festividades del año se anticiparon diez días respecto al calendario viejo. Restituyamos, pues, al año los diez días que se le quitaron en aquella corrección. La Pascua, que por el antecedente cálculo arreglado al calendario nuevo debiera haber sido a los 7 u 8 de marzo, en el calendario viejo hubiera sido a los 17 o 18, y suponiendo el plenilunio a los 14 o 15, el 17 o 18 pudo ser domingo de Pascua. Y cátate ahí sana y salva de todo anacronismo la distancia del corpus a san Juan, que resulta de la narración de Cervantes. Según eso, se me dirá la cronología que entabló Cervantes en el Quijote, se habrá de suponer arreglada por el calendario viejo. Si tal cronología entabló, como lo supone el autor del Plan, fue sin duda arreglada por el calendario viejo, porque él compuso el Quijote en la cárcel de Argamasilla, en donde sus vecinos, por ciertos chismes de lugarejo, le tuvieron mucho tiempo, y él les pagó este tratamiento con eternizar la memoria de la hidalguía manchega. Y como hacía pocos años que se había hecho la corrección gregoriana, es natural que en aquella cárcel no hubiera sino algún calendario viejo pegado con pan mascado a la pared. Verdad es que la distancia del corpus a san Juan está n la segunda parte, la cual escribió Cervantes diez años después fuera ya de aquella cárcel. Pero como el autor del plan nos da por asentado que la cronología de la segunda parte es hilo del mismo ovillo del de la primera, es preciso confesar que la distancia del corpus a san Juan, aunque está en la segunda parte, es secuela de la cronología de la primera, arreglada por el calendario viejo de la cárcel de Argamasilla. Ta, ta, se me replicará que hay que acomodar otros trebejos. Es cierto que la Pascua debe ser el domingo después del plenilunio de marzo. Pero también lo es que este plenilunio debe ser posterior al equinoccio. Y el equinoccio es a 21 de marzo. Luego el 17 o 18, aunque fuese posterior al plenilunio, siendo anterior al equinoccio, no podía ser domingo de Pascua. Mucho se me aprietan la clavijas, pero el hilo de mi apología no por esto se romperá. Oígame el replicador: antes de la corrección gregoriana el equinoccio se ponía en el calendario viejo diez días después de haberlo sido. Se ponía a los 21 de marzo, y el verdadero equinoccio había ya sido a los 11, y aún por eso en aquella corrección para conservarlo en el 21 en que lo había puesto el Concilio Niceno, se le quitaron al año diez días, y el 11 se convirtió en 21. Por tanto el 17 0 18 de marzo del calendario viejo fue posterior al verdadero equinoccio, y si lo fue también al plenilunio, pudo ser Domingo de Pascua. Mas Cervantes, se volverá a replicar, si entabló su cronología por el calendario viejo de la cárcel de Argamasilla, habrá visto en él puesto el equinoccio a los 21 de marzo; luego no pudo suponerlo a los 11. Esta contrarréplica es muy gloriosa para Cervantes, porque resultando de su narración que en el año que don Quijote y Sancho llegaron a la playa de Barcelona, la Pascua debía ser a los 17 o 18 del calendario viejo, él supuso el equinoccio en el mismo día 11, a que, haciéndole contar por 21, le transportó la corrección gregoriana. Y este conocimiento lo habría sin duda adquirido en tierra de moros, en donde estuvo cautivo algunos años, y allí habría aprendido de los astrónomos árabes, que fueron tan famosos, mas astronomía de la que sabían los facedores de nuestros calendarios viejos. Y si quiere ahora el curioso lector un jugoso compendio de la cronología del tercer viaje de don Quijote, mas conforme a la narración de Cervantes que la del plan cronológico, y fundada en la tan importante fecha de los pollinos, hélo aquí: todas las fiestas, que en este tercer viaje supone Cervantes, son de la primavera. Traído pues don Quijote a casa de Sierra Morena en el mes de septiembre, como resulta de la irrefragable fecha de los pollinos, pasó el siguiente otoño y el invierno como si tal hombre no hubiese en el mundo, parte en la cama, parte a la chimenea, recobrando el calor natural, y las fuerzas perdidas en las pasadas andanzas. Llegada la primavera, y restablecido en su natural enjuta y recia complexión, estuvo aún casi un mes sin hablar de sus manías, hasta que en la visita, que le hicieron el cura y el barbero para hacer experiencia de si había vuelto en su entero juicio, como lo creían el ama y la sobrina, comenzó a desbarrar. Acabaron de rematarle Sancho y el bachiller Sansón Carrasco, el cual le aconsejó ir a las justas que se debían tener en Zaragoza en abril por la fiesta de san Jorge, patrón del reino de Aragón. Pero porque estas justas, por haber caído el rey gravemente enfermo, se difirieron para la fiesta de san Jaime, patrón de toda España, don Quijote no se dio prisa a salir hasta los principios de mayo. El día 8 de este mes, segundo de la octava del corpus, encontró la carreta de los farsantes. En los cuarenta y seis días siguientes acabó las aventuras contenidas en la segunda parte de su historia, y la noche del 23 de junio, víspera de san Juan, llegó a la playa en Barcelona.

Me figuro al lector entre el enfado y la risa al verme engolfado en estos cronológicos o paralogísticos cálculos, en cuyo lugar hubiera tal vez querido ver concordado el día de san Juan con la fechas de Sancho y del duque, la una de julio, y la otra de agosto, según las cuales parece que julio y agosto baten la vanguardia a junio. A no ser que en el tiempo imaginario sea también lícito trastornar el orden de los meses. Espero que el lector me abonará los sobredichos cálculos, cuando sepa, que los he hecho para hacer ver con cuanta facilidad de dos o tres presupuestos arbitrarios o dudosos se levanta una polvareda de cálculos, que a los mismos hombres de vista perspicaz no les deja ver la luz del mediodía. Por lo demás, dejamos ya dijo cual peso se deba dar a las burlescas fechas de Sancho y del duque en una comedia, en la cual Sancho representaba el papel del gobernador ignorante y simple, que no sabía en que día se estaba. Y el duque era el inventor de las tramoyas, y tanta fe quiso que se diera a la primera parte de su fecha «a 16 de agosto», como a la segunda «a las cuatro de la mañana». Y, volviendo al principio, de donde partimos en el examen del Plan cronológico, los años, meses y días de una fábula son tan imaginarios como la misma fábula. Y el querer sacar de ella un plan cronológico, ajustado al usual calendario, es agujerear el agua para pescar cotufas en el golfo.

Tuve que dar la razón a un amigo, el cual me dijo que cuando leyó la Análisis del Quijote, no obstante de haber admirado el ingenio, erudición y refinada crítica de su autor, al ver la prolijidad con que se les van contando a don Quijote y Sancho los pasos, los bocados, los días, horas y minutos, le escaparon de la mano las riendas de la paciencia. Yo no pretendo, me dijo, que el Quijote no tenga sus lunares; pero como dice el mismo Cervantes, por boca de don Quijote, hablando de los que ya entonces se los quisieron notar, «quizá podría ser que lo que a ellos les parece mal, fuesen lunares que a las veces acrecientan la hermosura del rostro que los tiene» [51]. Con efecto, tales hemos visto que son casi todos los que en el plan cronológico se notan como anacronismo, sin los cuales le hubiera sido necesario a Cervantes suprimir del todo algunas aventuras, y despojar otras de las mas brillantes circunstancias. Otros lunares o descuidos son tales, que el embeleso no se los deja advertir al lector ingenuo. El autor de la Análisis los atribuye al haber Cervantes compuesto su fábula con demasiada prisa, y no haberla revisto y corregido despacio. Y podía haber corroborado esta excusa con la pobreza de Cervantes, de la cual repetidas veces nos habla en su vida, pues con respecto a ella parece que Carrasco le dice a don Quijote, que cuando el autor de su historia habrá hallado lo que va buscando para escribir la segunda parte, «la dará luego a la estampa, llevado más del interés que de darla se le sigue, que de otra alabanza alguna. A lo que dijo Sancho, ¿al dinero y al interés mira el autor? Maravilla será que acierte, porque no hará sino herbar, herbar como sastre en vísperas de Pascua; y las obras que se hacen apriesa, nunca se acaban con la perfección que requieren» [52]. De esta respuesta de Sancho claramente se colige, que lo de haber Cervantes compuesto el Quijote demasiada priesa fue una de las primeras críticas que se le hicieron a la primera parte, y los modernos, porque no se les echara en cara lo de crambem recoquere, podían haber dejado de inculcarla, como repetidas veces la inculca el autor de la Análisis. Mas también se ve el poco caso que de ella hizo Cervantes en la segunda parte, sabiendo bien que si hubiera corregido algunos descuidos, le hubieran escapado otros, que obra perfecta no ha salido ni saldrá jamás de ingenio humano. En particular de los supuestos anacronismos, si mil veces hubiera visto, corregido y retocado su fábula, y nueve años, según el consejo de Horacio, la hubiera tenido sobre el bufete antes de publicarla, apenas hubiera corregido uno, porque de los más de ellos depende la sustancia de unas escenas, y la belleza de otras. Y, en fin, me añadió el amigo, aun cuando Cervantes hubiese cometido los errores que se le achacan, el pasarlos en tan rigurosa revista, juntarlos y extraerlos de tan bello cuadro para formar de ellos una perspectiva de puras sombras, si no es querer hacer pompa de erudición y de crítica, es por lo menos apartarse del ejemplo del padre de los críticos Horacio, el cual, hablando determinadamente de todo género de fábulas, dice: Non ego paucis offendar maculis [53], y a quien no ofenden pequeños defectos, no se para, no se relame en ellos, mucho más cuando la mayor parte de los lectores no da en ellos, y los que tienen ingenio para notarlos, lo deben también tener para suplir en los hechos tales circunstancias, que hagan desvanecer sus propios reparos. Nadie mejor que Horacio pudo notar, y notó sin duda uno por uno los descuidos de Homero en sus dos poemas de la Ilíada y de la Odisea; pero lejos de hacer pomposa ostentación de su crítica, formando de ellos un cuadro de sombras, enseñó a los críticos lo que en general deben decir de los defectos de las obras grandes: quandoque bonus dormitat Homerus, sin dar ocasión a los medianos o envidiosos ingenios de exponer, por defectos casi imperceptibles, al común desprecio del vulgo las obras más originales. Y no sé, concluyó, como apartar de la imaginación la sospecha de que el autor de la análisis, con presentar un exacto y corregido Plan cronológico, y un puntual itinerario de las aventuras y viajes de don Quijote, con los sitios determinados de cada aventura, se propuso de engañar a los lectores, que no tengan la paciencia de confrontar su plan y su itinerario con la narración de Cervantes, y ver que en el Quijote no hay tal Plan, ni tal itinerario. Alto allá, le interrumpí yo entonces, que las prendas de ingenio y las nobles dotes del ánimo de que fue dotado el autor de la Análisis, a cuantos le conocimos y tratamos familiarmente nos son tan notorias, que esa vuestra sospecha nos ofende. Antes bien, la admiración y el sumo aprecio que hacia el Quijote le transportaron a querer  hallar en él dos materiales perfecciones que no tiene, y de que, siendo fábula, no necesita.

  1. Don Lazarillo Vizcardi: sus investigaciones músicas con ocasión del concurso a un magisterio de capilla vacante, Madrid: M. Rivadeneyra, 1872-1873.
  2. Don Quijote, I, 13.
  3. Gregorio Mayans y Siscar, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, p. 294.
  4. Don Quijote, II, 3. 
  5. Marcial, libr. II, 77, vv. 7-8.
  6. Don Quijote, II, 41.
  7. Vicente de los Ríos, Análisis del Quijote, p. 147
  8. Horacio, Epístola a los Pisones, v. 359.
  9. Don Quijote, I, 42.
  10. Don Quijote, I, 38.
  11. Don Quijote, II, 59.
  12. Don Quijote, II, 58.
  13. Don Quijote, II, 59.
  14. Don Quijote, II, 24.
  15. Don Quijote, I, 31.
  16. Don Quijote, I, 4.
  17. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 158.
  18. Don Quijote, II, 36.
  19. Don Quijote, II, 41.
  20. Don Quijote, II, 41.
  21. Don Quijote, II, 34.
  22. Don Quijote, I, 31.
  23. Vicente de los Ríos, Análisis del Quijote, p. 150.
  24. John Locke, An Essay Concerning Human Understanding, Menston, Scolar Press, 1970 (facsímil de la primera edición, Londres: T. Basset, 1690), libr. I, cap. 7, p. 54.
  25. Virgilio, Eneida, libr. I, vv. 157-159.
  26. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 154.
  27. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 146.
  28. Eximeno se refiere a las variantes añadidas a la edición de Madrid de 1780, tomo II, p. 22.
  29. Don Quijote, I, 43.
  30. Don Quijote, I, 52.
  31. Don Quijote, II, 1.
  32. Don Quijote, II, 2.
  33. Don Quijote, II, 3.
  34. Don Quijote, II, 4.
  35. Don Quijote, II, 7.
  36. Don Quijote, II, 19.
  37. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 157.
  38. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 158.
  39. Don Quijote, I, 7.
  40. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 159.
  41. Don Quijote, II, 4.
  42. Virgilio, Eneida, libr. II, v. 97.
  43. Don Quijote, II, 3. 
  44. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 159.
  45. Don Quijote, II, 42.
  46. Don Quijote, II, 45.
  47. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 160.
  48. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 160.
  49. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 160.
  50. Don Quijote, II, 61.
  51. Vicente de los Ríos, Plan cronológico, p. 161.
  52. Don Quijote, II, 3.
  53. Don Quijote, II, 4.
  54. Horacio, Epistola ad Pisones, vv. 351.