William Wordsworth (1770-1850), el gran poeta inglés considerado padre del Romanticismo, y el «Prólogo» a sus Baladas líricas, texto teórico-programático publicado en la segunda edición de la obra, en 1800, constituyen un referente de la transformación literaria europea en los albores del Romanticismo. El breve texto (de unas 60 páginas en sus primeras ediciones), supone una fortísima enmienda a un tipo de poesía que el autor considera artificiosa, retorizada y fría, de mera «dicción poética» identificable con las corrientes neoclásicas setecentistas. En este manifiesto se aboga por una palabra poética cercana, cálida y surgida de la emoción, que apunta de forma inequívoca a la sensibilidad romántica. En este sentido, la tesis fundamental del texto queda resumida en su celebérrima definición de la poesía como «the spontaneous overflow of powerful feelings» («el desbordamiento espontáneo de sentimientos poderosos», 1828: 252), que terminó convirtiéndose en síntesis y consigna del credo literario romántico.
Su importancia radica en la dimensión adquirida por el texto como punto de inflexión en lo relativo a una triple vertiente: la psicología creadora, el modo de comprensión del texto por parte del lector y la lógica constitutiva y de atribución de valor que, en términos generales, regían la poesía en aquel momento, punto de intersección entre los siglos XVIII y XIX. Todo conduce a entender el «Prólogo» como una refutación del concepto más clásico de gusto (e incluso de arte), marcados generalmente por las ideas de equilibrio, armonía, respeto por la tradición y, sobre todo, subjetividad restringida. Así pues, puede ser interpretado como la vindicación de un concepto nuevo de gusto, pues sugiere el establecimiento de unas otras coordenadas, bien diferenciadas de las clasicistas, en lo que respecta a las relaciones y expectativas entretejidas entre autores, lectores y textos.
Prueba de ello podría ser la recapitulación que hace Wordsworth cuando ya ha quedado expuesta buena parte de su teoría.Tras repetir la definición de poesía antes expuesta («the spontaneous overflow of powerful feelings»), añade un fragmento que rara vez se cita y que, sin embargo, enlaza con la perspectiva que aquí se pretende seguir: «[…] it takes its origin from emotion recollected in tranquility» («tiene su origen en la emoción recogida en la tranquilidad», 1828: 257).
El propio autor alude a esta circunstancia cuando habla de su resistencia a publicar estas páginas preliminares (de hecho, la primera edición de Baladas líricas, publicada en 1798 de forma anónima, no incluía dicho documento introductorio). La razón fundamental era que en cierto modo le parecía deshonesto escribir un prefacio que pareciera querer justificar ante el lector la novedad estética de sus poemas, pues esto era algo que estos deberían hacer por sí mismos. Sin embargo, la segunda razón apuntaba a que, para explicar por entero sus visiones poéticas, necesitaría de un espacio mucho mayor del que solía atribuirse a esos textos introductorios. Y es que
[...] para tratar el tema con la claridad y coherencia de que creo que es susceptible, sería necesario dar cuenta completa del estado actual del gusto público en este país y determinar hasta qué punto este gusto es sano o depravado, lo cual, por otra parte, no podría determinarse sin señalar de qué manera el lenguaje y la mente humana actúan y reaccionan entre sí, y sin seguir las revoluciones no solo de la literatura sino también de la sociedad misma (1828: 251) (1).
De este modo, junto a los asuntos con que suele resumirse el contenido del texto (reivindicación de lo espontáneo y emotivo, preferencia por temas populares, defensa de un lenguaje sencillo, al punto de poner en tela de juicio la distinción entre prosa y verso, etc.), el prefacio también se caracterizaría por reformular los presupuestos, premisas y proyección social del arte del siglo XVIII. Así, por ejemplo, la reiterada primacía de la emoción se concreta en una suerte de discernimiento superior, inalcanzable no solo para el conocimiento científico, sino también para la poesía que no tiene como eje fundamental la emoción del poeta. De este modo, informa al lector de que el propósito del poema consiste en
[...] Ilustrar la manera en que nuestros sentimientos e ideas se asocian en un estado de excitación. Pero hablando en un lenguaje menos general, es para seguir los flujos y reflujos de la mente cuando se agita por los grandes y simples afectos de nuestra naturaleza (1828: 252) (2).
La poética de Wordsworth, por tanto, y a pesar de las simplificaciones a las que se presta la lectura literal de su definición de la poesía, no es ni una liberación incontrolada de las emociones, ni una vuelta a una suerte de entusiasmo platónico (también simplificado). Lo que realmente propone es una reconfiguración del conjunto de los presupuestos del sistema literario en función de la primacía de la emoción y en detrimento de factores normativos, elitistas y tradicionales. Es de este modo como cabe entender cabalmente (e integrarlo de forma global) su concepción de lo que es un poeta:
Es un hombre que habla a los hombres: un hombre, es cierto, dotado de una sensibilidad más viva, de más entusiasmo y ternura, que tiene un mayor conocimiento de la naturaleza humana, y un alma más completa, de lo que se supone que es común entre la humanidad; un hombre complacido con sus propias pasiones y voliciones, y que se regocija más que otros hombres en el espíritu de vida que hay en él (1828: 254) (3).
El poeta, por tanto, es un ser con una sensibilidad superior, con un acceso privilegiado a las emociones incluso cuando las condiciones reales de existencia que en primer lugar las provocaron están ausentes. Sin embargo, la novedad de la tesis de Wordsworth consiste en sus implicaciones. Así, esta sensibilidad y emoción privilegiadas del poeta se enfocan siempre hacia los demás, se traducen en una necesidad de hacer participar a los otros, siquiera de forma indirecta, de este torbellino de sensibilidad y sentimiento que necesariamente culmina en placer estético y que el poeta vive en carne propia:
De modo que el poeta deseará acercar sus sentimientos a los de las personas cuyos sentimientos describe, e incluso, durante breves espacios de tiempo, dejarse llevar por un completo engaño, e incluso confundir e identificar sus propios sentimientos con los de ellas, modificando solo el lenguaje que le es sugerido, por una consideración que describe con un propósito particular, el de dar placer (1828: 254) (4).
Este placer que supone la intención fundamental del poeta proviene, sin embargo, de la poesía entendida como discernimiento superior. Supone un modo de conocimiento a través de ella no solo alternativo, sino mucho más apegado a la esencia íntima del hombre. Y es que, en lo tocante al menos a la poesía, el entendimiento suele estar enmascarado de placer:
Pero la emoción, de cualquier tipo y en cualquier grado, procedente de diversas causas es preparada por diversos placeres, de modo que en la descripción de cualquier pasión que sea, que se describen voluntariamente, la mente será en su conjunto en un estado de disfrute. Ahora bien, si la Naturaleza es así cautelosa en preservar en un estado de gozo a un ser así empleado, el poeta debe beneficiarse de la lección que así se le ofrece, y debe tener especial cuidado de que cualesquiera que sean las pasiones que comunique a su lector, esas pasiones, si la mente de su lector es sana y fuerte, deben ir siempre acompañadas de un exceso de placer (1828: 257) (5).
Pero una comunión emocional de este tipo solo puede surgir de elementos compartidos, de terrenos propicios a la empatía y la intersubjetividad, como los temas cotidianos… O del lenguaje sencillo. Wordsworth sostiene la necesidad de un lenguaje no retorizado, libre de lugares comunes, simple y directo, que aspire a iluminar la sensibilidad del lector en lugar de asombrarle con abstracciones difíciles de entender, que apelan solo al intelecto. Esto le lleva incluso en numerosos pasajes a dudar de la diferencia entre la expresión en verso y en prosa, a defender la presencia en los poemas unas sencillez y la cotidianeidad asociadas a eso que algunos críticos contemporáneos motejaban como «prosaísmo». Si finalmente Wordsworth acepta la expresión en verso metrificado, sin duda contraria a la naturalidad del lenguaje por la que aboga, es porque sostiene que a través del ritmo del verso, de su eficacia estética a la hora de generar imágenes, emocionar e impulsar a la reflexión, se consigue hacer llegar al lector de forma más pura esos contenidos.
En realidad, la crítica de Worthsworth no se dirige a la singularidad expresiva de la poesía, algo inevitable aun cuando se pretenda la máxima naturalidad y cercanía expresivas. Su crítica se dirige contra lo que denomina «dicción poética», concepto que describe de forma especialmente minuciosa minuciosa en el «Apéndice» que añadió al prólogo de la tercera edición de las Baladas líricas, aparecida en 1802.
Allí afirma que el hecho innegable de que el lenguaje de la poesía no es igual que el de la realidad cotidiana, no convierte automáticamente en equiparables toda expresión poética. No hay que confundir el lenguaje atrevido y simbólico de la poesía, presente desde sus manifestaciones más arcaicas, y cuyo ímpetu pretende recuperar Wordsworth, con la singularidad lingüística agravada, artificiosa, retorizada, compleja e incapaz de conexión emocional, que el autor denomina «dicción poética» y que se identificaría con el modo más retórico-clasicista de elaborar poemas.
En resumen, Wordsworth propone una concatenación singular que revoluciona el sistema literario en su conjunto: el poeta es un ser de privilegiada sensibilidad cuyo objetivo principal es despertar el placer estético (es decir, el conocimiento) en sus lectores; esta operación, en esencia una trasmisión sensitiva, no se puede hacer sino a través de vectores de empatía y de cercanía, como son la elección de temas y sobre todo de un lenguaje directo y sencillo, capaz de no malograr dicha comunión privilegiada con complejidades y retoricismos innecesarios; un lenguaje, a pesar de ello, que precisará de cierta singularidad expresiva, de ciertos artificios retórico-estéticos, como el verso metrificado.
Se trata de una visión que no solo cambia el papel del poeta y del lector, sino sobre todo del conjunto de procedimientos de atribución de valor poético hasta entonces vigentes. No puede decirse que suponga una novedad absoluta con respecto a la sensibilidad y el gusto dieciochescos, que a través de sus múltiples teóricos y tratadistas ya habían puesto la subjetividad del individuo en el centro de sus reflexiones. Sin embargo, el prólogo de Wordsworth sirve para empezar a reafirmar la que había sido la característica fundamental de la sensibilidad artística del siglo XVIII, que no era tanto «la subjetivización del gusto» como «la tensión que se manifiesta entre dicha voluntad de subjetivización y la voluntad contrapuesta de establecer para con el arte unos parámetros objetivos de juicio» (Amores, 2019: 18). Este «Prólogo» supone una apuesta radical por el arte casi exclusivamente como exhibición de subjetividad, lo cual supone una ruptura con la cosmovisión artística dieciochesca.
- «For to treat the subject with the clearness and coherence, of which I believe it susceptible, it would be necessary to give a full account of the present state of the public taste in this country, and to determine how far this taste is healthy or depraved; which again could not be determined, without pointing out, in what manner language and the human mind act and react on each other, and without retracing the revolutions not of literature alone but likewise of society itself» (1828: 251).
- «Namely to illustrate the manner in which our feelings and ideas are associated in a state of excitement. But speaking in less general language, it is to follow the fluxes and refluxes of the mind when agitated by the great and simple affections of our nature» (1828: 252).
- «He is a man speaking to men: a man, it is true, endued with more lively sensibility, more enthusiasm and tenderness, who has a greater knowledge of human nature, and a more comprehensive soul, than are supposed to be common among mankind; a man pleased with his own passions and volitions, and who rejoices more than other men in the spirit of life that is in him» (1828: 254).
- «So that it will be the wish of the poet to bring his feelings near to those of the persons whose feelings he describes, nay, for short spaces of time perhaps, to let himself slip into an entire delusion, and even confound and identify his own feelings with theirs, modifying only the language which is thus suggested to him, by a consideration that he describes for a particular purpose, that of giving pleasure» (1828: 254).
- «But the emotion, of whatever kind and in whatever degree, from various causes is qualified by various pleasures, so that in describing any passions whatsoever, which are voluntarily described, the mind will upon the whole be in a state of enjoyment. Now if nature be thus cautious in preserving in a state of enjoyment a being thus employed, the poet ought to profit by the lesson thus held forth to him, and ought especially to take care, that whatever passions he communicates to his reader, those passions, if his reader’s mind be sound and vigorous, should always be accompanied with an overbalance of pleasure» (1828: 257).