Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

El tratado singular o guerra abierta en una casa, comedia en tres actos

Pedro María Olive
1806

Resumen

Se trata de la traducción de la obra del comediógrafo francés Antoine-Jean Bourlin, conocido como Dumaniant (1752-1828), titulada Guerre ouverte, ou Ruse contre ruse, estrenada en 1786. El traductor es Félix Enciso Castrillón. 

Como se señala, la obra francesa adolece de las mismas faltas que suelen señalarse a los dramaturgos españoles del siglo XVII. 

Se publicó con el título de Guerra abierta ó el tratado singular: comedia en tres actos en verso, Valencia: [José Jimeno], 1823.

Descripción bibliográfica

[Olive, Pedro María], «Teatro. Coliseo de la Cruz. El tratado singular o guerra abierta en una casa. Comedia en tres actos, representada por primera vez el 18 de enero de este año», Minerva o El Revisor General, T. II (1806), núm. VII (24 de enero), pp. 41-47.
4º. Sign.: BNE ZR/1269/11.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Hemeroteca digital

Cita

Pedro María Olive (1806). El tratado singular o guerra abierta en una casa, comedia en tres actos, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/el-tratado-singular-o-guerra-abierta-en-una-casa-comedia-en-tres-actos> Consulta: 23/11/2024].

Edición

A pesar de cuantas piezas teatrales se han traducido o imitado del francés en estos últimos tiempos, aún no se ha agotado ni agotará esta mina; tanta es su fecundidad.

Del francés es sacada esta comedia [1] y si no nos lo dijese su contextura misma, nos lo diría su lenguaje hasta en sus más ligeras expresiones. Y así tenemos «luises» y no «doblones» y «hacer el diablo a cuatro (le diable á quatre)» y «yo he de tener mi revancha». Me parece que poco falta con esto para que hablemos gascón o francés chapurrado. Hablémosle puro de una vez y echemos a rodar nuestra miserable habla castellana, como así bien poco es lo que vale en boca de la mayor parte de nuestros traductores.

Pero como lo que más interesa al público es el argumento y crítica de esta comedia, pues el pensar que estos prevaricadores del buen lenguaje tengan enmienda es pensar en lo imposible, trataremos aquí solo de esto y no nos cuidemos de lo demás.

Un Barón viejo, que, según él dice y los que le conocen, ha servido en las banderas de Marte y en las de Venus, tiene una sobrina que ha tratado de casar con un capitán de Marina. Vive cerca de su casa un Marqués también militar, joven, amable, amigo de amorosas conquistas, conocido del Barón y amante de su sobrina Lucila, si acaso he oído bien este y los demás nombres.

Encuéntranse el Barón y el Marqués, hablan del asunto y aquel no tiene dificultad en decir a este lo que ha tratado y, con la misma franqueza, le descubre el Marqués su amor y aun le insta a que convenga en él. Resístese el Barón con gracia y cortesanía, insta el Marqués y dice que hará cuanto le sea posible para ganar el corazón de la sobrina. «Pues yo trabajaré en impedirlo», replica el Barón. Obstínanse el uno y el otro y, sin que se altere en un punto la buena armonía de ambos, hacen la extraordinaria apuesta de que si el Marqués consigue, no usando de violencia alguna, el sacar a Lucila de casa antes de la media noche, será suya, y si no, el Barón es libre de cumplir su tratado con el Marino. A esto llaman ellos «guerra abierta» y no sin razón, pues que el uno sitiará la plaza y el otro la defenderá. La conducta de ambos y sus expresiones va todo a lo militar.

Debemos suponer que el Marqués no se fía en solo sus fuerzas y así es que tiene un criado llamado Frontín, habilísimo en estratagemas amorosas, y aun hay la ventaja de que este corteje a la misma criada de la sobrina, la cual me padece llamarse Liseta. Pero el Barón es viejo, experimentado y nada lerdo; tiene muchas fuerzas auxiliares que consisten en una terrible dueña, en un portero sordo, en Oliva, criado vivaracho muy afecto a su amo y aún más a la criada Liseta, en Lingamba, soldado retirado, ducho en combates y peleas, que a dos por tres se atufa y rebana cabezas sin consuelo. La casa se convierte con esto en un castillo casi inexpugnable y lo peor de todo es que no hay mucho tiempo para levantar y jugar las baterías. Veamos lo que cada uno hace por su parte.

Por descontado se aparece la Dueña, personaje risible en su traje, conducta y expresiones, acomete el Marqués a ganarla por el interés. Al paño, el Barón que lo escucha todo. Lo advierte el Marqués y redobla sus esfuerzos para que el otro sospeche de la fidelidad de Ia venerable dueña. Así sucede: larga disputa entre el Barón y la Dueña, que acaba en desvergüenzas y en echar a la calle a la vieja. Irritada esta, se hace del partido del Marqués y esto era a lo que él tiraba. Su criado y él se la llevan como en triunfo, feliz agüero de la victoria.

Da la vieja al Marqués una llave maestra para entrar en la casa del Barón, y aun le sirve de guía y también parece que previene a su favor a la sobrina. Con esto, cuando el Barón junta todos sus criados para darles parte de lo que sucede, animarlos con premios y formar su plan de defensa, lo escucha el Marqués y también la terrible orden de no dejar entrar ni salir de la casa a nadie que no dé el santo que es «bombarda y amor». Seguro con esto, el Barón manda avisar al Capitán de Marina que estaba en el puerto, pues la escena es en Marsella, y envía a buscar al sastre que vaya disponiendo las galas para la boda. Allí está el Marqués que al instante se disfraza de cualquier modo y se aparece atrevidamente en la sala a tomar medida de la ropa y, con expresiones indirectas, a dar a entender su amor a la dama, y aun también procura darla un billete. Conoce el Barón el disfraz, descúbrese el Marqués y huye tan velozmente que tiene tiempo el Barón para gritar a sus criados que le detengan y él, dando el santo, escapa.

Pero lo peor es que la sobrina se ha enamorado con todo esto del Marqués y lo [sic] dice claramente al tío con el que pasa una graciosa disputa, viniendo toda ella a parar en que se renueve la apuesta entre él y la sobrina, y que esta se convenga en que el Barón la encierre y tome cuantas precauciones quiera, en el corto espacio que queda, para impedir se la saquen de casa. ¡Extraña sorna en mujer enamorada! Bien es verdad que todo va de chanza como cosa cómica.

El Barón dispone que ya no haya seña y que lo mejor será que no entre nadie sino el Capitán, a quien ha enviado a llamar, pero el chasco es que no le conoce.

La astuta vieja ha sido más diligente que el criado que ha ido a llevar el aviso y así ha estado en el puerto y dicho al buen Capitán que el Barón no está aquel día en la ciudad. El criado del Marqués puede con esto fingirse el Capitán y entrar en la casa con un gran cofre, donde al instante adivina cualquiera, menos la gente de la casa, que se habrá introducido el Marqués. Grita este a Liseta desde el cofre, abre ella, y al instante escapa el Marqués a esconderse en otra habitación para no ser descubierto si alguien viene.

Llega al punto Oliva que dice se ha averiguado que el Marqués ha entrado en la casa escondido en el cofre y que el fingido Capitán es el criado Frontín. Niégalo ella y, en prueba, le enseña el cofre ya vacío y dice que es imposible quepa allí un hombre echado. Conviénele al poeta que el bobo de Oliva entre a probarlo y así se hace. Enciérrale Liseta y, ayudada del portero sordo para que no oiga los gritos que da Oliva, le saca de casa. Todo esto va muy mal urdido.

A poco hete aquí el fingido Capitán que viene muy contento creyendo que todo va bien, pero Liseta le desengaña y refiere cuanto acaba de suceder. Atemorízase él y se da a correr. Viene en esto el Barón, que se sorprende de tal arrebato y aún más de hallar a Liseta, en quien tenía puesta toda su confianza, caída con desmayo en una silla. Era este fingido para dar tiempo al otro de escapar y ver entre tanto que buena mentira podía urdir. Vuelve en sí y, aparentando celo por los intereses del amo, descubre cuanto acaba de pasar, echando la culpa al bribón de Oliva, de quien ya tenían todos sospechas por el lance del sastre.

Redóblanse los esfuerzos del Barón y sus gentes por lo mismo que ya se ha hecho de noche y que se va a concluir el plazo. El verdadero novio está ya en casa, aunque no parece en la escena. Llega la hora de recogerse, encierra el Barón a su sobrina en un cuarto cerca del cual duerme el novio que, como tan interesado, debe estar alerta para guardarla. También está en arma el valeroso Lingamba.

La escena en esta tercera jornada o acto es en el jardín, donde ha tenido maña para introducirse Frontín, el cual ve aparecer al Barón con Lingamba y Liseta. Observa las disposiciones que toman para la defensa y por ellas tiene justos motivos para sospechar de su dama. Quería esta para disimular aún más que el Barón no se acostase y, ya que no puede obtenerlo, logra al menos que, para mayor seguridad, la deje encerrada en su cuarto. Apenas se han retirado el Barón y Lingamba, cuando se acerca Frontín a la puerta a maldecir a su traidora amiga, pero esta rompe los hierros de la reja de su cuarto, sale al jardín y paga las desconfianzas de su amante dándole un buen bofetón. Hácense las paces y le comunica todas las estratagemas urdidas y le dice cómo su ama, cogiéndole las espaldas al Barón, escapó de la alcoba cuando este, creyendo tenerla dentro, cerró la puerta, y que está dispuesto que el Marqués acuda embozado a sacar la dama, para lo que Liseta debe cantar cierta canción que sirva de seña. Todo lo oye Oliva, que ha logrado escapar de casa del Marqués, donde le tenían encerrado, y entrar en el jardín. Al instante va a dar parte al Barón. Este con la noticia hace bajar a Liseta y la obliga a que cante, al mismo tiempo que pone en acecho a Lingamba y a Oliva para que, en acudiendo el Marqués embozado, le cojan sin hacerle daño ni violencia, pues todo aquello no debe pasar de un chasco.

Canta Liseta, presentase al punto en el jardín un embozado, del que con sumo gozo se apoderan los dos criados y, de orden del Barón mismo, lo llevan a casa del Marqués, pues creen es él mismo.

Con esto se van todos y queda sola Liseta. Acude el verdadero Marqués y la [sic] dice lo que pasa y cómo el embozado era su dama, que sus mismos enemigos han llevado a su casa. Alégrase con esto Liseta y, para celebrar el triunfo y mortificar al Barón, le llaman. Viene al instante y, cuando él se creía vencedor, se halla vergonzosamente vencido. Vuelven los criados creyendo que ya han dejado encerrado al Marqués y se sorprenden hallándole allí. En esto entra la sobrina con la vieja, que descubre cómo ella por vengase ha sabido dirigir aquella trama. Verifícase el casamiento y todos quedan contentos.

Ya se ve por tan larga relación que esta comedia es por el estilo de las nuestras: mucho enredo y disfraz, atropello e inverosimilitud en la acción, que suele a veces presentar materia para media docena de comedias, algunos lances y gracias cómicas, y moral ni pensarlo.

Hágase más sencilla la acción de esta, redúzcanse tantos lances inverosímiles y atropellados a uno solo bien urdido, sostengaase mejor los caracteres y habrá una comedia regular porque la idea no es mala.