Según René Andioc y Mireille Coulon en su Cartelera teatral madrileña, se trata de la traducción de la obra Les femmes vengées del dramaturgo francés Michel-Jean Sedaine (1719-1797), conocido por sus óperas cómicas. El texto original se publicó en París el año 1775 y en él el autor plantea ensayar la posibilidad de ofrecer tres acciones simultáneas sin faltar a la unidad de acción. La traducción española la realizó Manuel Bravo según los mismos autores.
Coliseo de los Caños. Las esposas vengadas
[Pedro María Olive]
1806
Resumen
Descripción bibliográfica
[Olive, Pedro María], «Coliseo de los Caños. Las esposas vengadas. Pieza en un acto nueva, representada por primera vez el 19 de diciembre de 1805», Minerva o El Revisor General, T. II (1806), núm. 1 (3 enero), pp. 3-4.
4º. Sign.: BNE ZR/1269/11.
Ejemplares
Biblioteca Nacional de España
Bibliografía
Andioc, René y Mireille Coulon, Cartelera teatral madrileña del siglo XVIII (1708-1808), Toulouse: Presses Universitaires du Mirail, 1996, p. 714.
Angulo Egea, María, Historia del teatro breve en España, Madrid: Iberomaericana, 2008.
Cita
[Pedro María Olive] (1806). Coliseo de los Caños. Las esposas vengadas, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<http://212.128.132.174/d/coliseo-de-los-canos-las-esposas-vengadas> Consulta: 23/11/2024].
Copyright
María José Rodríguez Sánchez de León
Edición
Asunto novelesco y propio de un sainete, lenguaje galicado y no muy limpio, situaciones y lances que, sin escrúpulo alguno, podemos llamar indecentes. Tal es el juicio que hemos podido formar de esta piececita a la primera representación.
El asunto es ya trivial en los cuentos y novelas. Una mujer casada se halla perseguida por un viejo y un mozo que la enamoran y, para deshacerse de ellos y darles al mismo tiempo una lección que les sirva de escarmiento, de acuerdo con su propio marido y las mujeres de entrambos, dispone que aquel finja una ausencia. Da cita a los dos amantes a diferentes horas. Acuden ellos con su buena merienda y exquisitas botellas. Tiene arte para engañarlos y reunirlos, que se pongan a cenar y no lo caten, porque al instante llama el marido. Ella encierra a los dos amantes en una pieza cuya reja da al teatro para que los asistentes rían con sus ridículos gestos y ellos tengan la mortificación de ver cuanto está pasando y pasen bravos sustos con las indirectas amenazas que el marido hace luego.
Si algún escrupuloso preguntón quisiese saber ahora como los ven a ellos, yo les responderé que en las comedias del día todo es mágica y brujería y nadie ve, oye ni entiende más de lo que quiere el autor.
En fin, entra el marido, hace venir las mujeres de los dos encerrados, se comen la cena entre los cuatro con grande alegría suya y rabia de los dos perillanes. Además de esto, el marido enamora libremente, y aun demasiado libremente, a las dos damas y, haciendo que le vayan confesando una después de la otra que están enamoradas de él, que le corresponderán en un todo, para completar la fiesta se lleva la una después de la otra no sabemos dónde.
Con esto se desesperan los dos maridos, se dan amarga baya uno a otro con expresiones equívocas y de un sentido nada honesto ni limpio y con descubrirse el enredo se subsana todo y quedamos amigos y contentos.