En esta Carta dirigida a Antonio Ponz Esteban de Arteaga defiende a Píndaro, Virgilio, Horacio y Lucano como poetas filosóficos, frente a las opiniones del metafísico suizo Johann Bernhard Mérian. El académico berlinés publicó una serie de disertaciones tituladas Como las ciencias influyen en la poesía en las Nuevas Memorias de la Real Academia de las Ciencias y Bellas Letras de Berlín en los años 1774, 1776, 1778, 1790, 1791 y 1796. En su opinión, las verdades filosóficas resultaban imprescindibles para dotar a la poesía de una perfección que por sí sola no podría alcanzar. Considera además que los poemas filosóficos resultan generalmente fríos sea cual sea el talento del poeta.
Según explica Arteaga, Mérian defiende que los progresos de las ciencias y del buen gusto en poesía caminan por separado hasta el punto de que cuando florecen unas, decae el otro. «Pretende además que el enlace entre estas dos facultades (ciencias y poesía) dañe a la poesía y que cuando el poeta se propone filosofar en sus versos, este deseo le hace apartarse del buen gusto e incurrir en defectos sustanciales» (h. 1r). Y concluye: «según este docto académico el buen gusto en la poesía es incompatible con el espíritu filosófico» (p. 2).
Con ocasión de tener que anotar un texto del italiano Matteo Borsa, Secretario de la Academia de Mantua, titulado Del gusto presente nella litteratura italiana (Venecia: Calos Palese, 1785), Arteaga aprovechó para examinar la teoría de Mérian «probando con la historia literaria en la mano que el principio establecido por el académico de Berlín ni se verificaba en los griegos ni en los latinos» (p. 3).
Pero el texto de Borsa y las notas de Arteaga ocasionaron algunos comentarios negativos, incluido uno publicado en la Gaceta literaria de Groninga en febrero de 1788 que ocasionó la redacción de esta Carta réplica. El autor de la reseña alaba el buen hacer intelectual de Arteaga, pero critica los comentarios del jesuita español a Mérian. Resulta de sumo interés lo expuesto respecto de las sentencias y valores poéticos de Píndaro. Dice así el articulista:
[...] ¿Qué daño sufre el sistema del señor Mérian de lo que dice el señor Arteaga sobre Píndaro? Esto es, que «en sus odas se halla una maravillosa abundancia de sentencias y de preceptos morales que le dan razonable derecho a aspirar al renombre de filósofo». ¿Se arguye de aquí que Píndaro tratase materias filosóficas, que es lo que niega el señor Mérian»? Nosotros bien lejos de acordarle el título de «poeta filósofo» (que nos parece diametralmente opuesto al carácter del famoso Cisne Dirceo, juzgamos que haya no poca exageración en el que se le da de poeta, y la razón de nuestro juicio es que su mérito se halla más en los comentadores que en el texto, y que pocos elogiadores tendría al presente cualquier escritor que se propusiese a Píndaro por ejemplo de imitación. Una crítica más filosófica nos hace distinguir hoy en día las bellezas verdaderas de la poesía de las que nacen de una jerigonza lírica que los pedantes llaman «misteriosa» y que realmente es ininteligible.
Y cuando el autor español trae por pruebas decisivas contra nuestro alemán los ejemplos de Virgilio y de Horacio, ¿cree acaso haber aniquilado sus poderosas razones? Aunque en estos poetas se encuentre uno u otro rasgo alusivo a algún sistema filosófico, no se concluye, en buena lógica, que Horacio y Virgilio fueron poetas filósofos, ni que el siglo de Augusto fue el siglo de la filosofía para los romanos, ni que la filosofía entrase en su plan de educación doméstica, sin las cuales suposiciones preliminares no entendemos cómo se pueda atacar con buen éxito la opinión del señor Mérian (pp.8-9).
A continuación el periodista critica también las ideas expresadas sobre Lucano. No obstante, concluye la reseña recordardo la imparcialidad de Arteaga y su buen nombre alegando así que las razones de su cuestionable juicio son esencialmente su amor a la patria (p. 9).
Replica Arteaga en la Carta que dirige a Antonio Ponz donde, según dice, solo pretende examinar la poesía de Píndaro, Virgilio, Horacio y Lucano con el rigor exigible. Comenzando por Píndaro, Arteaga se reafirma en apreciar a Píndaro como poeta filósofo atendiendo a la abundancia de sentencias y preceptos morales que en él encuentra. Dice así Artega:
[...] Soy de parecer que Píndaro no ha sido hasta ahora bastante conocido, ni suficientemente estimado de la mayor parte de los modernos. No hay poeta en toda la antigüedad que le iguale en la dificilísima arte de enlazar las sentencias con las imágenes y de revestir de colores poéticos los argumentos más comunes. La materia en él casi siempre es menguada y pobre, pero el ingenio grandísimo y el artificio extraordinario (p. 10).
[...]
Pero la soberana fantasía del poeta tebano no solo consiguió que se leyesen con gusto sus escritos, sino que se admirasen sobremanera, así por la grandiosidad y magnificencia de su estilo, de que hay pocos ejemplos semejantes en la lengua griega, como por la sublimidad de sus conceptos, por sus alusiones, no menos oportunas que ingeniosas, por la riqueza de noticias mitológicas e históricas, por la novedad de sus metáforas, por la feliz osadía de sus vuelos, por la no esperada rapidez de sus transiciones, y por aquella oscuridad misteriosa con que a veces parece que se esconde entre las nubes para mostrarse de nuevo a nuestra vista (p. 11).
Y también rechaza con vehemencia la idea de que Píndaro no es digno de imitación para los poetas del presente. Lo argumenta diciendo:
En un siglo tan superficial como el nuestro la sublimidad debe parecer absurdo o extravagancia y cuando los oídos del público están acostumbrados a los que se llama «espíritu o falso brillante», con dificultad se acomodan después a las bellezas inexplicables de los antiguos. De aquí nace el poco aprecio con que se habla de ellos y la guerra abierta que algunos ingenios a la moda han declarado contra Homero, Platón, Aristófanes y los trágicos griegos (p. 13).
No obstante, reconoce que algunos poetas modernos, queriendo imitar a Píndaro, carecen de capacidad para comprender su poesía convirtiendo sus réplicas en un uso inconsistente de vocablos y cultismos sin que exista un hilo poético-argumental que los justifiquen: «el entusiasmo no puede imitarse» (pp. 14 y 15).
En similar sentido, argumenta que el uso de máximas y sentencias morales permiten aplicarle el apelativo de «filósofo», pues en él son recurrentes las alusiones a materias científicas como lo son las reflexiones morales. Aclara, además, qué debe entenderse por «siglo filosófico» y por «poeta filósofo»:
Yo entiendo por «siglo filosófico» aquel en el que se conocen, cultivan y protegen las ciencias, aquel en que se da entrada a los sistemas de filosofía extranjera para examinarlos, admitirlos o rechazarlos, aquel en que hay escritores acreditados de materias científicas cuyas obras sirven de instrucción a los estudiosos y de pábulo a la curiosidad pública, aquel finalmente en que la Filosofía entra en el plan de la enseñanza y sirve de basa a la educación de la juventud.
Entiendo por «poeta filósofo» al que trata en verso de estas mismas materias, ya sea directamente, abrazando un ramo particular de alguna ciencia o arte, o bien indirectamente, mezclando en sus poesías frecuentes alusiones a la Física, a la Historia natural, a las Matemáticas, a la Moral o a la Metafísica (pp. 25-26).
Aplicando estas definiciones, concluye que:
[...] Virgilio y Horacio fueron poetas filósofos. [...] Lo que advierto leyendo sus obras es que no había sistema [epicúreo, estoico, platónico, pitagórico] que para él fuese desconocido, antes bien los había, por decirlo así, convertido todos en sustancia propia (p. 31).
Para defender a Horacio recurre a André Dacier (1651-1720), su traductor, editor y gran conocedor de sus escritos, y al napolitano Mattei, pues ambos reconocen en Horacio su enseñanaza teórica y práctica de las buenas costumbres (p. 37), sobre todo en las sátiras y en las epístolas. El carácter filosóficos de sus escritos es explicado por Arteaga del siguiente modo:
Es cierto que Horacio y Virgilio mezclaron con mucha discreción la filosofía y la poesía, sin que la severidad de aquella dañase a la natural desenvoltura y gracias de esta, y también lo es que no afectaron comparecer doctos, ni usurpar el lenguaje abstracto de las escuelas para meterle en sus versos, pero esto no prueba que no fuesen filósofos, sino que al mismo tiempo era hombres de gusto, que conocían los límites que separan una facultad de otra y el modo como debían juntarlas para formar un compuesto sazonado y juicioso (p. 43).
Sobre Lucano, Arteaga explica que le reconoce defectos en las notas complementarias al texto de Bossa. Se queja, por tanto, de que se le tilde de patriota en sus juicios y expone la siguiente refelxión sobre patriotismo y crítica:
Pero ya se sabe que esta es la reconvención de que se valen los que no pueden hacer otras más sustanciales y que, en semejantes cuestiones, es una especie de delito para los que atacan el ser nacionales los que defienden, como, por el contrario, los argumentos más sólidos en boca de un extranjero pierden toda su fuerza, cuando no son favorables, para con muchos nacionales (p. 46).
Tras su defensa, Arteaga realiza una serie de reflexiones sobre la Filosofía en los poemas de los autores revisados. Y así concluye que: 1. tuvo menor influjo en los poetas de la época de Nerón que en los del siglo de Augusto; 2. Mérian no leyó atentamente la Farsalia, ni la comprendió en razón de su tiempo histórico y de las doctrinas físicas existentes en su tiempo, como tampoco entendió que las máximas contrarias a la religión eran propias de los escritores gentiles; 3. el académico berlinés es parcial en sus juicios contra Lucano; 4. para entender a los poetas es indispensable desviarse del rigor escolástico y mirar la Filosofía como el principio que hermosea el asunto y 5. seguir los criterios conforme a los cuales juzga Mérian disminuye las fuentes del patético y de la sensibilidad.
Con todo este argumentario, cree que no se justifica la censura recibida del diarista de Grotinga, ni tampoco los comentarios contra el carácter filosófico de los autores estudiados.