De Gonzalo Jarava no se conoce más información que la que el mismo proporciona en su defensa y apología de Manuel de Guerra y Ribera, quien firmara la aprobación de la quinta parte de las comedias de Calderón de la Barca en 1682. El texto de Jarava constituye una defensa apologética de las acusaciones recibidas por Manuel de Guerra y Ribera debido a que no pudo justificarse públicamente de las numerosas acusaciones recibidas.
Guerra y Ribera defendió la licitud del teatro y, en consecuencia, no se opuso a la publicación ni a la representación de las comedias calderonianas. Amigo personal de Calderón de la Barca, considera el teatro un medio para difundir la fe y la moral, por lo que no encuentra razones de índole general para oponerse a las representaciones dramáticas. Como consecuencia de ello, el escrito que da a la luz Jarava reúne las respuestas fundamentadas teológicamente de lo que verdaderamente su Aprobación contenía. En su opinión, el teatro resulta una diversión recomendable siempre que, sobre todo en las representaciones, se guarde la moral y no se atente contra las costumbres.
El texto que Jarava publica reúne, pues, las respuestas del trinitario a las invectivas recibidas en su tiempo con las que trató de demostrar que ni Calderón ni él mismo toleraban «los versos lascivos, palabras impuras, señas maliciosas, connivencias provocativas, gestos halagüeños, desnvoltura en los vestidos, deshonestidas en los lances» (h. 3 r.). Al igual que Guerra y Ribera, Jarava tampoco aprueba la desvergüenza con que en ocasiones se representan en escena algunas piezas dramáticas, pero señala con claridad que Guerra y Ribera tan solo dice «que son indiferentes por su naturaleza las comedias españolas, añadiendo en gracia de Don Pedro Calderón, no haber vicio en las de este poeta. La conclusión no será mal recibida de los teólogos, porque ninguna encontrará en las comedias aquella intrínseca malicia que se halla en el homicidio, en la mentira, en la fornicación, y otros excesos que se prohiben porque no pueden dejar de ser malos» (h. 4 r.). De ahí que incluya Jarava una «Prevención al que leyere» en la que intenta desacreditar las opiniones de Francisco de Moya y Correa, quien, escondido bajo el seudónimo de Ramiro Cayorc y Fonseca, imprimió en Salamanca en 1751 un libro titulado Triunfo sagrado de la conciencia. Ciencia divina del humano regocijo. Obra utilísima para el bien de las almas, que puede considerarse una de las invectivas más feroces del siglo XVIII contra de las representaciones teatrales.
El libro de Jarava se organiza en cinco disputas en las que Guerra y Ribera va demostrando las afirmaciones de su Aprobación y las lecturas maliciosas que encontró en los papeles contrarios. Su defensa se funda en la demostración mediante la autorizada opinión de los escritores antiguos y de los Santos Padres cuyas ideas va desglosando mientras desmonta las de sus contrarios. Sus comentarios obedecen al propósito de demostrar su exhaustivo conocimiento teológico y la verdad y bondad de sus comentarios.
En conjunto, el texto hay que relacionarlo con la polémica de mediados de siglo en contra de Calderón, Lope de Vega y los dramaturgos españoles del Siglo de Oro.