Philip Francis (1708-1773) fue un clérigo, traductor, profesor y dramaturgo irlandés nacido en el seno de una familia con grandes vínculos con Inglaterra. Tras licenciarse en el Trinity College, Francis ingresó en la protestante Iglesia de Irlanda. Realizó su labor pastoral en la pequeña parroquia de St. Peter, en Dublín (periodo en el que realizó las traducciones de Horacio contenidas en este volumen), y posteriormente dirigió una entidad educativa en la localidad de Skeyton, ya en Inglaterra.
A través de sus contactos con algunos miembros de la nobleza inglesa llegó a ser capellán del barón de Holland, e incluso participó en la educación de su hijo, el destacado político conservador Charles James Fox. Esta posición le llevó a intentar convertirse en dramaturgo, pero a pesar de que dos sus obras se llegaron a estrenar (Eugenia, en 1752, y Constantine, en 1754), ninguna cosechó demasiado éxito.
Además de las traducciones de Horacio, Francis tradujo escritos de otros autores clásicos. En este sentido, destaca su traducción de las oraciones de Demóstenes, que publicó en dos volúmenes entre los años 1757 y 1758. Entre 1764 y 1768 desempeñó el cargo de capellán en el hospital militar de Chelsea. Falleció en 1773 falleció en la localidad de Bath.
Este volumen constituye el primero de la traducción de Francis de las obras de Horacio. Contiene las Odas, los Epodos y el Canto Secular. Se trata de una obra publicada originalmente en 1742 en dos volúmenes, en la que contó con la ayuda de William Dunkin y que está dedicada al conde de Newport, canciller de Irlanda, uno de los protectores de Francis.
Los contenidos de la obra, ya en su forma completa en sus dos volúmenes, ya como textos separados, fue objeto de múltiples reimpresiones a lo largo del siglo XIX, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos. De entre ellas destaca la editada por Edward Du Bois, publicada en cuatro volúmenes en Londres en 1807.
La obra tiene el formato de textos paralelos en latín y en inglés y cuenta además con un extensísimo aparato de notas que aporta un gran interés crítico-filológico a la traducción. Con esta obra Francis intentó sumarse a la ya entonces amplia nómina de eruditos ingleses que habían intentado verter a su lengua uno de los autores latinos más difíciles de traducir. El trabajo de Francis (o, al menos, su traducción de las composiciones líricas horacianas) contó con el siempre elogio del doctor Johnson, que reconoció su labor aun partiendo de la base de que los poemas de Horacio jamás podrían verterse a otro idioma de forma perfecta.
En este sentido, Francis se mostró especialmente cauto en el prólogo al circunscribir su obra a un ámbito prácticamente didáctico: «The first and principal design of this work was to explain, perhaps, the most difficult author in the Latin tongue; an author, who will always be more admired in proportion to his being better understood» (1749: i).